La Paz

Perfiles sociales, urbanos y topográficos



EDIFICIOS COLONIALES PERDURAN AL DESARROLLO DE LA URBE PACEÑA.
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La ciudad de La Paz plantea un reto inmenso cuando se intenta describirla en todas sus facetas, desde la topográfica, la social y la urbanística, hasta las diversas concepciones que tiene como sociedad, en los planos económico, cultural y religioso. En todo caso es fecunda para poder exteriorizar sus singularidades y, al mismo tiempo, referirse al sobrio carácter de sus hijos, unos naturales y otros de adopción emocional.

Al conciliar en sana armonía sus múltiples diferencias, La Paz, efectivamente, es el crisol de la nacionalidad. El hermoso cielo celeste que casi a diario la acicala, como una bendición divina, hace que en su seno convivan compatriotas de todo el país, sin discriminación alguna y pone a disposición suya las oportunidades que ofrece su pujante desarrollo.

Al mismo tiempo, los paceños, por lo general, exteriorizan el inmenso caudal de riquezas que ostentan en su espiritualidad generosa. Algunos criterios, muy respetables por cierto, puede que no se identifiquen con estos sus valores, pero a la postre tienen que reconocer su apertura ilimitada en todos los órdenes de la vida.

Quizás muy pocos y hasta probablemente ningún otro sitio de la República tenga tantos sabores, olores y colores. Personalidades tan fuertes como sus cholas incomparables, sus sacrificadas vendedoras callejeras, sus inigualables mercados, sus esforzados transportistas y la heterogeneidad de sus pobladores ensamblan un conjunto excepcional, digno de enorgullecer a cualquier pueblo.

COMPONENTES SOCIALES

En La Paz, las diferencias sociales son reducidas, más bien tienden a integrarse y tolerarse sin mayores complicaciones. Claramente, puede advertirse que casi no existe una burguesía propiamente dicha, la que, por lo general, en otros escenarios, suele ser excluyente y creadora de distancias y generadora de resentimientos. Cuenta sí con un pequeño sector adinerado, se entiende que como producto de sus emprendimientos y desvelos, familiares y/o individuales. Por lo demás, prevalece un conjunto social bastante homogéneo, en lo que atañe a su predisposición de superar las vallas que pudieran existir, como parte ineludible de los azares de la vida colectiva.

La Paz, al margen de ser la cuna y la preservadora de la Libertad en Bolivia, es el lugar donde se cultivan la amistad y la hermandad. Por supuesto, no siempre todo brilla o es color de rosa, pero en esta tierra su gente mayoritariamente es solidaria, respetuosa y, cuando las circunstancias se prestan, muy pródiga y desprendida.

Una atención especial hay que prestar al sector social que podría llamarse su clase media, que sin ostentaciones ni alardes, es la gran constructora de este suelo, aparte de que siempre se distinguió por estas cualidades innatas en el resto de la patria. Los paceños primero piensan en el país y sólo después en su tierra natal, lo que les facilita la posibilidad de residir en cualquiera otra latitud de la patria.

En su espacio geográfico y allá donde vayan, la particularidad de los paceños es el trabajo y la austeridad. Ponen en juego sus atributos peculiares para crear riqueza, que en este tiempo, quizás más que en otros, es promotora del crecimiento y del bienestar.

En clima tan propicio, se advierte que en La Paz se halla en emergencia un vigoroso núcleo social, al que, para identificarlo, de forma más comprensible, puede expresarse que tiene origen indígena y que se imbrica a plenitud con lo urbano, creando una simbiosis prodigiosa: el mestizaje. En contra de algunos prejuicios presuntuosos, desde este sitial el mestizaje brilla como exitosamente emprendedor.

Con sus propios valores fue creciendo en los últimos años y es en estas celebraciones donde demuestra, de forma concluyente, su real fuerza anímica y poderío económico; su templanza y donaire; sus particularidades y, al mismo tiempo, su temperamento festivo. Alcanzó, ni duda cabe, su consagración total.

Cómo no sentir admiración y hasta complacencia por personas que en el anonimato, trabajando muy duro todo el año, desde los amaneceres hasta los anocheceres de cada día, han forjado un pedestal económico que, en vez de provocar recelos u otros sentimientos subalternos, causa sorpresa y admiración, aparte de probar de que sí, se puede.

El camino se halla abierto para todos, sin necesidad de pasar por registros ni burocracias, pues la exigencia única es trabajar y trabajar. Con ello, es factible crecer y adquirir una holgura económica, que, en última instancia, enriquece al resto de la sociedad, ennoblece al ser humano y dignifica a La Paz, porque es el escenario estupendo de proezas y bienaventuranzas sin igual.

