Agricultores japoneses dan ejemplo productivo


 

Hay situaciones especiales que los bolivianos, especialmente los gobiernos, no sabemos aprovechar y este es el caso del trabajo que desarrollan dos colonias japonesas: Okinawa y San Juan que, desde el año 1957 han alcanzado altos índices de desarrollo en todas las actividades agropecuarias; poseen un espíritu de cuerpo muy grande y, sobre todo, ansias de superación para conseguir los objetivos propuestos: agrandar todos los rubros agropecuarios, conseguir su industrialización, ampliar ámbitos de producción, introducir nuevas técnicas, adaptar tecnología y conquistar mercados que les asegure la venta de su producción.

Okinawa y San Juan han dado lugar a que por lo menos cuatro generaciones descendientes de japoneses se asienten en el país y han alcanzado índices muy altos de desarrollo y progreso. Los primeros inmigrantes lo hicieron a raíz de la Segunda Guerra Mundial; concluida ésta, algunos retornaron al Japón pero los más se quedaron y, consubstanciados con el país, han contribuido a su desarrollo. Pese a las múltiples dificultades, han creado plantas industriales donde son procesados productos agrícolas de diversa calidad a los que lograron darles valor agregado; producen, por ejemplo, 25 millones de huevos al mes y tienen como mercados seguros a La Paz y El Alto; producen cítricos, aceite crudo de soya, arroz, trigo y otros granos; cuentan con ganado vacuno de 12.870 cabezas. Conforman las cooperativas agropecuarias 103 socios que, preocupados, buscan medios y modos para diversificar la producción y todos, mancomunadamente, en perfecta amistad y disciplina, desarrollan sus actividades.

Okinawa, que originalmente se llamaba Colonia Caico, se considera “capital triguera” que cuenta con extensas tierras para cultivar trigo que sirve para elaboración de productos de trigo y otros derivados. La producción principal es la soya; pero, en las inquietudes e intenciones de sus dirigentes, hay proyectos para agrandar todo tipo de trabajo, pero la falta de medios financieros no siempre les permite cumplir sus planes. Alegan que no pueden acceder a créditos bancarios porque “la Constitución señala que toda propiedad de 50 mil hectáreas es inembargable”.

Los casos de Okinawa y San Juan son realmente notables y han resultado ejemplo de tesón, voluntad, disciplina, planificación para conseguir beneficios con trabajo debidamente organizado. Lo extraño es que, jamás se haya pensado en la posibilidad de instalar o fundar, al lado de esas cooperativas, centros que sirvan de escuela asesorada o dirigida por los técnicos japoneses; podría hacérselo con habitantes de las mismas regiones orientales que, muchas veces, realizan trabajo en forma rudimentaria y sin tener mayores conocimientos de organización y uso de tecnología y sistemas precisos para mejorar la producción.

Con seguridad que los responsables de San Juan y Okinawa estarían prestos a cooperar en un emprendimiento que permita un trabajo solidario y mancomunado y que redunde en mayor beneficio del departamento, por supuesto, respetando todo lo que actualmente pertenece a las cooperativas que gozan del apoyo, el afecto y las consideraciones de todo el país.

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