Leer, una respiración de cuerpo y alma

Alfonso Echávarri Gorricho

“No era una biblioteca extensa. En realidad, estaba formada por ocho libros, y alguno de ellos en mal estado. Pero eran libros. En ese lugar oscuro donde la humanidad había llegado a alcanzar a su propia sombra, la presencia de los libros era un vestigio de tiempos menos lúgubres, más benignos, cuando las palabras sonaban más fuerte que las ametralladoras. Una época extinguida. Dita fue tomando en sus manos los volúmenes de uno en uno con el mismo cuidado con el que se sostiene a un recién nacido” Antonio G. Iturbe. La bibliotecaria de Auschwitz.

Suelo viajar a Madrid con frecuencia. Será por mi profesión, pero un vagón de Metro es un estupendo laboratorio de observación. Hay desde grupos de jóvenes que comparten similares maneras de pertenencia, hasta parejas con muchos años a las espaldas de no saber vivir sin la mutua compañía.

Lo que más llama mi atención es que casi la totalidad de las personas tienen un terminal móvil en sus manos, pero casi ninguno de ellos está hablando con nadie. Mueven sus dedos a unas velocidades que seguro las darán los años de entrenamiento y disciplina, pero no hablan con nadie. Parece que escriben mensajes cortos, de esos en los que no caben ni media alegría ni un cuarto de pena. La mayoría de estas personas están absortas por una pantalla y se necesita suerte para poder encontrar a alguien que esté leyendo algo como compañía en el viaje.

Para exprimir todos los efectos beneficiosos de un buen libro, se antoja como necesidad la variable “tiempo para mí”, o al menos la disposición psicológica ante la imposibilidad física. ¿Puede la lectura, como hábito y dedicación, proporcionar bienestar, equilibrio, crecimiento y salud al ser humano?

Practicar la lectura profunda tiene efectos directos sobre todo el mecanismo de percepción y de concentración, a través de cambios anatómicos en el cerebro que se traducen en una mejor comunicación de las diferentes estructuras del encéfalo.

El natural proceso de envejecimiento de todo el procesamiento cerebral se verá desacelerado. Los procesos asociados a la memoria resultarán más fortalecidos. Enfermedades neurodegenerativas tipo Alzheimer o demencias seniles tendrán menor posibilidad de aparición. Esto es así porque durante el proceso de lectura profunda se produce un incremento de actividad en las circunvoluciones cerebrales, con mayor protagonismo del hemisferio izquierdo. En dicho proceso todas las letras de una palabra se procesan y analizan de manera simultánea hasta llegar a su significado. Esto es posible porque nuestros ojos tienen la capacidad de realizar pequeños movimientos que posibilitan el reconocimiento foveal. Es decir, que aquellas letras que quedan fuera del centro óptico en un proceso de lectura siguen percibiéndose. Es por ello que podemos percibir palabras en su conjunto. El ojo humano normalmente va saltando de palabra en palabra y no tanto de sílaba a sílaba y menos aún de letra en letra.

Si tú y yo leemos una misma narración, el escenario que tu mente construye no es igual al mío. Para dicha construcción, tu cerebro ha solicitado de los sistemas de memoria el rescate de determinados elementos que permiten ir dando forma a la representación. Paisajes, vestimentas, rostros. Cualquier cosa que sugiera el texto, se traducirá automáticamente en una escena. Esto es una estupenda gimnasia mental que pone constantemente a prueba toda la maquinaria imaginativa.

La lectura favorece tanto la percepción como la concentración. Ambos son procesos internos que empiezan y acaban en el interior de la propia persona. Sin embargo, leer de forma profunda, pone a disposición del lector todo un mundo externo a través de la imaginación del autor. La lectura pone a funcionar la capacidad de empatía viajando entre las diversas formas de pensar, de sentir y de actuar. No consiste sólo en ponerse en el lugar de otra persona, sino también en poder contemplar el mundo del otro desde su interior, no desde el nuestro. Leer con premeditación y en zapatillas también nos acerca de alguna manera a las personas de carne y hueso, a aquellas que tal vez tenemos más cerca, ayudándonos en la complicada tarea de entender por qué piensan como piensan, sienten como sienten y hacen lo que hacen

La apertura también tiene que ver con la libertad. Quien lee, se hace más libre. Sin embargo, en las sociedades “avanzadas” la promoción de la lectura ocupa posiciones bastante retrasadas respecto a otro tipo de intereses. Bien es cierto que en los entornos escolares se libran todos los días batallas contra molinos de viento, en el empeño de que los niños puedan establecer una relación especial con los libros, con la literatura. Esa relación no es incompatible ni con el mundo digital, con el cine, con la televisión y mucho menos con la más variada tecnología. Y eso sí, sin olvidar que el mejor amigo del hombre… nunca debiera ser un libro.

El autor es psicólogo, Teléfono de la Esperanza.

ccs@solidarios.org.es

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