[Armando Mariaca]

¿Hasta cuándo la anarquía por las poses de soberbia?


Medios de comunicación y periodistas, desde siempre buscamos que las condiciones de concordia y orden entre los bolivianos sean normas permanentes de vida y trabajo. Deseamos y sugerimos que las autoridades, especialmente las elegidas por el voto de la colectividad de ciudadanos, sean las indicadas para cumplir con la Constitución y las leyes. Anhelamos que la vida en común entre gobernantes y gobernados sea lo suficientemente constructiva para que el país ingrese en períodos, ciertos y seguros, de un desarrollo armónico y sostenido.

Hay que lamentar que - salvo situaciones excepcionales - esas condiciones ideales no se producen y, si ocurren, casi siempre están contaminadas por la soberbia, la corrupción, la ineficiencia, la egolatría y otras taras o defectos que “adornan” la personalidad de gobernantes y actores áulicos que lo ven todo como ideal y perfecto (porque conviene así a sus intereses y que muestran la misma conducta con todos sus patrones). Los gobiernos, con mayor certeza los que empiezan con tintes populistas y “ganas de contentar a las masas”, van de fracaso en fracaso y por “hacerlo bien” dan los peores pasos, porque se obnubilan al adquirir “complejos de sabidurías que no poseen”.

El gobierno del señor Evo Morales y su partido, el MAS, empezó con los mejores auspicios, especialmente para quienes votaron por él y determinaron una mayoría de votos que en la historia del país no se había registrado; las promesas y acciones en pos de cambiar lo mal hecho hasta el año 2005 y las “urgencias de vivir nuevas realidades” (como expresó el propio Presidente) no se cumplieron. El poder político, social y económico, lo llevaron por los senderos más equivocados y los “cambios” prometidos se olvidaron al hacer de esos “cambios” razones para ahondar lo malo, evitando lo bueno que correspondía cumplir al régimen.

El populismo, la confianza ganada en algunos sectores y la derrota inferida inclusive a quienes se mostraron contrarios aunque compartiendo las mismas posiciones ideológicas y “de cambio”, determinaron que muchos colaboradores cercanos sean expulsados o se ausenten de las filas masistas. Quienes quedaron o integraron las nuevas “filas de cambio” resultaron más negativas que las iniciales y, así, “de tumbo en tumbo”, de error en error, se fue perdiendo la popularidad y la confianza pública, a más de perderse la poca confianza que se tenía y que, permanentemente, fue deteriorada por las acciones débiles contra el narcotráfico y las políticas permisivas en favor de quienes se encargaron de cultivar más coca y alimentar más al narcotráfico con la provisión de materia prima que degeneró en la fabricación de droga.

Las situaciones de anarquía y libertinaje sólo conducen a los abismos de la discordia y la desunión; los problemas se agrandan, los reclamos son más incisivos y la confianza en las autoridades merman de tal modo que llegan a desestabilizar toda posición de seguridad que un régimen legal debería tener; pero, en todo caso, son las autoridades las que deben alimentar y conservar esas condiciones, hacerlo con el ejemplo de su comportamiento y con acciones positivas en pro de un buen gobierno, de una administración con gestión, eficaz, honesta y responsable, atributos que no ha tenido el actual régimen porque se desviaron las rutas y se confundió popularidad con populismo y jerarquía de las acciones con anarquía de los hechos; se hizo de la libertad libertinaje y se dio paso a situaciones ajenas al bien común.

Lamentablemente, en esa pendiente de errores cayó el propio gobierno y, cuando había necesidad de salir de las peligrosas pendientes, los problemas adquirieron condiciones más difíciles de superar.

La soberbia y la petulancia, pésimas consejeras y peores actuantes de la política partidista, han acarreado la situación en que se vive; lo importante sería cambiar pero hacerlo dentro de parámetros de absoluta honestidad y mediante un cambio, en conciencia y en cada acto, de los yerros cometidos. Si la persistencia en el error continúa, perderá el gobierno y, lo más funesto, perderá nuestra República porque, con el mismo régimen o con otro - siempre que sea legal y constitucional - perderá el país porque habrá que empezar de nuevo y hacerlo con miras a colocarnos en las vías de un desarrollo que estará preñado de dificultades.

Si el régimen cambia de actitudes y si se observa posiciones de humildad abandonando la soberbia, habrá esperanzas; es, pues, el señor Presidente el que debería dar los primeros pasos entendiendo perfectamente lo que implica gobernar, que es servicio y éste es conciencia y entrega al bien común que es el pueblo y sus intereses.

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