TOPOGRAFÍA IMPRESIONANTE

Cuáles las percepciones que se captan sobre esta entrañable ciudad de La Paz, la más solariega, pero a veces también fría y ventosa. Cómo no experimentar estas sensaciones dérmicas y térmicas. Si está situada entre montañas que forma parte de la grandiosa Cordillera de los Andes. De la altitud en la que se halla se habla mucho, en especial cuando se trata de confrontaciones deportivas, pero no habría que sentirse afectados o disminuidos. A la inversa, al encontrase en los 3.600 metros sobre el nivel del mar, la acerca, más que a ninguna otra capital política, a la bellísima bóveda celestial que a muchos paceños les hace sentir privilegiados, porque, como reciprocidad, gozan de una vida mucho sana que en otras tierras. No la acosa la humedad y tampoco les molesta la presencia de insectos u otras alimañas, que puedan causarles padecimientos en la salud. Los pulmones, de no ser fumadores, se los tienen limpios, como producto del aire puro que prevalece en su clima. Aunque ahora no tanto, por la contaminación incontrolada.

La Paz, empero, exactamente, no es una montaña, pero como urbe capitalina es la cúspide del mundo. Es una cuenca, que en el pasado remoto fue un lago; se extiende a lo largo de las estribaciones cordilleranas. Por tanto, no es atinado decir que es una “hoyada” y menos aceptar este denominativo que quiere dársele torpemente a esta bullente capital.

La Paz es una tierra excepcional, al estar rodeada de cerros y colinas de hermosas conformaciones. Unas muestran coloraciones de superlativa belleza. Otras brindan paisajes singulares, por sus estupendos y originales perfiles geológicos. En muchos casos, como si fueran cohetes o tubos de un grandioso órgano catedralicio, susceptible de provocar gozo y sentirse muy próximos a los encantos celestiales en el día y, en la noche, casi como dialogando o compitiendo con las estrellas, las reinas del universo.

Cabe detenerse en este punto, porque aquellas formaciones, que superan a las pinturas y las esculturas forjadas por la creatividad de los seres humanos, hay que disfrutarlas. Si se recorre la avenida Kantutani, que une la zona sur con la ciudad, puede observarse el equivalente a majestuosas obras de arte puro. Otro tanto puede gozarse, en el plano espiritual, en el recorrido de la avenida de Los Leones, que también contacta a la gran urbe con los hermosos parajes de todo el sur de la ciudad, así como también con Mallasa, Ovejuyo, Irpavi y la aún adolescente Achumani, pues ésta devino en urbanización de un pedregal que yacía en su suelo, hace apenas unos 40 años.

Experiencias igualmente exaltantes pueden disfrutarse en el Valle de las Ánimas, en las cercanías de Ovejuyo, y en el trayecto de la avenida Costanera. Desde estos lugares, es impresionante contemplar expresiones naturales de insólita belleza.

Sin duda, estas reliquias geológicas de los paceños alcanzan su expresión culminante en Mallasa, con el Valle de la Luna. ¡Cuánto de magia y deslumbramiento se siente en ese paisaje de milagro!

Aquí, unos instantes de alucinación, para presumir que quizás Albert Camus pudo escribir que “La Paz es una ciudad de altares y hechizos, con rostros multicolores que hacen multitud, y que tiene un portentosa y majestuoso custodio, vestido de blanco, llamado Illimani”.

Habrá que convenir también que La Paz no es sólo paisaje. Sus vecinos tendrían que sentirse como príncipes de un reino donde abundan los hallazgos más inesperados. Los barrios de este hervidero humano, serpenteado por subidas y bajadas, desafían la respiración de quienes las transitan por su suelo.

Al extender un poco más los pasos, se encontrará el altar cívico de la ciudad: la plaza Murillo, donde se erigió el monumento al máximo y venerado prócer de La Paz, Pedro Domingo Murillo, el mártir del grito libertador del 16 de julio de 1809, al ser ejecutado en la horca. Hoy lo acompañan las crispaciones del picoteo y aleteo constante de cientos de palomas, que se tornaron en dueñas del espacio y en amores del protomártir.

Hacia su norte, más allá de las calles Comercio y Evaristo Valle, se encuentra lo que fue la cuna donde nació la ciudad de La Paz: la plaza Alonso de Mendoza, nombre del fundador. El lugar elegido para el histórico alumbramiento se llamaba en esos tiempos Chuquiabu, que en la lengua de los nativos quería decir “tierra de oro”. Era un poblado de modestos caseríos indígenas.

