[Armando Méndez]

El fenómeno de la corrupción


Para Milton Friedman, Premio Nobel de Economía 1976, el fenómeno de la corrupción es inherente a la administración de los recursos públicos porque no cumple con el postulado de la racionalidad económica, que está presente en los intercambios libres de los agentes económicos.

El tema de la corrupción es un hecho muy comentado últimamente por los diferentes medios de comunicación social y debido al escandaloso caso de la gran empresa brasileña Odebrecht, que habría corrompido a varias autoridades gubernamentales de la región para favorecerse con la adjudicación de grandes obras públicas.

Hay que recordar que una de las principales críticas que se hace a las exitosas economías asiáticas es lo que en inglés se denomina, crony capitalism, o sea el capitalismo de camarilla y de amigos, incentivado por la intensa intervención estatal en la economía de esos países.

Milton Friedman parte del hecho de que los agentes económicos poseen ingresos propios o ajenos que los gastan en su propio beneficio o en beneficio ajeno. Las combinaciones posibles son cuatro: i) gastar su propio ingreso en propio beneficio, ii) gastarlo en un tercero; iii) gastar un ingreso ajeno en beneficio propio y iv) gastar un ingreso ajeno en ajenos.

En la primera combinación, que señala que el ingreso propio se gasta en beneficio de su poseedor, está el principio de que sólo a partir del esfuerzo uniforme, constante e ininterrumpido de cada hombre por mejorar su condición de vida se derivan tanto la abundancia privada como pública. Esta es la que predomina en las relaciones de mercado, en las cuales participamos todos y, por tanto, es la relación dominante de las cuatro señaladas. Es la única que tiene la particularidad de cumplir el postulado de la racionalidad económica, es decir, de cumplir con los postulados de la maximización de la utilidad y de la minimización del costo, que están presentes en todo intercambio libre y voluntario.

El segundo caso se puede ejemplificar con el regalo que alguien hace a otra persona, situación en la que se verifica sólo uno de los dos postulados, cual es el de mínimo costo pero no el de máxima utilidad. Para que cumpliese con este requisito el agasajado debiera elegir el regalo, en cuyo caso es como si se le regalase el dinero mismo. En ese caso, esta combinación se convierte en la primera.

En el tercer caso, donde el agente económico se beneficia de ingresos ajenos, se podría ejemplificar con el automóvil que los gobiernos ponen a disposición de las autoridades públicas, el teléfono celular, etc. Se observa que no interesa minimizar los costos, sólo maximizar la utilidad, por lo que esta alternativa es parcialmente racional.

La cuarta combinación es la que no cumple en absoluto el postulado de la racionalidad económica y es la que representa el quehacer político y estatal.

Los políticos ofrecen gastar recursos que les son ajenos, para beneficio también ajeno, y así lo hacen cuando llegan al gobierno. En este caso no se asegura ni la máxima utilidad de los beneficiarios del gasto, porque la utilidad es una valoración individual, ni interesa minimizar el costo porque los recursos son de terceros y no son propios.

Pero el político en el momento de decidir la asignación de los recursos públicos ve que puede beneficiarse, por lo que la cuarta opción se convierte en la tercera, vale decir, que la gente que gobierna está tentada a desviar los recursos ajenos en su propio beneficio, lo cual da lugar al fenómeno de la corrupción.

La experiencia de muchos países en el campo de los programas sociales, a cargo del Estado, también estaría demostrando ineficiencia. Sólo al principio los programas estatales de bienestar funcionan bien porque son pocos los beneficiados, pero luego por la presión social éstos se amplían, lo que acarrea el despilfarro y el mal manejo de los recursos. Varios de ellos se los crea suponiendo que son temporales, pero luego se hacen permanentes. Después tienden a generalizarse en diversos campos con resultados indeseables. Surgen grupos de interés que se benefician con estos programas que luego presionan para ampliarlos, lo que trae aparejada la expansión de la burocracia estatal, del gasto público y, con ello, del déficit fiscal que se ha convertido, en la actualidad, en un hecho permanente en la vida de las naciones.

La gente que gobierna tratará por todos los medios de beneficiarse con los recursos que administra. Por esto las obras públicas son adjudicadas a las empresas “amigas” del gobierno de turno, se dan los denominados casos de nepotismo en las oficinas públicas, los negociados, el pago de comisiones indebidas, la inversión pública de mala calidad, la inefectividad del gasto público y su despilfarro, porque se invoca la bondad humana de los político, burócratas y gobernantes, en el momento de administrar los recursos públicos, que es más débil, al estímulo más fuerte del interés propio que ellos mismos poseen.

Lo señalado se podría denominar el “axioma de la corrupción”. Lo que acontece es que al tratar de promover el interés público alimentando la intervención gubernamental, el político y el burócrata son conducidos por una mano invisible que busca alcanzar intereses privados. El problema no estaría en la mano invisible del mercado sino en la mano visible del gobierno.

El autor es Profesor emérito de la UMSA y expresidente del Banco Central de Bolivia.

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