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[Floren Sanabria]

14 de febrero de 1879

La bota chilena pisa Antofagasta


Todo empezó por el impuesto a los 10 centavos de gravamen por cada quintal de salitre que se exportaba y se decía afectaba capitales anglo-chilenos de la Compañía Anónima de Salitres y de Ferrocarril de Antofagasta, dueña de grandes yacimientos en Atacama y liberada de toda clase de derechos. Los empresarios chilenos explotaban guano clandestinamente en Mejillones, para fertilizar los campos de cultivo en Europa. Esta empresa se negó a pagar Bs.90.848.13, entonces el gobierno trató de rescindir el contrato el 6 de febrero, ya que era deudora de impuestos al Estado boliviano, que quiso cobrar y por la tenaz negativa, el prefecto coronel Severino Zapata determinó el 11 de enero rematar los bienes de la compañía para cubrir la deuda. Se trataba de un cobro retroactivo a 1873.

El gobierno chileno encontró el gran pretexto que buscaba para iniciar la contienda. Chile estaba preparado y Bolivia con fuerzas armadas inexistentes no tenía ni un buque, más que 60 gendarmes sin fusiles.

La política expansionista chilena fue alentada porque nuestra frontera estaba desguarnecida, en abandono se encontraba el Litoral, no había preocupación por su cuidado, desarrollo y habilitación, todo lo que fue aprovechado por Chile. Es que desde los años de la independencia, industriales chilenos, ingleses, alemanes y de otras nacionalidades incursionaban y operaban a su regalado gusto, sin dificultad alguna, en nuestras extensas costas.

Una semana antes el ejército chileno se encontraba en Calama y esperaba la orden de abrir fuego. A mano armada ocupó el desguarnecido centro comercial portuario de Antofagasta. Chile a través de una rápida actuación revelaba que había terminado su cuidadosa preparación para invadir y apoderarse del Litoral, cumpliendo planes que se remontaban a 1842. Chile antes de su alevosa invasión se encontraba en una situación de pobreza y de la indigencia pasó a la opulencia. Antofagasta le hizo revivir y lo sacó de la miseria. Este hurto fue de gran utilidad para su potenciamiento.

El presidente chileno Aníbal Pinto ordenó a las tropas chilenas ocupar, el 14 de febrero de 1879, Antofagasta y el Litoral. Tres naves, el Cochrane, el O’Higgins y el Blanco Encalada, desembarcaron en Antofagasta, Mejillones, Cobija y Caracoles.

Bolivia desde años antes de 1879 también atravesaba por un mal período económico, por sequía, hambre, muertes, enfermedades, en los Yungas, Cochabamba, Tarija. No faltaban los golpes de militares ambiciosos.

La fecha del asalto estaba prevista de antemano, el enviado especial chileno en La Paz, Pedro Nolasco Videla, había comunicado la ruptura de relaciones el 12 de febrero en La Paz. La noticia de la invasión del Litoral llegó al cónsul boliviano en Arica, Manuel Granier, el 20 de febrero y remitió de inmediato la correspondencia oficial con carácter de urgencia a La Paz.

En Antofagasta, al amanecer, el reloj marcaba las seis de la mañana, al mando del chileno coronel Emilio Sotomayor se abrió fuego, rompiendo el silencio del alba con intensos cañonazos que alarmaron a la población boliviana, no así a los residentes chilenos que eran más de tres mil y estaban enterados de lo que iba a suceder y al ingresar tropas invasoras a territorio boliviano hubo aplausos, abrazos, hurras. Los “rotos” fueron a la Prefectura, arrancaron el escudo nacional y lo pisotearon, luego recorrieron las calles gritando ¡viva Chile, ño!, cometiendo atropellos, golpeando a bolivianos, asaltando tiendas y almacenes. Muchos los cerraron atemorizados, pero fueron derribadas sus puertas a culatazos. Hubo incendios, saqueos, el vandalismo provocó la huida de familias a Tal Tal, Mejillones y otros pueblos. La soldadesca con saña y crueldad, propia de individuos desalmados y forajidos, cometió atrocidades sin consideración.

La nota del cónsul de Tacna sobre la invasión a Antofagasta la había recibido el presidente general Hilarión Daza la noche del 25 de febrero de 1879, martes de carnaval, a horas 23:00, cuando el mandatario y su gabinete daban rienda suelta a la jarana entre tragos, disfraces, serpentina y mixtura, sin advertir que tropas araucanas ya estaban pisando tierra boliviana. De pronto, la banda dejó de tocar, hubo un silencio repentino, el baile se detuvo, los fiesteros se inquietaron, se preguntaron qué pasaba.

Traía la infausta noticia el indígena “chasqui” Gregorio Collque (el Goyo), que había recorrido 76 leguas en seis días entre el frío, el hambre y la sed, como consecuencia de la falta de servicio telegráfico entre la costa y el interior del país. Daza, que había dado derrocado al anciano doctor Tomás Frías el 4 de mayo de 1875, apresuradamente abandonó el salón y fue al Palacio de Gobierno, trabajó toda la noche con sus ministros, aprobaron tres decretos: Uno de amnistía irrestricta para los políticos, otro declarando a la Patria en peligro y la tercera de confiscación de bienes a chilenos, que debían abandonar el país en plazo perentorio. Se redactó una proclama, explicando al pueblo los graves acontecimientos y las decisiones que había adoptado el gobierno.

Hubo dos manifestaciones del pueblo paceño, apoyando al régimen y expresando su propósito de marchar al frente de operaciones. El jueves 27 de febrero, Daza desde el púlpito de la iglesia de San Francisco dio a conocer a los bolivianos la trágica noticia del asalto de las fuerzas chilenas al puerto de Antofagasta y desde los balcones de Palacio de Gobierno dijo: “Ochocientos hombres apoyados por gente depravada por la miseria y el vicio, asesinos de cuchillo corvo, se han apoderado de nuestros puertos indefensos”.

Así comenzó el despojo y la penosa historia del Litoral. Chile cometió una ignominia al usurparnos 120.000 Km2 de superficie, 400 Km de longitud de costa, con ingentes cantidades de guano, salitre, litio, plata, yodo, cobre, riquezas mineras, un territorio inmenso con ricos yacimientos. Hubo episodios heroicos de resistencia, que se sucedieron el 23 de marzo de 1879 y el 26 de mayo de 1880, hasta llegar a la Guerra del Pacífico, concluyendo con la pérdida de un extenso territorio.

Ref: Libro “El MAR usurpado”, de Floren Sanabria G.

 
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