[Ramiro H. Loza]

Sucesos universitarios y juventud sin ideales


La algarada que ofrecieron los estudiantes de la UGRM de Santa Cruz en las últimas elecciones para Rector, con toda su violencia y destrucción, debería alarmarnos viniendo de universitarios, pero los escenarios similares ocurridos en San Simón de Cochabamba y en la Universidad Juan Misael Saracho de Tarija, revelan un común denominador de equivocado empleo de energía que, si no es pedir mucho, debería orientarse hacia metas constructivas. La variante hasta el momento es que en Cochabamba la disputa entre grupos contendientes se prolongó meses y Tarija no hizo más que repetir la táctica de toma de los recintos académicos. En los tres casos el fondo fue de tipo electoral y en alguno de éstos se combinaba con el rechazo a docentes invitados e interinos.

Mientras los bandos en Gabriel René Moreno estuvieron a un paso de registrar heridos graves y muertos dentro y fuera del campus, la Policía apenas si rondaba a prudente distancia, abstención que luego trató de ser justificada por el Gobierno como “respeto a la autonomía universitaria”. Semejante subterfugio no resiste el menor análisis crítico y bien merecería una crónica aparte.

Basta decir que intervenir las universidades con fines punitivos o de persecución política -como ha sucedido más de una vez- es cosa muy distinta de la acción policial para evitar extremos de violencia y destrozos masoquistas. En esta última no hay violación alguna de la Autonomía Universitaria. Quien lo dice fue defensor de este principio –como estudiante y dirigente- ante una intervención flagrante de carácter nacional, la misma que planteaba la necesidad de un estado de alerta permanente ante un régimen que en los años 50 y 60 veía en las Casas Superiores de Estudio como adversarios políticos.

El ambiente preelectoral universitario en Santa Cruz se marcó por campañas de características precedentes por el derroche de recursos económicos a cargo de los seis candidatos a Rector. La munificencia que costeó la variedad de jolgorios y abundante alcohol es todavía un misterio. Empero, ¿es esta la cara que debe ofrecer una casa de estudio y reflexión académica que lejos de lo dionisiaco debe revestirse más bien de austeridad? La manzana de la discordia no parecer ser otra que la dotación de 1.100 millones de bolivianos asignados a la UGRM. Conocidos estos antecedentes, se hacen casi naturales las denuncias de fraude en la emisión y recuento de votos, junto a la parcialidad de un organismo llamado Corte Electoral (supuestamente interno). Queda así abierta la posibilidad de anulación del evento y su repetición. ¿En todo este caos dónde queda la responsabilidad de docentes y autoridades universitarias?

Semejante estado de cosas no cede lugar a la superación de los bajos niveles académicos en los que se debaten nuestras universidades. Este cuadro clínico no es sólo patrimonio de los universitarios y afines, sino que -mal que nos pese- abarca a la juventud en términos generales desde tiernos adolescentes para arriba, haciendo cada vez más lejana la expectativa de renovación moral que debería esperarse de los jóvenes, exigencia que cobra mayor énfasis en relación con los futuros profesionales. Estéril es la vida de los jóvenes sin ideales ni valores.

Se torna clara entonces la falta de interés de este estamento social por la problemática nacional en su triple dimensión social, política y económica. En tiempos ni tan pasados ni tan próximos los universitarios nos conmovíamos en presencia del acontecer nacional, nos identificábamos con las preocupaciones que confrontaba el momento, como atinge a cada ciclo histórico, y ocupábamos el lugar de lucha que por ser jóvenes se esperaba de nosotros. No es arbitrario decir que estas progenies pujantes anotaron en su haber más de un derrocamiento de gobiernos erráticos, prorroguistas o ensimismados.

En fin, sean de derecha, de izquierda o de corte nacionalista, los referidos contingentes guiaban su conducta por ideales, cuya válvula de escape era su acción rebelde. Es pues notoria la diferencia con el casi habitual transcurrir de ocio, diversión, sexo y alcohol de quienes mañana asumirán responsabilidades con el país, actitud inspiradora de desconcierto y desilusión de las generaciones llamadas al repliegue, junto su desesperanza por el futuro. Un cuadro como el indicado sólo permite avizorar días de mayor borrasca para el destino nacional.

El ideal no ha de ser necesariamente político y puede cifrarse también en magníficas inquietudes del saber, de la ciencia y de la cultura, afanes constructivos acordes con el mundo competitivo actual. Estamos ante dos vértices confluyentes -rebeldía y formación-, esenciales, y cuyos hacedores deben ser las nuevas generaciones.

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