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[Severo Cruz]

Por una patria digna de respeto


Parece que los bolivianos, con algunas excepciones ciertamente, vinimos al mundo signados con la fatídica señal de la intolerancia. Por consiguiente, somos intolerantes hasta con nuestra propia sombra; con quienes nos rodean o con quien convivimos en el hogar. Nos gusta pavonearnos ante propios y extraños. Nos gusta que nos tengan miedo. Nos gusta que nos digan: ¡qué carácter! Y hablamos fuerte, criticando e insultando, sin medir consecuencias.

Nos falta la humildad del cura Fernando Lugo, quien, siendo aún presidente del Paraguay, aceptó “someterse a un examen de ADN para determinar si un niño de 6 años de edad, llamado Lucas Fernando, es o no su hijo” (1). He ahí la humildad inspirada en la sabiduría y magnanimidad humanas.

En política, aquella particularidad se manifiesta con mayor intensidad. Somos intolerantes con los que están arriba, a quienes siempre hemos tratado de satanizarlos. Asimismo con los que están abajo, o sea en el llano, a quienes siempre hemos tratado de hacerles daño con medidas desatinadas. Por lo visto, los unos y los otros están involucrados en esta realidad. Y actúan de acuerdo con la intolerancia que asumen en su momento.

La intolerancia política, como bien sabemos, hizo mucho daño, en el pasado mediato e inmediato, a nuestro país. Le hizo daño en los momentos más críticos de su existencia, por ejemplo en la contienda del Chaco, cuyo hecho negativo se conoce como el “corralito de Villamontes”, por el cual el presidente Daniel Salamanca dimitió, ante la presión militar. Así se ha inscrito una nefasta página en la historia boliviana, que es resultado, obviamente, de la falta de tolerancia.

La intolerancia política ha devastado, en todos los tiempos, la señal de unidad nacional, en deterioro, por supuesto, del supremo objetivo: el desarrollo con paz, justicia social y mejores condiciones de vida. Es decir el “suma kamaña” o bienestar social. Dígase en aymara o español.

Esa actitud, porque no es otra cosa la intolerancia política, ha frustrado, asimismo, a las nuevas generaciones, quienes, pese representar el presente y futuro del país, no pudieron obtener empleos dignos, que les ofrezcan un porvenir llevadero. Deambularon con el título profesional bajo el brazo, inclusive, en busca de fuentes de trabajo. Fue una infructuosa e inútil búsqueda.

Los bolivianos, debido a esa actitud, estamos nuevamente enfrascados en problemas internos. Es decir estamos midiendo fuerzas, como si fuera novedad, inmersos en la intolerancia que enemista y divide, que cierra mentes y endurece corazones. Se actúa, pues, sin pensar en el futuro.

En este contexto no se vislumbra, ni remotamente, la voluntad política que permita, de manera urgente, ensanchar el camino de la reconciliación, por el bien común.

En suma, solo la tolerancia, en unidad nacional, hará de Bolivia una Patria digna de respeto.

(1) “Presidente Fernando Lugo acepta el examen de ADN”. EL DIARIO, La Paz - Bolivia, 5 de mayo de 2009.

 
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