[Flavio Machicado]

¿Se acabó la cuerda?


Bajo el manto de ser un socialista, el ex-presidente español José Luis Rodríguez Zapatero intenta promover una especie de Pacto Social en Venezuela. Sus esfuerzos caen en saco roto en la medida que el dirigente chavista y ex-presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, declara que el gobierno no negociará “absolutamente nada” con la oposición”. Y mientras que el pueblo demanda soluciones, el gobierno venezolano rechaza la ayuda humanitaria porque “esconde un deseo intervencionista”.

El instinto de los gobernantes preocupados por la situación en Venezuela debe ser permitir que el soberano y la soberanía nacional logren resolver la crisis. Meterse en una pelea ajena siempre deja mal parado al samaritano. Pero en contra de la sabiduría popular, parece que inclusos los ya imputados “intervencionistas” intentan fijar posiciones políticas más específicas respecto a Venezuela. Incluso el presidente norteamericano, que sabe que cualquier acto o palabra suya, por bien intencionada, será tildada de prueba del imperialismo, intenta aportar a superar un oscuro capítulo en la historia de la República de Venezuela.

Sordos a los gritos de “intervencionismo”, los países del hemisferio ya empezaron a ejercer presión sobre Venezuela, empezando por bloquear su ingreso a la presidencia pro tempore del Mercosur, desde donde presumiblemente Maduro hubiera querido ejercer alguna influencia en la región. Cuando Hugo Chávez contaba con gas, dinero abundante y propaganda ilimitada, el discurso geopolítico y banderas del “Siglo XXI” tenían eco en salas de organismos multilaterales. Ahora la situación empieza a desmoronarse y el capitán del barco no acepta ni botes salvavidas.

Cuando era la democracia del Paraguay la que pasaba por una crisis, Venezuela no tuvo inconveniente alguno en entrometerse en su política interna. Apoyada por las 8 naciones del bloque socialista, Paraguay fue suspendida de Unasur y Mercosur. Ahora es turno de Paraguay de instar a los países del hemisferio a aplicar la Carta Democrática Interamericana a Venezuela. Por mayoría de votos, el cuerpo legislativo paraguayo “exhorta a los parlamentos de los países del bloque así como al Parlamento del Mercosur a asumir una posición sobre la situación de los derechos humanos y la vigencia de la democracia en la República Bolivariana de Venezuela”.

En la audiencia celebrada el mes pasado en la Organización de los Estados Americanos (OEA), el secretario general Luis Almagro criticó a Maduro por usar los tribunales, los cuales llenó con aliados, para obstaculizar las decisiones de la Asamblea Nacional de su propio país, que ahora es controlada por la oposición, deteniendo arbitrariamente a sus oponentes políticos. Esta erosión de la democracia y políticas autoritarias forman parte del cuadro que ha sumido a Venezuela en una grave crisis económica y política,

La gobernabilidad democrática es un requisito para ser miembro del Mercosur y, como lo remarcó el Paraguay, el desconocimiento del gobierno venezolano de los principios democráticos no puede ser pasado por alto. Maduro está tratando, por todos los medios, incluyendo los más atrabiliarios, de evitar un referendo destinado a una consulta popular por la cual se debería evaluar democráticamente el destino de su continuidad. Queda claro que es muy poco lo que Maduro puede hacer para reactivar la economía, mucho menos para revertir el bajo precio del petróleo, que a su antecesor le dio gloria y admiración; un poder que otorga una gruesa billetera.

En Bolivia la situación todavía es diferente. No obstante hay síntomas que deberían preocupar a la sociedad. No solo estamos perdiendo reservas internacionales de forma cada vez más acelerada, sino que debemos realizar altas erogaciones en megaproyectos que, ante la incertidumbre de los mercados externo y un mercado interno que apenas absorberá la menor fracción de la producción, podrían fracasar.

Pero la preocupación no solo está por el lado de la demanda de los bienes por producir, sino de propia materia prima para producirlos, que en este caso está concentrada en torno al gas, tanto para producir fertilizantes como plásticos. En ese sentido, debemos recordar que, del total de gas producido, solamente el 14% contiene las moléculas requeridas para los proyectos de industrialización.

En otras palabras, para alimentar las nuevas industrias en base al gas, debemos producir un volumen que se debe exportar o quemar con tal que garantice la cantidad de la materia prima requerida, cuando a su vez nuestros cautivos compradores buscan sustituir esa dependencia de alguna forma.

El plan de desarrollo económico y productivo del país parece ser una alta apuesta, con gran incertidumbre, que implica utilizar nuestras reservas internacionales. De salir mal la apuesta, al margen de los créditos chinos, consecuencias impredecibles seguirán. Y si bien los créditos chinos mejorarán nuestras condiciones en la infraestructura, especialmente caminera, para justificar esa inversión se requiere mover y producir más bienes. No será Papelbol quien inundará las carreteras con camiones llenos de productos de exportación, mientras que el sector privado no cuenta con recursos e incentivos para imitar a sus contrapartes en Colombia y Perú.

La economía boliviana no está como la venezolana, pero nuestra apuesta es alta y la carta democrática que nos jugamos es una apuesta a la estabilidad en base a la fuerza. Y mientras más se critica a gobiernos autoritarios del pasado, parece que -al igual que Maduro- nos juegan la carta que “sin nosotros habrá caos y desolación”. En Venezuela el juego se acaba y se empieza a cobrar la apuesta. Es una pena que sea el pueblo quien tenga que pagar.

El Ing. Com. Flavio Machicado Saravia es Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.

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