[Alberto Zuazo]

Punto aparte

Refugiados: conmovedor drama de la época


Las fibras más íntimas de los seres humanos de todo el mundo han sido profundamente conmovidas en estos días, con el drama y tragedia de cientos de miles de emigrantes que buscan refugio en países de Europa, huyendo de las guerras y las carencias que padecen en algunos países africanos.

Angela Merkel actuó como el ángel de la guarda de miles de esas personas, abriendo las puertas de Alemania, pese a las incomprensiones de algunos sectores políticos y raciales, que no faltan en este mundo que, de acuerdo con el Papa Francisco, es la “Casa Común” de todos.

La indiferencia no cabe en tan amargas y desgarradoras circunstancias. El “Otro” no puede ser motivo de diferencias, en parte alguna de la Tierra. Es decir, el espíritu humano tiene que estar más allá de las cuestiones sociales y menos raciales, pues científicamente no existen éstas.

Si se lee un poco de la historia antigua, se tiene que saber que todos los seres humanos que después poblaron el resto del planeta, surgieron de África. O sea que, en términos reales, todos, sin exclusión alguna, provenimos de África, sean negros, musulmanes o de otra índole, pues sólo es atribuible a la movilidad que caracteriza a nuestros instintos naturales.

En lo que atañe a lo espiritual, sin ser específicamente religioso, sino simplemente humano, corresponde recordar algunas de las palabras de la última encíclica papal, titulada “Evangeli Gaudium”. A propósito de lo que hoy vemos y oímos azorados a través de los medios de comunicación, Francisco expresó:

“Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastoral de una Iglesia sin fronteras y que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo!

“¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!”.

Estas palabras, expresadas con tanto fervor humanístico, tienen que ser acogidas en todos los rincones del mundo como un don que nos proporcionó Dios, para que vivamos y nos sintamos, siempre, entre hermanos, de ser iguales y no abrir brechas ni abismos entre unos y otros. Esto debe ser considerado como un delito de lesa humanidad.

Las guerras, en sí, son repudiables e intolerables, cuando la ciencia y la tecnología -pacíficas por excelencia- nos otorgan tantos privilegios, al extremo incluso de ser ya excesivos, porque destruyen los valores sociales cultivados con tanto esmero y puntualidad en el pasado.

El producto funesto de las guerras son los heridos y los muertos, la destrucción de ciudades y, por ende, de viviendas de hogares pacíficos, que nada tienen que ver con ese tipo de conflictos. No obstante de causar tantos daños, ver a gente desesperada, de ambos géneros y de todas las edades, en la situación de buscar refugio, aun con el riesgo de sus propias vidas, es muy penoso para la sensibilidad individual y colectiva. Ver que seres humanos se conviertan en espectros de realidades funestas, consiguientemente no pueden seguir sobrellevando las desgracias que les depara su tierra de origen.

El mundo entero se estremeció al ver a un niño ahogado, cuando sus padres y un hermano suyo huían de quienes les hacían imposible vivir en escenarios infernales. Esta imagen seguro que la guardarán todos en sus retinas y probablemente en medio de un grito mudo de dolor y solidaridad, por la pérdida de una vida a tan tierna edad, nada más porque sus seres queridos no aceptaban que se quede a merced de semejante calvario.

Resulta consternante ser inermes espectadores de un drama que lastima la condición humana. En trance tan amargo, lo único que puede desearse es que se multipliquen espíritus como los de Angela Merkel para que se apiaden de las desventuras de los refugiados y hagan el esfuerzo de acogerlos en sus suelos, por más lejanos que se hallen respecto a los lugares donde están protagonizando el mayor holocausto de estos días.

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