[Armando Méndez]

Precios libres y competitivos son fundamentales


La teoría del valor de Marx surgió cuando históricamente aparece dominantemente el trabajo asalariado y cuando casi la totalidad de este trabajo era obrero y muy uniforme. Pero para los años cincuenta del Siglo XX los obreros no eran ya ni la mitad en EEUU, el país más industrializado, para ese tiempo.

Según la destacada obra de Alvin y Heidi Tofler, titulada “La revolución de la riqueza”, para principios del Siglo XXI, menos del 20 por ciento de los trabajadores correspondían al sector industrial en EEUU, que sigue siendo una potencia industrial. Pero del total de trabajadores en la industria norteamericana, Tofler dice: “un 56 por ciento son gestores, financieros, vendedores, administrativos o profesionales. La categoría de crecimiento más rápido es la de profesionales, la de mayor conocimiento intensivo”. Pero si se considera toda la actividad económica de EEUU -dice Tofler- más allá del 56 por ciento de las personas desarrollan trabajos relacionados con el conocimiento. Únicamente el 12 por ciento de los trabajadores están sindicalizados.

Hoy, es un desatino pensar que el trabajo manual sea el que crea la riqueza, porque en ese caso los robots serían los que están creando la riqueza en diferentes sectores de la economía. La riqueza se crea por todo el que participa en el proceso económico y se distribuye entre sus participantes según su productividad y grado de escasez relativa del factor productivo en cuestión, expresados en precios. Pero el total que se distribuye entre los factores productivos depende también de la valoración subjetiva de la gente que adquiere lo producido, también expresados en precios. El encuentro entre oferentes y demandantes determina los precios. Esta regla fundamental olvidaron los marxistas, leninistas y comunistas, al momento de querer imponer un orden económico no racional desde la “superestructura”, como diría el mismo Karl Marx y por eso su rotundo fracaso.

Bajo el sistema comunista soviético la sociedad careció de libertad política y de prosperidad económica. La planificación centralizada estaba condenada al fracaso porque ningún organismo del Estado podía obtener y procesar toda la información relevante que una economía necesita para funcionar. Los precios no desaparecieron, pero todos eran determinados y fijados por el gobierno. Sin propiedad privada y sin beneficios también privados desaparecieron los incentivos para el crecimiento económico.

Al desplomarse la revolución, en 1992, se creó un capitalismo de amigotes y mafias -capitalistas que habían acumulado inmensas riquezas ilegales precisamente durante el periodo de la revolución socialista-, la situación económica empeoró, los ingresos cayeron y aumentó la pobreza, aunque empezaron a funcionar con libertad los mercados. Según Joseph E. Stiglitz, en su obra: “El malestar en la globalización”, la década que siguió al desplome del imperio soviético vino acompañada con una caída aún mayor en la producción, vista ya antes del desplome, y la gente vivió peor que antes, lo cual enseña que lo que hace mal durante años tarda en recuperarse.

La teoría del valor trabajo fue desechada, hace mucho tiempo, con la evolución de la ciencia económica por insuficiente y porque lo que se intercambia en el mercado no son cantidades iguales de trabajo, incorporado en los productos y servicios, sino valoraciones subjetivas y grados de escasez que dan lugar a los precios. Todo productor quiere obtener el mayor ingreso posible por lo que ofrece, seguramente por estar convencido de que ha realizado un gran esfuerzo en producir algo, contrariamente a lo que todo comprador quiere, pagar lo menos posible, por ese bien o servicio, ya que si da más tiene que sacrificar la obtención de algún otro bien.

A este comportamiento se conoce en economía como “leyes básicas de la oferta y de la demanda”, sobre las cuales no sólo se estructura todo el armazón científico de lo que hoy se denomina “microeconomía y macroeconomía”, sino que sobre estas leyes descansa objetivamente el progreso de la economía y el consiguiente bienestar gradual de la gente.

Además, el fracaso del socialismo comunista, en los países que se intentó su construcción en la práctica, derivaron, precisamente, de la equivocada teoría del valor de Mark. Sin percatarse que lo que fundamental son los precios determinados libremente en mercados competitivos.

Si no fuese que con la teoría del “Socialismo del Siglo XXI”, que se puso en boga con el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, parecería una pérdida de tiempo abocarse al tema aquí comentado, la teoría del valor del marxismo.

El autor es Profesor Emérito de la UMSA y Miembro de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.

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