[Manfredo Kempff]

Maduro busca su derrocamiento


La nación con las mayores reservas petroleras del mundo, a la que en un momento se la llamó “la Venezuela Saudita”, ahora sumida en el hambre, la delincuencia y el desprecio a la constitucionalidad, espera de un momento a otro, que lo que le resta de democracia termine, ya sea con una poblada de gente desesperada o por la vía del levantamiento armado. Hasta el momento la ciudadanía -donde la mayoría está en contra del Gobierno- esperó confiada en que, en algún momento, oficialistas y opositores llegaran a coincidir en la salvación del sistema de derecho. No ha sucedido y por el contrario el civilismo está en un divorcio enfurruñado. Los militares, bien pagados y afines al chavismo, han jugado un triste papel de pretorianos de Chávez y luego de Maduro y de momento continúan fieles al régimen, aunque el negro panorama que se cierne sobre Venezuela los puede hacer cambiar de opinión.

El presidente Maduro no quiere ningún arreglo con la oposición porque todo arreglo tendría que pasar por su renuncia al poder. El desgobierno ha sido tal, su administración tan desastrosa, que en cualquier compulsa popular perdería, y la Revolución Bolivariana quedaría sepultada junto a Chávez, su caudillo fundador. Su último y desesperado acto ha sido permitir la usurpación de los poderes de la Asamblea Nacional democráticamente elegida, y suplantarla por el Tribunal Supremo de Justicia, de mayoría oficialista.

Esto que en todas partes se ha calificado como “autogolpe” o simple golpe de Estado, ha provocado que, hasta las naciones menos interesadas por el caso venezolano, expresaran su repudio ante una maniobra que no se puede calificar sino como una acción dictatorial. Tal como se preveía desde el inicio de la gestión de Maduro, como lo advirtió la Organización de Estados Americanos (OEA), como lo señalaron varias naciones del continente, el socialismo bolivariano fracasó en todos los frentes, aunque los recursos que todavía emanan del petróleo permitieron que el régimen pudiera aún sostener una planilla de gastos millonaria para sus partidarios y esencialmente para las Fuerzas Armadas. El resto del país es un cascarón de huevo vacío.

Ante un fracaso de tal magnitud, Maduro está buscando su derrocamiento, convencido de que así la revolución Bolivariana caerá con una bandera de lucha. Maduro busca acusar de facciosos a quienes lo presionan interna e internacionalmente para que convoque a las consultas populares que deben producirse. Entonces ellos, la Asamblea Nacional, los partidos de oposición, resultarían ser quienes buscan acabar con la democracia. Se aferrará al mando recurriendo a todos los ardides, como lo hemos visto hasta hoy. Nada ni nadie le importa, que no sea su permanencia en el Palacio de Miraflores.

Maduro no acepta dejar el mando derrotado electoralmente porque el juicio al que será sometido su gobierno resultará demoledor. Prefiere salir al exilio derrocado. Convertirse en víctima en vez de villano. Los miles de millones de dólares dilapidados han ido a algunas cuentas que rondan por el poder. Maduro no puede entonces renunciar al cargo presidencial porque eso sería dejar a merced de la justicia a todos sus seguidores que han violado sin contemplaciones las leyes en Venezuela. Y por cierto que los militares complicados con el régimen, que son centenares de jefes, deben alentarlo en la aventura de permanecer firme, convenciéndolo que frente a los tanques las protestas populares se aplasta y los reclamos del exterior callan después de algún tiempo.

Se ciernen días muy complicados en la región, donde los países con vocación democrática harán lo posible para que la dictadura venezolana concluya. Lastimosamente, Bolivia, como siempre, sigue alineada con Nicaragua y Cuba, clamando porque a Maduro se lo deje gobernar en paz, sin importarle para nada ni el hambre ni los atropellos en Venezuela. Es suficiente para la frágil diplomacia boliviana que S.E. sea admirador de Chávez y amigo de Maduro. En mala hora.

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