El miedo a la locura

Clasina Kraan


Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis.

Ser hipocondríaco, tener miedo al cáncer o pasarse el día en la consulta del médico no es lo mismo que padecer una melancolía como la que hizo trizas la vida de A. Strindberg, el dramaturgo sueco que en 1882 hizo una magistral descripción de su hipocondría.

En los tiempos que corren, las prisas, el estrés y la feroz competencia con el prójimo conspiran para que el ser humano despliegue a tope su neurosis. Por eso no es raro que llegue al extremo de pensar que se está volviendo loco.

Las fronteras entre neurosis y las psicosis son tan evanescentes que a veces nos imaginamos que deberíamos estar ingresados con un chaleco de fuerza. Por eso, hasta el manual DSM, siglas que corresponden a Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, se muestra muy cauto a la hora de encasillar las enfermedades mentales. Tanto es así que esta especie de Biblia de la moderna psiquiatría ya no se expresa con ciertos términos técnicos con los que el ciudadano de a pie está familiarizado..

Una lectura apresurada de los síntomas que padecen los enfermos mentales podrían llevar a un grave estado de preocupación. ¿Quién no ha pasado por un período depresivo o no ha sentido celos de su novio-a o amante?

Por otra parte, el hecho de tener insomnio o de sentirse activos y llenos de planes para el futuro es algo muy distinto a padecer un trastorno maníaco. Ser hipocondríaco, tener miedo al cáncer, pasarse el día en la consulta del médico o to-mando medicamentos no es lo mismo que padecer una melancolía como la que hizo trizas la vida de A. Strindberg, el dramaturgo sueco que en 1882 hizo una magistral descripción de su hipocondría.

“La fiebre me sacudía como si hubiera sido un colchón de plumas, me atenazaba la garganta, como para estrangularme; me obligaba a encogerme, hecho un ovillo; me hacía arder tanto la cabeza que los ojos parecían querer salirse de las órbitas. Mis nervios estaban desmadejados, la sangre corría tumultuosa por mis venas, mi cerebro se agitaba como un pólipo cuando se le echa vinagre. . .”

Es evidente que el problema de Strindberg era grave. No así el de Xavier Gurruchaga, quien ha confesado, que no sale de gira si no lo acompaña un botiquín de comprimidos y cápsulas de vitaminas y ginseng.

EL LITIGANTE. Todos tenemos ideas obsesivas y más de uno se entrega a extraños rituales de limpieza para defenderse de los gérmenes o de supuestas enfermedades. Pero, por fortuna, no por ello estamos locos. Más sospechoso es el hombre que se siente constantemente estafado y le lee la cartilla a cuanto juez desprevenido le toca dirimir las numerosas causas que casi a diario se presentan en los juzgados. El hecho de tener dudas y de no sentirse en posesión de la verdad debe tranquilizarnos, aunque seamos excesivamente “legalistas”.

Aunque una cierta dosis de celos es la cosa más normal del mundo, habría que desconfiar del marido que constantemente utiliza los servicios de un detective para comprobar si su mu-jer lo engaña. Si somos medianamente celosos, pero no oímos voces o no creemos ver a nuestra pareja acompañada de peligrosos extraños que nos la quieren arrebatar, podemos quedarnos tranquilos.

Tampoco debe quitarnos el sueño el hecho de que un día sintamos que el cuerpo nos pesa demasiado y no tengamos el menor deseo de ir a trabajar. Otra cosa es que estemos tristes, ex-perimentamos irreprimibles deseos de llorar y nos llenemos de autorreproches. Aunque parece cosa de mujeres –las féminas son más propensas a padecer depresiones-, también los hombres pueden llegar a verlos todo negro y a no encontrar ningún tipo de salida a sus problemas afectivos o laborales.

Pero, como señala Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, no hay que confundir la tristeza y el duelo con la melancolía de los psicóticos. Cuando sufrimos una pérdida amorosa o la muerte de un ser querido, es normal que nuestra vida se cubra con un oscuro velo de tristezas. En este caso, el hecho de “elaborar” el duelo terminará con la depresión sin necesidad de tratamiento. A lo sumo necesitaremos hablar de ello con frecuencia y tomar algún antidepresivo de forma transitoria.

TRATAMIENTOS. Todas las patologías deben tratarse no sólo con medicación, sino también con psicoterapia. La mejoría que se produce con los ansiolíticos es sólo sintomática, en tanto que los antidepresivos tampoco suelen resolver la causa del problema. En los trastornos de ansiedad es más eficaz la psicoterapia. Por ejemplo, en los casos de trastornos de ansiedad reactivos a una situación estresante, los ansiolíticos podrán dejar de tomarse una vez remitida la causa. En general, hay que ser muy cautos con los ansiolíticos, pues tomándolos durante mucho tiempo producen dependencia.

En los casos de depresión, el tratamiento farmacológico puede dejarse al cabo de seis o siete meses de iniciado el mismo, una vez que el cuadro ha remitido totalmente. Conviene que la psicoterapia continúe hasta que el paciente haya descubierto las causas de su sufrimiento psíquico.

FUENTE: EFE

 
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