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[Heberto Arduz]

Del libro La patria del corazón

Noción de patria


El diccionario enciclopédico universal Aula expresa que patria, sinónimo de país, en una primera acepción no es sino la tierra natal o adoptiva a la que se pertenece por vínculos afectivos, históricos o jurídicos; y, en una segunda acepción, el lugar, ciudad o país donde se ha nacido. El Pequeño Larousse señala que es “el conjunto de personas, asociadas entre sí de corazón”.

En uso de una admirable precisión conceptual y de la belleza de estilo, Ángeles Mastretta en su libro El viento de las horas refiere la manera de entender la patria. Mexicana de nacimiento y universal por su obra escribe: “Patria se llama esto que vemos y nos aprieta, no siempre esto que repiten quienes la miran para contárnosla, en los noticieros, en los periódicos, en los estudios de quienes buscan entenderla con cifras, en la pura información de un boletín que avisa cuántos murieron dónde. No necesariamente quiénes, ni por qué”.

Y con esa sencillez que respira por los poros de su sensible piel de escritora al sólo hecho de observar el entorno y cuanto acontece en otras latitudes, preocupada por la avalancha de violencia y muerte, así como de tantos otros sucesos que conmueven el espíritu, agrega: “Patria: el lugar en que vivimos, al que tememos, que nos fascina. Patria, esta promesa que no acaba de cumplirse”.

Y del enfoque que recoge su pensamiento pasa a lo íntimo de la conciencia y se pregunta: “Y nosotros, ¿qué hacemos? Yo divago y pregunto: ¿no era la patria el sabor de las cosas que comimos en la infancia?”.

En verdad la patria luce una de sus facetas cuando viajamos y nos internamos en nuestra geografía, para pasear por sus predios y saborear una patasca en Santa Cruz, un saice en Tarija, un fricasé o chairo en La Paz y tantos otros platillos en Cochabamba, Oruro, Beni, Chuquisaca, Potosí y Pando; quedándonos el regusto en el paladar y el recuerdo en la a veces escurridiza memoria. Si de niños o jóvenes nos tocó compartir esta experiencia, asociamos la comida típica con el lugar mismo que tuvimos la suerte de conocer.

Mastretta en su obra El mundo iluminado recuerda un proverbio chino que sostiene lo dicho: la patria es el sabor de las cosas que comimos durante la infancia.

De la amplitud de tal noción manifiesta que patria es tantas cosas que la evocación y nuestros afanes puedan volverla. En este orden agrega: “La patria no es sólo el territorio que se pelean los políticos, asaltan los ladrones, quieren para sí los discursos y los manifiestos. No es sólo el nombre que exhiben como despreciable quienes llenan de horror y deshonra los periódicos. La patria es muchas otras cosas, más pequeñas, menos pasajeras, más entrañables”.

Sí, no es fácil imaginar una patria con gente que solamente se interese por la política, a cambio de lucrar y perpetuarse en el poder. O de individuos que no perciban un ambiente de armonía, de justicia bien administrada, donde cada uno responda por sus actos y se aplique la ley sin ver el rostro ni el bolsillo de los involucrados, de solidaridad social por causas nobles, de vivir en paz entre los conciudadanos, en fin, habitar un territorio que dignifique a la persona y no la degrade. La patria del corazón.

El encanto o desencanto de la patria a la que se pertenece por origen, o como tierra de adopción, descansa en los ojos con los que se la visualiza: será grande y próspera, o mezquina y pobre, de bienaventuranza, de rémora o prejuiciosa ¿A qué categoría corresponde la que elegiste?

En el sentido más amplio, la patria se lleva en el torrente sanguíneo que arriba al corazón, disparando emociones y sentimientos que se evaporan el momento mismo que cesa de latir. “Hay patria más allá de lo que oímos casi todos los días. Hay inocencia, fervor y gente buena”, concluye la escritora. La patria del corazón.

 
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