La circunstancia de que La Paz naciera en un sitio indígena, en1548 y que fuera un conquistador español el que la fundara como ciudad, en lugar tan extraño e imprevisto, ha sido un acontecimiento premonitorio, puesto que los hijos de este suelo, a la postre, resultaron ser producto del mestizaje, de la unión de dos razas distintas, pero que se juntaron para construir una urbe, que muy bien tendría hoy el derecho legítimo de ser llamada Metrópoli.

De ahí provienen, pues, los diversos barrios que tiene esta capital, con estampa propia y nombres armoniosos como los de Sopocachi, Miraflores, San Jorge, Villa Victoria, San Pedro, Obrajes, Churubamba, Pura Pura y tantos otros, que constituyen la heredad histórica, de la que es posible que los paceños se sientan orgullosos y seguir siendo protagonistas de primera línea en su crecimiento.

Como una feliz realización podría entenderse el surgimiento cálido y desafiante del espacio acogedor como es la Zona Sur, que a la sazón pareciera ser ya otra ciudad, por la cantidad de barrios que afloraron en su órbita, marcada en la actualidad por la dinámica de la modernidad.

Al conjuro del hechizo que tiene La Paz habrá también que incidir en algo que asombra, donde se rinde una especie de culto a la adivinanza y a la brujería. La calle Linares es el aposento de un negocio de escabrosas connotaciones. Su existencia, a cielo abierto y sin limitación alguna, atrae hoy con más furor que a sus vecinos a los turistas. Se ha constituido en un lugar obligado de visita y hasta de compras, como puede observarse cuando se va a curiosear por allí. No cabe duda, que ni en estos tiempos, de tan fascinante progreso científico y tecnológico, los viejos atavismos humanos perviven lozanos.

Gabriel García Márquez conquistó al mundo con las desmesuras que lo sofocaban en Macondo, su prodigiosa creación. Pero a cuántas desmesuras se habría referido en La Paz. Probablemente, ninguna más espectacular y surrealista como la de los desbordantes mercados callejeros, que ocupan casi un cuarto del viejo casco urbano.

Se extiende desde la plaza de San Francisco hasta recónditos espacios de la ladera occidental. El centro de las mayores ofertas es, sin duda, la Uyustus, donde todo se encuentra –a semejanza de un gigantesco supermercado moderno– con la ventaja de que la mercadería cuesta menos que en el resto de la urbe. Por estas motivaciones, quién no cae en sus atrayentes brazos.

ATRACTIVOS MERCADOS

El mercado abierto de La Paz es realmente libre e inmenso y cada vez va ocupando más espacios. Este fenómeno puede tener una y otra apreciación, pero el hecho es que al turista le atrae y lo maravilla, porque encuentra dispositivos tecnológicos últimos y baratos, así como otras mercaderías igualmente atrayentes. En tanto que a los paceños les queda todavía por comprender que miles de familias viven de este negocio, de lo contrario la miseria y, peor aún, la mendicidad, agobiaría a La Paz como castigo maligno. Entonces, lo que queda es reconocer su valía y significado socioeconómico.

Al tratarse de un espacio geográfico reducido el que enmarca los límites de la ciudad, se puso también en juego el espíritu de aventura y conquista de los paceños. Cual insignes montañistas, escalaron los cierros de los contornos para asentar sus viviendas, desafiando las leyes de la gravedad y de la prudencia. Este logro, admirable y pertinaz, pese a las carencias y vicisitudes que se pueden imaginar, los habitantes valerosos de las laderas han creado un paisaje notable en torno a la ciudad de La Paz. Un hecho tan excepcional hace que esta ciudad sea no sólo única y destellante, sino de lucha constante contra las limitaciones del espacio y de las alturas, cual titanes que no se detienen ante los retos e incluso ni frente a los desastres geológicos. Estos últimos con frecuencia hacen doler el alma de los paceños.

ALGO DE HISTORIA

El héroe máximo de La Paz, querido y admirado por su sacrificio, don Pedro Murillo, hizo, asimismo, que en la tierra a la que quiso que fuera libre, se formara el primer gobierno efectivo que hubo en América, durante algunos meses de 1809, hasta que desde Lima vino el sable sanguinario de Goyeneche.

Compartieron su sacrificio y lucha los hermanos Lanza, dos de ellos ejecutados por sus acciones de rebelión y, el otro, José, no desmayó en su lucha guerrillera, hasta constituirse en uno de los forjadores del advenimiento de la República, en 1825. La magna hazaña se le reconoció al elegírselo como el primer presidente de la asamblea nacional, que escribió el certificado de bautizo de una patria soberana, pero, a la vez, indómita, irreductible para seguir combatiendo, cuantas veces fuere necesario, de modo que en estas tierras prevalezcan siempre la Libertad y la Paz.

 
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