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“Lo que no me gusta es la violencia”

Marileni Quisbert Navarro

La violencia familiar se la puede considerar como un problema de salud, porque la salud no sólo es la ausencia de enfermedades, sino el estado de bienestar biológico, psicológico y social. Si existe la violencia como factor actuante sobre los tres aspectos anteriores, es evidente que afecta el estado de salud. No por negar o no reconocer la violencia, dejará de existir. Las generaciones futuras tienen el derecho a crecer en un mundo de paz, sin violencia; lo que se traducirá, a largo plazo, en salud y bienestar para todos.

Por su efecto, el consumo de alcohol tiene gran relación con la violencia; estadísticamente se vincula, a nivel mundial, con el 50% de los accidentes del tránsito, 50% de los homicidios y asaltos, y el 50% de los actos de violencia doméstica.

Violencia doméstica, entonces, no significa solamente agresión física en todas sus variantes -golpes de puño, patadas, empujones, tirones de cabello, agresiones con objetos contundentes o armas, sino también agresión verbal, maltrato psicológico, contacto sexual no deseado, violación, destrucción de la propiedad, daño a mascotas, control del acceso al dinero, aislamiento social, amenazas o intimidación a otros miembros de la familia, limitaciones al desarrollo laboral, entre otras.

Al definir la violencia dentro de la familia se entiende que cualquiera de los miembros de la pareja puede ser víctima del maltrato. Sin embargo, estudios muestran que sólo en el 2% de los casos de maltrato la víctima es el varón, en el 75% es la mujer y en el 23% los niños. Además se estima que una de cada 5 mujeres es víctima de violencia doméstica en algún momento de su vida, que el 25% de las mujeres sufrirá una violación y que una de cada 6 embarazadas será agredida física o sexualmente durante la gestación. En Bolivia mostraron que entre el 30 y el 70% de las mujeres que vivía en pareja relataba haber sido golpeada por su compañero.

Por esta situación la violencia intrafamiliar es considerada como fenómeno social. Y es la sociedad en general la única encargada de poner fin a la violencia contra la mujer, mediante hechos y no palabras. La sociedad en general tiene que entender que la violencia contra la mujer les impide alcanzar su plena realización personal, restringe el crecimiento económico y obstaculiza el desarrollo, empobrece a las mujeres y a sus familias, comunidades y naciones. Reduce la producción económica y disminuye la formación de capital humano. Y al callar da a entender que la violencia que ejerce el hombre contra la mujer es aceptable o normal. Toda la humanidad saldría beneficiada si se pusiera fin a este tipo de violencia.

Sin embargo, han surgido nuevas formas de violencia. Por ejemplo, las nuevas tecnologías pueden generar nuevas formas de violencia, como el acoso por Internet o por teléfonos móviles. Algunas formas, como la trata internacional y la violencia contra las trabajadoras migratorias, trascienden las fronteras nacionales. Las mujeres son el blanco de la violencia en muy diversos contextos, incluida la familia, la comunidad. La violencia es una constante en la vida de las mujeres, desde antes de nacer hasta la vejez. La forma más común de violencia experimentada por la mujer en todo el mundo es la violencia ejercida por su pareja en la intimidad, que a veces culmina en su muerte.

¿Cuándo empieza realmente la violencia?

Muchas veces al ver las noticias sobre la violencia de género nos sorprendemos y nos preguntamos cómo es posible que se llegue a determinados extremos o por qué llegan a tolerar las mujeres un trato tan salvaje durante años. La clave no está en los últimos años de la relación de pareja, sino en los primeros años. Antes de llegar a un maltrato fuerte o incluso peligroso, el maltratador suele empezar siempre con un maltrato psicológico sutil que baja la autoestima de la víctima y la anula, convirtiéndola en una persona insegura, muchas veces sin apoyos externos, miedos y realmente bloqueada ante cualquier acción.

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