Juan Clavijo Cartoceno acompaña la vigilia de personas con discapacidad

Imprudencia lo dejó mutilado



Juan acompaña la vigilia y tiene la esperanza de lograr obtener el bono de 500 bolivianos.

La mirada serena, su voz y la actitud amable de Juan Clavijo Cartoceno contrastan con el drama de su vida, que hoy la sobrelleva con fe, como muchas de las personas con discapacidad, que sobreviven en austeridad absoluta y en anonimato por sus limitaciones.

Él, como otros miles, anhela que el diálogo prospere, que esta realidad pueda ser transformada tocando los corazones y la inteligencia de los gobernantes, además que las autoridades reconozcan que la discapacidad es una realidad latente y potencial que vive cotidianamente todo ciudadano, incluyendo aquellos que de momento solo muestran su discapacidad de corazón.

TESTIMONIO

En la víspera de la celebrada fiesta de Santa Vera Cruz (3 de mayo), Juan Clavijo la recuerda como el hito que cambió su vida hace dieciséis años, cuando en Arque su pueblo natal, en Cochabamba, fue la última vez que deleitó a sus amigos con su alegría y su talento en el charango. Jamás se imaginó lo que le esperaba luego de haber compartido música, baile y canto en la fiesta.

Juan, siendo un muchacho dedicado a las faenas del campo, alegre y además cotizado por su habilidad para tocar charango y cantar, se fue con sus amigos a divertirse transcurrió varios días bailando y bebiendo hasta llegar a la inconciencia.

“Lo que me pasó, no fue así nomás, yo también tuve la culpa”, reconoce Juan con humildad, habiendo asumido su responsabilidad.

Recordó que amaneció en una sala de hospital, con la sensación indescriptible de sentirse que se moría por la intoxicación en el cuerpo dolorosamente inmovilizado y la mente nublada.

Tras varias semanas de debatirse entre la vida y la muerte en el centro médico e ir recuperándose lentamente, el pánico infinito se entremezcló con la desesperación y sensación de locura, cuando los médicos desenvolvieron la tela de su debilitado cuerpo y reconoció su nueva realidad como una pesadilla irreversible e incomprensible para él que había olvidado completamente qué había sucedido.

Juan había perdido los dos brazos, ambos mutilados desde los hombros, de manera similar que la pierna derecha y la columna fracturada, como se mantiene hasta ahora. Le contaron, que en su estado de embriaguez absoluta y sin control alguno de su humanidad, se echó a dormir sobre las rieles del ferrocarril.

Ni el silbato ensordecedor del tren, logró despertarlo. Fue inevitable que sucediera lo ocurrido.

Los años le ayudaron a asumir su nueva situación, cicatrizando su dolor, como cicatrizaron sus muñones, antes llenos de vida y actividad juvenil. Se vio obligado a reconocer su nuevo cuerpo, sus limitaciones, sin perder el deseo de vivir.

Aprendió a escribir sosteniendo un bolígrafo con su boca para firmar su nombre, pero sin tener ningún apoyo para su rehabilitación ni asistencia médica para recuperar su motricidad, que actualmente es nula. Solo cuenta con una silla de ruedas a la que puede subir y bajar con ayuda.

Su familia y amigos, con quienes compartió la alegría de Santa Vera Cruz hace dieciséis años, continuaron con sus vidas, la mayoría se fueron a otros pueblos o a la ciudad.

Juan ama la vida. Con tres miembros mutilados, una fractura en la columna, el ardor que le causan las estrías que ya le brotan en el cuerpo, no escatima en brindar su sonrisa al conversar. Confía en que su historia tiene un propósito en sus limitaciones, que ansía superarlas. No faltan quienes lo visitan y acuden a él para ayudarlo. Su escucha serena, su mirada franca y su actitud positiva en medio de su dificultad indecible para cualquier mortal, es una dosis de valor gratificante que retribuye a sus visitantes y lo hace merecedor del afecto de quienes pueden acompañarlo.

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