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[Raúl Pino-Ichazo]

¿Existe democracia cuando es exigua la representación de las mujeres?


Los países no podían arrogarse el título de democracias cuando las mujeres no disfrutaban durante centurias de igualdad formal. Ese concepto devino progresivamente y ahora las mujeres comparten con los hombres el derecho al voto, a presentarse a elecciones, a competir por cualquier cargo, sea político, religioso no, en su país.

Independientemente de la fecha en la que las mujeres obtuvieron sus derechos civiles, Ecuador fue el primer país en el continente sudamericano que reconoció el voto universal en 1942. Luego de algunas aprobaciones en países latinoamericanos, se sitúa Bolivia entre los países que en el meridiano de esas fechas aprobó el voto universal en 1952. En Australia fue en 1902, en Alemania Occidental en 1919, nombre que recibía Alemania antes de la caída del Muro de Berlín, en 1920 en EEUU, en 1928 en Inglaterra y bastante retardada, Suiza en 1971. Ha habido una no satisfactoria consistencia en los porcentajes de participación femenina en la política nacional en sus países.

Todos conocemos que actúan más hombres que mujeres en la política, empero, hay particularidades que nos llevan al asombro: ¿solo 43 o 45 mujeres entre los 650 miembros del Parlamento Británico?, ¿solo 28 o 30 mujeres entre los 440 miembros del Congreso en EEUU? ¿Qué clase de democracia discriminadora es esta?

En nuestro país se ha mejorado, pero hay distancia significativa para equiparar a la igualdad plena, sin embargo, existen estadísticas gratamente esperanzadoras para el país, sobre todo en el occidente, donde el número de mujeres que estudian en las universidades, tanto públicas como privadas, es superior a la cantidad de hombres. Por tal ímpetu de conocimiento, en unos años será imposible detener la inserción de la mujer en puestos políticos de decisión en forma perenne, a pesar del machismo o la educación prejuiciosa.

La presentación de las mujeres en la política debería ser especular, entendido el término como simetría entre géneros, no importando que algunas mujeres crean que es algo que realmente importa y las que creen que no. Mucho de este desacuerdo refleja la complacencia, sin eufemismos, la deshonestidad de los hombres que disfrutan el monopolio del poder. Singularmente la gran parte de esta defensa del equilibrio porcentual entre hombres y mujeres se basa en la noción elemental de justica básica y se incardina en una amplia serie de argumentos que impugnan la segregación sexual siempre que ésta sucede.

Con la inteligibilidad que es entender el problema y penetrarlo por completo hasta su razón y fundamento se esclarece el punto de vista de la justicia, debido a que es injusto que las mujeres sean cocineras y no abogadas, secretarias pero no directoras de empresas; es injusto de sobremanera que las mujeres sean excluidas de las actividades centrales en el terreno político. Entonces, como corolario contundente, por la importancia de la política, decimos que es más injusto que se mantenga a las mujeres prácticamente fuera de ella, como lo reflejan las estadísticas.

El argumento fundamental, en criterio de este columnista, por tratarse del ser más importante de la creación, es que las mujeres aportarían a la política un abanico diferente de valores, experiencias, sensibilidad, tolerancia, cultura al diálogo, pericia y su inefable belleza. Es decir que las mujeres enriquecerían definitivamente la vida política de los pueblos, en dirección inequívoca a una sociedad más cuidadosa y compasiva. Y una versión más radical y coincidente con la capacidad de la mujer, es que hay conflicto entre mujeres y hombres y no tiene ningún sentido válido y defendible que las mujeres sean representadas por los hombres.

El autor es abogado corporativo, posgrados en Conciliación y Arbitraje, Docencia en Educación Superior, Derecho Aeronáutico, escritor.

 
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