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Recordando a Eduardo Abaroa

Samuel Castellón Arce

Habían transcurrido algo más de 40 años desde que el 13 de octubre de 1838, en el hogar de la familia Abaroa – Hidalgo, en San Pedro de Atacama, había visto la luz del día el niño que después sería el hombre predestinado a pelear para hacer frente a asaltantes chilenos y morir defendiendo los derechos territoriales de su patria, Bolivia.

El 14 de febrero de 1879, los bolivianos habíamos sufrido el atropello y el despojo de nuestro puerto de Antofagasta. En los sucesivos días, en el puente del Topáter, sobre el río Loa, las tropas agresoras chilenas buscaban acceder al pueblo de Calama luego que por su afán expansionista y sin encontrar resistencia alguna habrían avanzado hasta llegar a Tocopilla y asomar sus tropas cerca de Calama.

Antes de ejecutar su plan de ataque, los comandos chilenos previnieron a Ladislao Cabrera hacer entrega de Calama y evitar un desenlace de fatales consecuencias. La respuesta de don Ladislao fue como dice la historia: Defenderemos nuestro territorio hasta el último trance.

Eduardo Abaroa, hombre común, como lo califica Mariano Baptista, estaba dedicado a sus actividades privadas. Había sido nombrado Concejal, él pugnaba por llevar el sustento a su hogar, aquel que había formado junto a Irene Rivero y procreado hijos en unión informal, respetando tal condición por cerca de 10 años.

Una vez en conocimiento de lo que el vecino chileno se habría propuesto y con la certeza de que un desenlace amargo y triste se desataría en el pueblo de Calama, Eduardo se ausentó por varios días, tiempo en el que formalizó documentos para legalizar su matrimonio con doña Irene, lo mismo que ordenar sus papeles relacionados con sus actividades.

Definida la situación de avance chileno en una proporción de prácticamente 1 contra 5, se hizo los aprestos para hacer frente al enemigo. Don Ladislao Cabrera (totoreño) le dio la responsabilidad a don Eduardo Abaroa, para alistar algunos hombres a fin de defender el puente del Topáter que, entre otros accesos, era el único tramo que los compatriotas custodiaron para evitar el ingreso de los agresores hacia la población de Calama, ya que otros puentes habían sido estratégicamente destruidos para impedir que los chilenos pudieran utilizarlos para sorprender por los extremos a los pocos defensores que iban a operar con armamento escaso y precario.

Don Ladislao Cabrera en las circunstancias habría sido instruido para utilizar todas las armas que estuvieran a su alcance, pero sólo contaban con pocos fusiles, revólveres, cuchillos, palos, hasta tipo de espadas partidas por la mitad. Por ello don Ladislao dio como respuesta: “No contamos con armamento suficiente, lo que nos sobra son hombres”.

Frente a esta situación, algunos debían ir detrás de los que portando un arma podían disparar, pero una vez alcanzado por una bala enemiga al caer muerto, el que le seguía recogía el arma, disparaba para defender el ataque agresor, hasta correr la misma suerte de la de sus compañeros.

¿Rendirme? ¡Que se rinda su abuela, cara…! A continuación una descarga de fusil segó la vida de don Eduardo Abaroa, quien con su Winchester en la mano quedó sin vida, tendido sobre la estructura del puente, bajo el que corrían las aguas del río Loa, testigos de la cobarde invasión de tropas enemigas que a partir de este último reducto trajinaron a lo largo y ancho del pueblo, ocasionando que muchos pobladores tomaran camino a regiones como Chiu Chiu.

Dijo algún chileno sentimental: El combate que se libró en el puente del Topáter no fue uno de los más significativos y determinantes dentro el desarrollo de lo que después, y cerca de cuatro años, sería la Guerra del Pacífico. Con admiración reconoce que fue uno de los escasos momentos heroicos en los que se destaca la valentía y el coraje de don Eduardo Abaroa, boliviano que, junto a no más de 10 compatriotas destacados para cubrir ese acceso, ofrendó su vida en el puesto del deber.

Guardamos sus cenizas en el cofre de los héroes inolvidables y los bolivianos sentimos la emoción de su compañía permanente cuando recordamos cada 23 de marzo su muerte, a más de un siglo del Tratado de 1904 que Eduardo Abaroa ya no conoció. Llegará el día en que Bolivia, esa patria que defendió con su sangre, hará flamear nuevamente la tricolor boliviana en las costas del Pacífico, destacando su inmortal figura en el gran espacio territorial y marítimo de nuestro usurpado Litoral.

 
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