[Luis S. Crespo]

El Día Histórico - 13 de febrero de 1836

¡Felipe Santiago Salaverry!


“En capilla, en Arequipa, febrero

13 de 1836

Felipe Santiago Salaverry”

Es su última proclama… Condenado a muerte, junto a otros oficiales, por un Consejo de Guerra, después de la Batalla de Socabaya, al conocer la suerte que le espera, Salaverry grita su protesta:

“Protesto ante mis compatriotas, ante la América, ante la historia y ante la posteridad más remota, del horroroso asesinato que se comete conmigo. Yo debía haber sido juzgado conforme a las leyes de mi país y no por un tribunal de esclavos que me ha condenado sin oírme.

¡Peruanos! ¡Americanos!... ¡Hombres todos del Universo!.. Ved aquí la bárbara conducta del conquistador, con un peruano que no ha cometido delitos; que no ha tenido otra ambición que la felicidad y la gloria de su patria por las cuales combatió hasta el momento de su muerte”.

Salaverry tiene aún tiempo para dirigir una última carta a su esposa: - “Te he querido cuanto se puede querer y llevo a la eternidad un pesar profundo por no haberte hecho feliz. Preferí el bien de la Patria al de mi familia y al cabo no me han permitido ni lo otro”.

Patética es la ceremonia

del fusilamiento

Los habitantes de Arequipa colman los cuatro ángulos de la plaza principal. En una de las esquinas hay nueve banquillos para nueve reos. Redobla fatídicamente el tambor y de pronto aparece a la cabeza de ellos Salaverry, el brigadier infortunado.

Marcha erguido, pese a la herida que tiene en una de las piernas; viste el uniforme de la Legión Peruana, casaca sencilla de paño, con cuello celeste y morrión de soldado.

Sin pavor y sin apuro se sienta en el banquillo que le designan. A su lado están el general Fernandini y los siete restantes. Ninguno de ellos pasa de los 35 años de edad.

Ya se alistan los fusileros.

Una…dos…tres… Ocho descargas retumban en la amplia plaza.

Comienza el fusilamiento individual.

Sólo queda Salaverry.

Al advertir que esta vez le corresponde el turno se enajena y poniéndose en pie ruge, dirigiéndose a los soldados que ya le apuntan:

¡Soldados!... ¿No me conocéis?... ¡Qué!... ¿No sabéis a quién fusiláis?...

A su frémito sólo responde una descarga cerrada y Salaverry se desploma para siempre.

Una rosa roja -enorme rosa roja- ha florecido instantáneamente en el pecho del general.

Felipe Santiago Salaverry… Fugaz meteoro, deslumbrante y efímero, ha deshecho sus galas y su brillo, al chocar con esa roca fría que es Santa Cruz.

Felipe Santiago Salaverry… Vedle ahí tendido de bruces en la plaza de Arequipa besando esa tierra en la que esperara encontrar la gloria hallando sólo la muerte…

Felipe Santiago Salaverry… El más heroico y el más infortunado de los adversarios de Santa Cruz. Quizá en el momento en que sus oídos iban a ensordecer para siempre, llegó todavía hasta ellos el acorde marcial y lejano de la “Salaverrina” de su “Salaverrina” tocada quedamente, mientras sus ojos, a los que la muerte nublaría, contemplaban el desfile espectral de esas legiones gallardas de peruanos, conducidos por él a la destrucción y a la muerte…

¡Felipe Santiago Salaverry!...

Sobre la misma plaza en que yacen acribillados nueve cadáveres, se yergue la figura del nuevo amo del Perú, el boliviano Andrés de Santa Cruz.

Flamean victoriosos los pendones de su ejército. Hay todavía mucho que hacer, pero Santa Cruz ansioso de gustar el triunfo en su Patria, realiza un viaje a Bolivia. Nuevo Inca, revive una costumbre de éstos y, precedido por un cortejo de prisioneros, ingresa triunfalmente en la ciudad de La Paz al son de fanfarrias militares y clamorosos vítores.

Es la primera vez que un general boliviano retorna vencedor de tierra extranjera. Está rehabilitado su prestigio militar y las dos victorias conseguidas en Yanacocha contra Agustín Gamarra y en Socabaya contra Salaverry han vigorizado la fe y enardecido el entusiasmo de sus tropas

A los 37 años de edad, Santa Cruz ha alcanzado a ser el amo indiscutible de Bolivia; a los 44, lo es del Perú y Bolivia.

Pero él no está satisfecho. Otro es su destino. Ahora que la fortuna le sonríe, ahora que nadie discute su supremacía, ahora que la fuerza está de su lado, no pliega sus pendones de guerra y ahora es cuando debe crear la gran Confederación Perú Boliviana y ser, en pleno Siglo XIX, algo así como un Inca redivivo. ¿Podrá conseguirlo?

Su estrella luce tan brillante como el sol.

¡Qué alto ha llegado el hijo de Juana Basilia Calahumana -¡Qué tiempos venturosos para su patria!-

EL DIARIO, febrero 18 de 1926.

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