[Raúl Pino-Ichazo]

La palabra hablada


En su mayor parte, las viejas y estrictas normas de escritura han ingresado en desuso; realidad que genera como consecuencia una mayor libertad de expresión y de palabra, empero, esta libertad de expresión y de palabra no debe precipitar a un libertinaje con la gramática, que es el sustrato imprescindible para el intelecto de todo humano. Lo precitado se apoya en la impotencia, penurias y dificultades, a veces insolubles, de las personas que quieren aprender un idioma extranjero sin conocer, por lo menos, lo básico de la gramática en su idioma de origen, entonces, ese colectivo social nunca aprenderá correctamente un idioma extranjero, menos lo entenderá o escribirá.

Frases sin verbo, infinitivos sueltos son cada vez práctica frecuente que puede ofender a los oídos que cultivan la belleza del lenguaje, aunque lo toleran y lo perdonan. A muchos les preocupa esta índole de cuestiones gramaticales y, un consejo sabio es descubrirlas con alguien que domine impecablemente las normas gramaticales. Cuando una persona debe hablar en público conviene, con vehemencia de cumplimiento, evitar los juramentos y las palabras obscenas, incluso cuando el auditorio sea eventualmente compuesto solo de hombres, aun así, siempre será una ofensa. Ello no significa que si el vocabulario de la persona no es amplio en opciones, no se pueda emplear vulgarismos o quizás el lenguaje coloquial y expresiones modernas.

Es importante que todo expositor reconozca sus limitaciones y cuando no esté seguro del significado exacto de una palabra, debe evitarla o, mejor, consulte al esclarecedor diccionario, pues muchos reproducen palabras que han escuchado o leído y les ha impresionado sin conocer su semántica, lo cual es altamente riesgoso, pues se exponen a que alguien del auditorio les corrija, situación que no es deseable.

Cuando se está frente a un auditorio para exponer un tema, surgirá la duda de elegir entre dos palabras, una larga y la otra corta; lo mejor es elegir la corta, pues la concisión será siempre más efectiva para la sensibilidad del que escucha, asimismo, las frases cortas son comprendidas mejor por el público que cuando se utiliza frases demasiado extensas que también pueden ser perjudiciales para el orador, ya que pueden hacerle perder el hilo y la cadencia de su propio discurso. Nunca decir “Por dónde iba”, que es una confesión irrefragable de la propia torpeza del orador.

Otro eventual error que se comete, no infrecuentemente, es la utilización de estadísticas, pues alguien del auditorio podría rebatir los datos y situar al expositor en un trance incomodo; por ello, es más eficaz el efecto de una exposición comprensible que la enumeración tediosa e interminable de cifras.

Muchos creen pertinente el empleo de un lenguaje lleno de sonoridad y energía, pero carente de significado, entonces, cuanto más alta sea la posición intelectual, en una administración u organización, más frecuentes serán las oportunidades que se deberá utilizar este tipo de expresión, sin embargo, el lenguaje directo es mejor que el sesgado, la voz activa resulta más adecuada que la pasiva y la franqueza, sin duda, más eficaz que la insinuación.

El autor es abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, docente universitario, doctor honoris causa, escritor.

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