[Alberto Zuazo]

Memoria de Raúl Rivadeneira


He quedado muy conmovido por la partida de Raúl, por la amistad que nos unía, pero principalmente por la pérdida que representa para el país la de un intelectual de excepcionales cualidades.

Era un maestro en los múltiples conocimientos que adquiría y cuyo legado se traduce en las 30 obras que escribió sobre diversidad de temas de interés cultural e inclusive de la vida misma. Pues, antes que todo, era un investigador de cuanto considerase necesario difundir para enriquecer las mentes de sus compatriotas.

Una de sus dedicaciones magistrales fue el lenguaje, como eximio periodista que era, aparte de otras áreas culturales. Su legado en este orden es digno de tenerlo presente en todas las redacciones de diarios, radios y televisión.

Entre las varias obras que escribió sobre la materia, quedé prendado de su libro titulado “La pureza del idioma”, pues sus lecciones sobre el lenguaje periodístico eran y deberán ser aplicadas por todos aquellos que pretendemos hacer periodismo.

En realidad, el libro recoge una decena de ensayos acerca del lenguaje en general y, en particular, del que se emplea en el periodismo.

Resulta pertinente, en esta ocasión, referir algunos de sus conceptos esenciales. En su concepto, no hay pureza del lenguaje, en idioma alguno. De una parte, porque sus orígenes primarios han sido y siguen siendo cambiantes, pero ello no debe entenderse como distorsiones, menos errores. Hay que tomarlos en cuenta y en la medida que su uso es extendido, no queda otra cosa que considerarlos como parte del incesante escalonamiento humano.

A propósito, Raúl expresa que “El sentido de las palabras evoluciona, pese a que en el transcurso de la historia hubo algunos esfuerzos por mantener significados puros, principalmente en los textos sagrados como los del Veda hindú a fin de que siempre fueran recitados o cantados en su versión original, de manera invariable”.

Añade luego, a manera de mayor ilustración, que “La Biblia judeo-cristiana, en cambio, ha pasado por varias traducciones, interpretaciones y adaptaciones lingüísticas, tanto como iglesias y sectas religiosas hay empeñadas en imponer su propia versión bíblica como la única y verdadera Palabra de Dios”.

Continúa diciendo que “El fenómeno evolutivo del lenguaje se debe, principalmente, al carácter arbitrario del siglo lingüístico… o del lenguaje. El significado de las palabras no tienen propiedad filogénica sino ontogénica, resulta de convenciones entre los usuarios”.

Como podrá apreciarse, Raúl no era sólo un experto en el lenguaje, sino que su riqueza cultural es tan vasta que sólo queda admirarlo por haberla alcanzado, casi sin que fuera advertido por buena parte de la población hispano hablante de Bolivia.

El distinguido colega Mario Ríos, en otro artículo que escribió dedicado también a Raúl, manifiesta que “Rivadeneira, chuquisaqueño de nacimiento, falleció a los 77 años de edad. El legado cultural (que dejó), beneficioso para quienes gustan de la lectura, el estudio, el conocimiento seriamente enfocado, se plasma en sus libros, los cuales encierran temáticas distintas, referencia clara de una cultura multifacética revelada sin aspavientos; sólo, con la satisfacción del deber cumplido. Muchos premios, distinciones y homenajes, enaltecieron su imagen. Sin embargo, hubo algo más valioso que todo lo recibido: el don de la sinceridad. A mayor conocimiento, mayor sencillez”.

Raúl, aunque fue miembro de la Academia de la Lengua de Bolivia, no ha sido suficientemente conocido y admirado, como se merecía, por sus compatriotas. En parte, porque personalmente no era afecto a lucirse ni figurar, pero al mismo tiempo porque en el país se lee poco, aparte que no se valora los talentos que posee.

Empero, en el caso de Raúl, bien harían las autoridades de educación en difundir su obra, no precisamente entre las personas mayores, sino entre los estudiantes de secundaria y de algunas carreras universitarias, para cultivar sus conocimientos en los tantos que tenía su virtuosismo intelectual.

Probablemente, pocos países de la región, por lo menos, tienen el privilegio de contar con mentes tan lúcidas como la que detentaba Raúl Rivadeneira Prada.

Escribo estas líneas inmensamente condolido por la pérdida de un amigo tan sencillo en su trato, pero cuando se hablaba con él era como estar trepado a las alturas más encumbradas del conocimiento, sin que él percibiera el impacto que causaba, por la modestia que caracteriza a su carácter y a su mente generosa.

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