A raíz del asesinato del niño paquistaní Iqbal Masih a los 12 años de edad en 1995, cada 16 de abril se conmemora este hecho para condenar la esclavitud infantil en todo el mundo, recuerdan los medios internacionales.
El 16 de abril, fecha en la que se conmemora el Día Mundial contra la Esclavitud Infantil. La Unicef establece que todos los niños tienen el derecho a ser protegidos contra la violencia, la explotación y el abuso. Sin embargo, se calcula que 400 millones de menores en todo el mundo son esclavos, de los cuales 168 millones trabajan y 85 millones de ellos lo hacen en condiciones peligrosas.
El organismo internacional advierte que la violencia, la explotación y el abuso frecuentemente están a cargo de personas que el niño conoce, incluyendo los padres y madres, otros familiares, cuidadores, maestros, autoridades policiales, agentes estatales y no estatales.
Esta es la historia del niño paquistaní Iqbal Masih quien con tan solo cuatro años de edad, su padre lo entregó al dueño de una fábrica de alfombras a cambio de un préstamo para pagar la boda de su hijo mayor. Una infancia enrarecida en la que unas manos en pleno crecimiento se vieron obligadas al trabajo infantil forzoso por endeudamiento, una de las formas de esclavitud infantil.
Al igual que Iqbal Masih, que comenzó a trabajar 12 horas diarias para pagar la deuda familiar que aumentaba con los intereses y con los nuevos préstamos que hacía su padre, coincide con las 14 horas diarias a las que estaban sometidos madres y niños de la fábrica Rana Plaza de Bangladesh, un país ubicado al sur de Asia en la que se calcula que un mil 127 personas murieron y otras sufrieron graves mutilaciones, luego de derrumbarse la factoría en abril de 2013, lo que supone para Julia Castro, del portal gurbrevista.com “la peor tragedia industrial en la historia” de Savar en el distrito de Daca, capital del país.
COLOMBIA
“Rana Plaza era una fábrica textil de ocho plantas en la que trabajaban en condiciones infrahumanas, de sol a sol, más de cinco mil personas, todas ellas contratadas para la confección de ropa” para marcas como Grupo Benetton, The Children’s Place, DressBarn, Mango, Monsoon, Primark y El Corte Inglés.
El testimonio de la niña Hajira de ocho años de edad relató a Castro cómo machacaba viejas baterías de teléfonos móviles hasta extraer la varilla de carbono y poder reutilizarla. “El trabajo de una jornada nos permite comer cada dos días”, afirma la niña.
La articulista citó a la Confederación Española de Religiosos (Confer), que vislumbró que “puede ser que los plátanos que comemos y el café que degustamos estén empapados con el sudor de muchos niños y niñas latinoamericanos o africanos. Puede ser que las alfombras que pisamos estén tejidas por esclavos paquistaníes; cortinas, camisas, joyas y otros productos manufacturados podrían ser fruto del trabajo oculto y forzado de menores en la India; balones y juguetes de nuestros niños podrían gotear sangre de tantos menores asiáticos y caribeños”.
MÉXICO
A ello se le suma otro caso descubierto en octubre de 2014 por el Ministerio del Trabajo de Brasil cuando hallaron otros 33 talleres relacionados a Zara, en el que al menos dos de ellos mantenían en condiciones de hacinamiento, condiciones insalubres de trabajo y salarios de miseria al menos a 15 inmigrantes de Bolivia y Perú. En una jornada de hasta 16 horas diarias se calcula que cinco menores de edad estaban sometidos a condiciones “terribles y todo para ganar entre 90 y 130 euros (unos 95 dólares ó 137 dólares) y estar endeudados con las mafias. La situación era muy, muy grave”.
BOLIVIA
En Bolivia hay 850.000 niños y adolescentes trabajadores, cifra que representa el 28 por ciento de la población entre 5 y 17 años. El 87 por ciento desempeñan oficios considerados peligrosos y un 77 por ciento no es remunerado porque trabaja ayudando a su familia.
El debate en Bolivia sobre un nuevo código de protección de menores ha puesto en evidencia la precaria situación de los 850 mil niños que trabajan en el país, quienes exigen que no se les impida ganarse la vida.
Los menores exigen que se respete su “derecho al trabajo” alegando que es su forma de subsistencia y que deben ayudar a sus padres porque viven en condiciones de pobreza.
“Consideramos, para abordar este asunto tan complejo que es necesario comprender que se trata de un problema estructural cuya solución pasa por potenciar el aparato productivo del país para que generen mayores fuentes de empleo ‘dignas y estables’ para los progenitores, es importante resolver el problema estructural, pues de lo contrario, se estaría “atacando solamente los efectos y no la causa que genera toda esta desigualdad de carácter social y económico”, señala Hugo Gutiérrez.
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