Una mega pesadilla ha resucitado

Yuri Mirko Ríos Madariaga

Tierras de exuberante vegetación, clima cálido y húmedo percibían mis sentidos. Transcurría el año 2006, razones laborales hicieron que pisara por primera vez suelo beniano, más exactamente Rurrenabaque, la capital de la cuarta sección municipal de la provincia Gral. José Ballivián, a orillas del caudaloso Beni.

“La Perla Turística del Beni”, su otra denominación resulta no ser vana, las estadísticas son contundentes: por la nutrida afluencia de turistas nacionales y extranjeros, es el segundo destino turístico más visitado del país. Y hay más de una razón: principalmente les atrae la belleza de los paisajes y la biodiversidad encontradas en las pampas inundables del río Yacuma y sobre todo en el Parque Nacional Madidi, éste último catalogado como uno de los mayores reservorios de recursos genéticos del planeta y, asimismo, un destino imperdible para el viajero amante de la naturaleza. “Rurre” es por excelencia la puerta de ingreso al Madidi.

Un fin de semana decidí partir al legendario estrecho del Bala a 16 Kilómetros al sur de la población. Ansiaba conocerlo y las condiciones estaban dadas. Guardaba como reliquia un tríptico que tenía impreso una fotografía aérea de la serranía del Bala, revelaba la inusual concavidad natural formada cerca de la primera cúspide (río arriba del Beni), como si hubiera sido hecha adrede por el impacto de una gigantesca bala.

Vientos fuertes acrecentaban sus alborotadas aguas justo en el momento de atravesarlo. De paredes rocosas casi verticales a manera de telones que trataban de esconder de la voracidad humana a la joya amazónica del Madidi, un refugio de guarda parques que a la vez hacía de boletería apareció inmediatamente para brindarnos una cordial bienvenida. Deseaba como pocas veces que el tiempo se quedara estancado en ese paradisiaco paraje, donde el verdor, el canto de las aves y el resonar del río son un remedio infalible para aliviar el estrés de la vida agitada. Retornar a “Rurre” fue toda una peripecia, una tormenta eléctrica nos atrapó; la catraya (embarcación rústica) tambaleaba y esquivaba los troncos arrastrados por las enfurecidas aguas. Contra todo pronóstico nos atrevimos a seguir el curso del río. El día pronto se convertiría en noche.

En 2012 y 2013 repetí la aventura junto a un entrañable amigo y colega, quien quedó maravillado. Y es que la magia del lugar actúa como un imán que atrae a la gente permitiendo que una y otra vez se reproduzca el escenario, imborrable desde cualquier punto de vista. Sin temor a equivocarme, el estrecho del Bala es el icono, sostén y “guardián” del Parque Madidi. Una vez afirmé que éste era una de las maravillas naturales más lindas del país por la majestuosidad y la tranquilidad reinantes, y si a alguien se le ocurriera desempolvar y poner en práctica el nefasto megaproyecto del Bala, desataría una auténtica mega pesadilla ecológica de magnitudes insospechadas.

Lo que a la naturaleza le llevó miles o millones de años en forjar, en un abrir y cerrar de ojos -geológicamente hablando- el ser humano pretende destruir, pues se espera que el mega proyecto con capacidad para exportar energía eléctrica quede concluido en 2023. La despiadada explotación de los recursos naturales, la expansión cada vez mayor de tierras para dedicarlas a los monocultivos, a la ganadería y al urbanismo, son los restantes componentes críticos que intervienen en detrimento de la superficie de los bosques tropicales y subtropicales. Los pulmones del planeta se agotan irremediablemente.

Según datos extraídos de un artículo, la construcción de la mega represa del Bala implicaría la inundación de 200.000 hectáreas (¡2.000 Km2!) de superficie, con ello se mermaría y alterarían los ecosistemas del Madidi. La vida que una vez fue pródiga, se pudriría luego de tres años de suplicio, el tiempo necesario que se requeriría para llenar la susodicha represa.

El mapa hidrográfico del norte de La Paz también se modificaría aberrantemente, pues incluiría a este enorme lago artificial similar en extensión al Huiñay Marca del Titicaca, pero mayor en profundidad. Ríos afluentes del Beni como el Hondo en el margen oeste, el Quiquibey ya dentro de la Reserva de la Biósfera Pilón Lajas y el Tuichi, donde un israelita perdido en la espesura de la selva le dio la fama que originó el auge del turismo, desaparecerían sin dejar rastro. El lucachi (tití endémico del Madidi) sellaría su extinción del mismo modo que pueblos indígenas como el Esse Eja, emulando lo que sucedería si se construye la carretera por medio del TIPNIS. Biocidio y etnocidio son las terminologías apropiadas para describir crímenes de lesa humanidad como éste.

En nombre del progreso, de nuevo queda al descubierto el egocentrismo - materialismo humano. Aparentemente ganará la inconsciencia, el ansia de acaparar todo para sí. Muchos sufren delirios de grandeza que inundan y anulan su mente.

Habrá acabado la comunicación entre los pueblos originarios ancestrales, el chipi chipi no remontará más el Beni para desovar al pie de las últimas estribaciones de los Andes. No habrá más aventuras en el Bala y el ecoturismo habrá sucumbido.

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