[H. C. F. Mansilla]

Aspectos de la identidad nacional en Bolivia


El espacio geográfico que hoy cubre Bolivia ha desarrollado, a pesar de todas las corrientes centrífugas y los avatares del destino histórico, una identidad socio-cultural relativamente sólida. Esta identidad más o menos estable no estaba garantizada ni por la diversidad geográfica ni por la variada composición étnica ni menos aún por las erráticas direcciones políticas que tuvo la república desde su fundación en 1825. Ha sido, como la gran mayoría de las creaciones histórico-culturales, la obra de muy distintos factores y hasta de la contingencia. Lo que se puede observar hoy en día es una rápida ocupación del espacio físico aún despoblado por parte de una comunidad económicamente dinámica, socialmente compleja y étnicamente heterogénea, comunidad que ha desplegado, sin embargo, una identidad cultural bastante firme, aunque conformada mayormente por la imitación acrítica de las metas normativas de la civilización metropolitana occidental y, de manera residual, por la preservación de valores y normativas provenientes de la tradición indígena. La catástrofe ecológica que esta evolución lleva consigo no desmerece la edificación de esa identidad sincretista.

El establecimiento de una identidad colectiva relativamente sólida y la ya mencionada obra de la contingencia histórica no son fenómenos excluyentes. El caso boliviano se inserta, en realidad, en un cuadro muy usual de la constitución de grandes unidades nacionales donde la casualidad juega un rol significativo, unida, por supuesto, a otros factores determinantes de origen social y económico. Los estados que en América Latina fueron moldeados por los avatares de la Guerra de la Independencia y siguiendo los límites dejados por la administración colonial, han exhibido una curiosa fortaleza y coherencia: siguiendo una dinámica autónoma de evolución, estos estados han logrado consolidar su frágil contextura inicial, han erigido administraciones bastante dilatadas (aunque, como se sabe, ineficientes y corruptas) y han motivado un sentimiento de pertenencia colectiva que hoy puede ser calificado como una identidad nacional relativamente estable y duradera.

La historia boliviana -como cualquier otra- puede ser vista como una serie de fenómenos de mestizaje y aculturación. Además de las innumerables mezclas étnicas, se han dado variados procesos mediante los cuales la Bolivia contemporánea ha recibido la influencia de la cultura metropolitana occidental, siendo la consecuencia una simbiosis entre los elementos tradicionales y los tomados de la civilización triunfante. El mestizaje puede ser obviamente traumático, pero también enriquecedor. Se podría aseverar que las sociedades más exitosas, como las de Europa occidental, han sido aquellas que han experimentado un número relativamente elevado de procesos de aculturación. El tratar de volver a una identidad previa a toda transculturación es, por lo tanto, un esfuerzo vano, anacrónico y hasta irracional. Desde un comienzo se han dado diversas opciones para enfrentar el fenómeno de la presencia del conquistador exitoso aunado al inevitable proceso de aculturación. Entre ellas se encuentran por ejemplo la permanencia apática dentro de lo predeterminado por los agentes externos y el propio destino de frustración; la rebelión, habitualmente inútil, de los aborígenes asediados por la obsesión de un retorno a la identidad primigenia; y el intentar un camino que combine el legado de los mayores con los avances civilizatorios de las sociedades exitosas del momento. Esta última posibilidad es la practicada en suelo boliviano: el resultado puede ser descrito como una senda de desarrollo sincretista que preserva algunos fragmentos de un legado tradicional con tendencias particularistas y adopta algunos elementos de la civilización moderna de índole universalista.

El indigenismo moderado en Bolivia en particular y las tendencias autoctonistas en general pretenden una síntesis entre el desarrollo técnico-económico moderno, por un lado, y la propia tradición en los campos de la vida familiar, la religión y las estructuras socio-políticas, por otro. Es decir: aceptan los últimos progresos de la tecnología, los sistemas de comunicación más refinados provenientes de Occidente y sus métodos de gerencia empresarial, por una parte, y preservan, por otra, de modo igualmente ingenuo, las modalidades de la esfera íntima, las pautas colectivas de comportamiento cotidiano y las instituciones políticas de la propia herencia histórica conformada antes del contacto con las potencias europeas.

Se puede afirmar, por consiguiente, que la actual ola en pro de la recuperación de tradiciones endógenas en el plano socio-cultural pretende, en el fondo, consolidar identidades colectivas devenidas precarias. Estos intentos no han podido o no han sabido crear modelos verdaderamente diferentes con respecto a las exitosas naciones metropolitanas de Occidente, sobre todo en lo concerniente a las últimas metas normativas que hoy en día definen lo que es “desarrollo”: modernización, alto nivel masivo de vida, tecnificación en un contexto urbano y un Estado nacional más o menos eficiente. Lo Otro, que para las etnias aborígenes era lo Occidental, ha sido acogido por ellas en forma entusiasta y convertido en un valor normativo de primer orden.

Esta selección sincretista tiene problemas: se adopta la más moderna tecnología, pero no así el espíritu crítico y científico que la ha posibilitado. Esto se advierte claramente en la falta casi total de consciencia crítica que exhibe toda la comunidad boliviana con respecto a problemas de medio ambiente. En esta época de presurosas adopciones de las más disímiles herencias civilizatorias e intercambios culturales incesantes con las naciones más lejanas, es arduo establecer qué podría ser efectivamente la alteridad socio-histórica -lo radicalmente Otro- que propugnan aun ciertos grupos endogenistas, marxistas y nacionalistas radicales. Lo más probable es que a largo plazo nos contentemos con una identidad nacional conformada por la imitación de la modernidad occidental y, simultáneamente, por la preservación del folklore autóctono, esto último para tranquilizar nuestra ansia de originalidad.

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