¿Ginecocracia en acción?

Víctor Hugo Rodríguez Tórrez

En la era de la mujer política, intensificada en Bolivia por el Primer Mandatario, ejercen funciones las presidentas del Senado y de Diputados. La titular de la Cámara Baja, según su versión, emergió “en ambiente tenso” entre el Órgano Ejecutivo y la Asamblea Plurinacional (¿independencia de poderes?). Una y otra ahora son la tercera y cuarta funcionarias electas en la sucesión constitucional. La opinión pública se asombra cómo algunas carreras políticas con propulsión oficial son meteóricas a la hora de objetivos personales y si pudiesen ¿por qué no?, la presidencia del Estado Plurinacional, tendencia silenciosa de género o de mujeres ínsitas en la política boliviana del cambio.

En el quehacer político de la mujer, el caso más emblemático nos retrotrae a 1944, cuando en Buenos Aires una joven temeraria ascendió al pináculo asida al coronel Perón. Instauró el sufragio femenino y 60 años tras su deceso, “Evita” yace en el Parnaso de los grandes mitos, deificada por los pobres, los descamisados en su cuarta generación. En 1974 la tercera esposa del general, “Isabelita” Martínez, fue elevada a vicepresidenta y luego a primera mandataria. En 1976 fue depuesta. Con ellas, la ruta agreste quedó asfaltada y años adelante fueron electas las señoras Cristina Kirchner en la propia Argentina, Michelle Bachelet en Chile y Dilma Rousseff en el Brasil, quienes impactaron por su inteligencia, carisma y verbo convencedor.

En julio de este año habrá elecciones generales en México. La candidata oficial a la presidencia, Josefina Vásquez Mota, ya se halla en carrera.

Violeta, la viuda del director de “La Prensa” de Managua, Pedro Joaquín Chamorro, enfrentó al somocismo. Elegida presidenta, no desarraigó la presencia sandinista en Nicaragua. Y en el caso de Panamá, Mireya Moscoso, viuda del presidente Arnulfo Arias, gobernó constitucionalmente por vías afectivas, políticas y empresariales.

A Noemí Sanín en Colombia, Irene Sáez, la Miss Universo 1981 aplastada por los votos del coronel Hugo Chávez en Venezuela, Keiko Fujimori en Perú, y a otras candidatas en México y Paraguay, las ánforas no fueron pródigas con ellas. La señora Clinton en EEUU experimentó aquel amargor, pero como Secretaria de Estado hoy es la mujer políticamente más poderosa del planeta.

La historia atribuye a la bella y cruel Cleopatra, cuya obra mayúscula fue mandar al fondo del Mediterráneo al Imperio Romano, como la figura ginecocrática por antonomasia (Manuel Ossorio y Florit dice “predominio de la mujer en el plano de la autoridad”), fenómeno que parapetó en el poder a grandes mujeres y a otras sumergió entre el bien y el mal. En el Siglo 21 la vieja Europa posee a las reinas Isabel II, Beatriz, Margarita, Silvia, Sofía y tuvo en Medio Oriente a Noor en Jordania. El manojo de próximas soberanas vendrá con Catherine en el Reino Unido, Victoria en Suecia, Máxima en Holanda y Leticia en España, donde hoy Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal timonean la lucha contra el empeoramiento financiero-laboral de la península.

En cambio, Ángela Merkel, es la comandante en jefe de la UE para reflotar la economía y endurecer al Euro. También hubo mujeres categóricas como Golda Meier e Indira Ghandi; férreas como Margareth Tatcher, Behnazir Butto de Pakistan, Vidgis Finnbogadóttir de Islandia, Mary Mac Aleese en Irlanda; y mandatarias en apuros como Corazón Aquino, Gloria Macapagal-Arroyo (Imelda Marcos, el poder corrupto con 3.000 pares de zapatos a bordo) en el pueblo filipino, progresistas como Janet Jagan en Guyana; y otras gobernantes a las que el don de mando les quedó grande. Y así el poder político fue irradiado a emperatrices, princesas, parlamentarias, ministras, gobernadoras y hasta jefas de policía.

La señora Cristinne Legarde, presidenta del FMI, es la mujer más poderosa de las finanzas globales.

Ni qué decir de leyendas empresariales como Gloria Vanderbilt, Helena Rubinstein o Peggy Guggenheim. Periodistas como Oriana Fallaci que paraban en seco a los poderosos. Y aquellas zarinas mediáticas dadas a inalcanzables.

Bolivia también tuvo por mandataria a una mujer, aunque se trató de un caso sui generis. En 1979 el Congreso en crisis encomendó a la presidenta de la Cámara de Diputados, señora Lidia Gueiler, ejercer “interinamente” el cargo, sin respaldo de la CPE. Aquel episodio, entre “otras razones”, sirvió como pretexto “técnico” para consumar el asalto del 17 de julio de 1980, en cuya víspera, el 16 de julio, una confederación de instituciones femeninas golpistas, que encabezaba quien en democracia sería munícipe y docente universitaria con cargo al Estado, desfilaron ante el Palacio de Gobierno de espaldas a la estoica mandataria derrocada horas después.

Bolivia está en otro tiempo. Entre 2012-2013, bienio meramente preelectoral, se combustionará la ignición postulatoria femenina, no sólo a la presidencia, vicepresidencia y más tarde a las gobernaciones, concejalías, alcaldías, etc. La sintomatología colectiva por el poder deja claro que se multiplican quienes empiezan a hilar fino…

La vida tiene cara de mujer. Talentosas, rebeldes, bellas, infatigables. La sociedad se mueve por la antropometría política entre los hombres y ellas emergiendo con su histórico derecho para ser elegidas.

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