Menudencias

Las lecciones de Venezuela

Juan León C.

La lectura de los resultados del domingo en Venezuela puede servir, seguramente, como lección interesante, habida cuenta de la influencia política de Hugo Chávez en otros países, entre ellos el nuestro.

La primera es que a pesar de los 14 años de gestión y de la derrota de Henrique Capriles, la oposición le dio una gran demostración de fuerza al gobierno de Chávez. La extraordinaria maquinaria de propaganda proselitista, utilizada hasta en el día de la elección con dianas y marchas militares como instrumento de disuasión y persuasión por el temor, resultó evidentemente insuficiente para contrarrestar la protesta opositora expresada en las urnas.

Al margen de los diez puntos porcentuales (ciertos o no) con que ganó Chávez según los datos oficiales, la cuestión es que casi tres lustros de intensa propaganda política y todas las medidas de inteligencia necesarias para convencer a la gente resultaron insuficientes para doblegar su voluntad. Ocurrió en Venezuela y ocurrió siempre en todas partes. La historia lo demuestra y los resultados del domingo lo confirmaron.

La lección venezolana tiene que ver con la campaña que la precedió. La diferencia cuantitativa entre el uso de medios por parte de Chávez y de Capriles fue enorme, a favor del primero. El uso indiscriminado de medios estatales y de las cadenas obligatorias fue un plus importante para la millonaria campaña del presidente-candidato. Pero aun así, en la recta final y ante la evidencia de que no todo marchaba sobre ruedas, Chávez tuvo que reconocer errores y prometer enmendarlos. Tuvo que admitir el incumplimiento de muchas promesas pese a sus tantos años de gobierno. Tuvo que volver a prometer que ahora cumplirá, para pedirle a su pueblo “otra oportunidad”.

Pero sobre todo, tuvo que admitir que existe la otra Venezuela, que no está dispuesta a marchar hacia donde le ordenan que marche. Y que la única posibilidad de hoy en adelante es la búsqueda de consenso y el diálogo, en lugar de la confrontación y el desafío permanente. Y hasta tuvo que rogarle a Dios no sólo que le dé salud, sino que le ayude a ganar.

Visto así, la lección es sencilla. La propaganda es siempre insuficiente para tapar la falta de gestión. La gente sabe reconocer, y diferenciar, lo bueno de lo malo. Lo cierto de lo falso. Por eso, simplemente, el discurso político no siempre mueve multitudes a favor. Sobre todo cuando es reiterativo, por machacona que sea su repetición.

Los buenos deseos y las buenas intenciones expresadas en las promesas de campaña tienen que tener su complemento en las acciones realizadas. De otra manera, los argumentos para pedir “otra oportunidad” serán siempre poco convincentes.

En el fondo, la experiencia dice que en la política, como en cualquier acto en la vida, tiene nomás que haber honestidad y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

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