El milagro del Montículo

Isabel Velasco

Como todos los años los paceños celebramos cada 8 de diciembre en Sopocachi el milagro de la Virgen de la Concepción en la Iglesia del Montículo.

Ateniéndonos al retrato del Padre Calancha, quien contó en detalle la catástrofe sísmica ocurrida en esa zona paceña en 1579, dice que era Anco Anco un pueblo de centenares de habitantes a cuya cabeza estaba Juan de la Riva y Lucrecia de Sansoles, primera pareja española que acompaño al Cap. Alonso de Mendoza en la fundación de nuestra ciudad.

Este pueblo situado en la región oeste de Sopocachi comprendía las zonas de Llojeta y Tembladerani. Tenía dos mil habitantes indígenas y fue confiado a los padres agustinos. Entre los que comenzaron a catequizarlos estaba el Padre Agustín de Santa Mónica, sacerdote de San Nicolás de Tolentino.

Comenzó Agustín su santa misión con un celo digno de San Francisco, pero todo su fervor fue a estrellarse contra la dura indiferencia de los habitantes de ese lugar.

Los agustinos, cansados de predicar y exhortar en la fe del cristianismo a estos habitantes que sin duda tenían el demonio metido en su cuerpo, abandonaron el pueblo, dejaron Anco Anco indómito y rebelde como antes.

El Obispo Fray Domingo de Santo Tomas se apercibió del abandono en que yacía Anco Anco y envió allí al clérigo David Francisco Pérez para que siguiera predicando la penitencia y anunciando a los indígenas ¡la venganza divina!

Según dicen, el cura de Anco Anco era un sacerdote modelo “como pocos de esas épocas y como ninguno de la nuestra”.

Una noche apareció el pueblo rodeado de fuego y el incendio creció en las siguientes noches, pero los habitantes reacios no escucharon este “aviso de Dios”. La corrupción ardía como nunca y la medida se colmaba. ¡Sodoma y Gomorra se habían reencarnado en Anco Anco!

Una tarde el fraile fue solicitado para auxiliar a un enfermo que se hallaba a una legua de distancia de la iglesia de Anco Anco. El sacerdote tomó camino y fue a cumplir con su ministerio. Cuando volvió al amanecer, ¡una melancólica penumbra lo rodeaba! Por más vueltas que dio no pudo encontrar su pueblo. Corrió por todos lados, ¡se había perdido el camino!

Al amanecer del día y junto con otros campesinos se cercioraron de que realmente estaban en el pueblo, pero ¡éste no existía!, había desparecido sin dejar rastro de su existencia. No se oía ni a los perros, ni siquiera los lascivos gritos de corrupción; el curita no se podía recuperar de la sorpresa terrible en la que se encontraba.

Un horrendo movimiento sísmico, producido en esta región el 4 de febrero de 1579, causó el definitivo derrumbe de sus colinas y la muerte catastrófica de sus habitantes.

Todo estaba sepultado por el cataclismo, una masa uniforme de restos mutilados de personas y bestias imposibilitó el reconocimiento de las víctimas. La hecatombe había triunfado, Anco Anco desapareció en menos de lo que canta un gallo.

De la pequeña capilla de la virgen no quedó ni huella, cuando la patrona del pueblo fue buscada, nadie pudo hallarla. Solo una indiecita pudo ¡salvarse del castigo!

Dicen que ella había implorado a la Virgen María y vino ella en forma de una señora hermosa y la salvó de la muerte:

“Mejor Ángel -dice Calancha- sacó a esa niña que a Lot, privilegio de la inocencia y presteza de los socorros de la Virgen”.

La imagen de la Virgen María estaba junto a la indiecita refugiada en el mismo Sopocachi, lugar de su preferencia.

De aquí nació la idea de construir una nueva capilla, levantando la edificación del trono de la Inmaculada Concepción en el sitio exacto donde había aparecido después de la catástrofe y donde hasta hoy se encuentra. Ella es la de Nuestra Señora de la Concepción la del Montículo y está en su primitivo lugar. Justo donde fue encontrada después del desastre hace cinco siglos. Su fiesta se celebra desde siempre el 8 de diciembre.

La Plaza del Montículo, patrimonio artístico nacional, es el mudo testigo de los milagros de esta Señora tan querida por los paceños y también patrona de los más bellos romances y promesas de amor, encuentro de enamorados por tradición y refugio de corazones partidos.

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