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El teatro está de luto

El telón de la vida se cerró para la actriz Agar Delós

> Doña Agar fue una de las actrices que se caracterizó por sus interpretaciones de la chola paceña, se destacó en el teatro popular e incursiones en el cine con la película “Amargo Mar” > El pasado año, fue sometida a una cirugía, pero continuaba desempeñando funciones en la Escuela Municipal de Artes de El Alto y falleció a los 82 años de edad


Agar Delós inició en el teatro social a los 16 años. Descubierta por el dramaturgo Raúl Salmón, junto a Rosa Ríos, fue una de las actrices que interpretó a la chola en una época de discriminación.
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El teatro está nuevamente de luto, la actriz paceña Agar Antequera, conocida artísticamente como Agar Delós, falleció ayer a los 82 años de edad, después de medio siglo en el escenario, por lo que varios artistas nacionales expresaron su pesar por la partida de una de las mayores referentes. Sus restos serán velados en el Salón de Honor del Teatro Municipal, tal como lo había expresado en una oportunidad.

Según publicación de (SMC/Gamlp), la artista que el pasado año fue sometida a una cirugía, continuaba desempeñando funciones en la Escuela Municipal de Artes de El Alto. La semana anterior presentó un cuadro delicado debido a la baja de sodio por una prótesis, “como los niveles se normalizaron retornamos a casa; sin embargo, hoy se nos fue”, dijo Oriana, una de los seis hijos de la actriz.

“El teatro era su vida, allí trabajó más de seis décadas y conoció a personas que reafirmaron su vocación actoral. Ahora retorna para su despedida final, nos honra que haya sido nuestra madre”, agregó. Doña Agar, conocida por la encarnación de la chola paceña en innumerables puestas en escena, reeditó el año anterior dos obras emblemáticas en su carrera actoral: “Me avergüenzan tus polleras” y “Los hijos del alcohol”, bajo la dirección de Juan Barrera.

La revista municipal de culturas Jiwaki publicó una nota sobre las alegrías y los sinsabores que el teatro produjo en ella. Reproducimos parte del artículo. “Era apenas una adolescente cuando el director y dramaturgo paceño Raúl Salmón probó sus condiciones para un papel en el estreno de la obra Los hijos del alcohol”. A los 16 años, Agar Antequera —su verdadero apellido— personificó a una drogadicta en la obra “Los ojos verdes” de Francisco Álvarez, dirigida por Humberto Rada de la Peña, actuación que validó su talento en el género dramático.

Cuando el país respiraba la atmósfera de la Revolución de 1952, decidió hacerse actriz de teatro convencida de que el arte escénico era lo suyo. La frase de Salmón “… si no puedes, quiere decir que no sirves para esto”, no solo zumbaron en sus oídos, sino que le hicieron perder el miedo al escenario y encontrar el oficio que se convertiría en la pasión de su vida. Agar empezaba a alejarse de un sueño que germinó a sus trece años, ser odontóloga.

Hay muchas razones que justifican la admiración de la actriz por su maestro. Don Raúl –como muchos lo conocían– quien le enseñó a no sentirse discriminada artísticamente por incursionar en el teatro popular. Cuando ella tomó esa decisión la visión sobre este oficio era diferente a la actual.

Desde niña, doña Agar recibió una educación muy “severa”, demasiado estricta para su corta edad, según ella. Optar por el teatro fue una decisión que le trajo algunos sinsabores como el hecho de que su abuela paterna, Luisa, jamás asistiera a una actuación suya. “Para ella era simplemente una vergüenza que vista de pollera en el escenario, que haga comedias o dramas. Cuanto más se indignaba, más me enorgullecía representar a la chola como era: humana, con sentimientos como cualquier ser que ríe, llora y sufre”, afirmó.

“Mi trato, el lenguaje y la actitud ha sido estimulante para las cholas que vieron que es posible librarse de prejuicios para salir adelante. Como actriz he respetado ese personaje. Reitero, la he mostrado como un ser humano real que expresa emociones y mucho aplomo en la vida. He tenido cuidado de no sobreactuar, porque eso desfigura al personaje, lo ridiculiza y caricaturiza. Sentí que mi trabajo podía cambiar la mentalidad de la sociedad y así lo hice”, señaló.

La familia Antequera, de la que proviene doña Agar, es chuquisaqueña y paceña, aunque ella nació en Araca, provincia Murillo, donde junto a sus hermanos pasó su infancia rodeada de pongos y envidiable naturaleza. Sus padres decidieron mandar a los cinco hijos a La Paz para iniciar sus estudios, vino con ellos una mujer de pollera para ayudar en la labores de casa. “Esa sirvienta como muchos la llamarían, no sólo formó parte de nuestra familia, sino que me inspiró su forma de ser y su consecuencia con valores y principios humanos, es difícil no recordarla cada vez que visto pollera, pero no para imitarla”.

La carrera artística de doña Agar había alzado alto vuelo en pocos años. De las tablas y el radioteatro dio un salto a la serie televisiva “La niña de sus ojos” de Antonio Díaz Villamil, producción en la que se puso otra vez la pollera para encarnar a la relegada como cuestionada chola y ser vista por miles de televidentes.

Raúl Salmón encontró que su fuerza y estilo actoral se parecían a la actriz española-argentina María Delós y sin pensar dos veces la bautizó artísticamente como Agar Delós, lo de Antequera –su apellido paterno– pasó a segundo plano, mucho más Murillo, el de su esposo. “Felizmente para esa época mi abuela paterna ya había fallecido, de lo contrario sí, le habría dado un infarto por quitarme el apellido de su hijo”, agregó sin evitar una carcajada.

Su madre apoyó su decisión a diferencia de su padre que permanecía en la finca por su profesión de agrónomo. A insistencia de ella, Doña Agar entró a la Normal “Simón Bolívar” para ser maestra de primaria, pero vino el matrimonio y la carrera quedó trunca a un año de su egreso.

Al pasar el tiempo se convirtió en una de las incansables promotoras para la creación de la carrera de arte escénico en la Universidad Mayor de San Andrés, un sueño largamente acariciado donde piensa volcar los conocimientos dados por Raúl Salmón, Carlos Cervantes, Humberto Rada de la Peña, Tito Landa, Juan Carlos Basi, Celso Peñaranda, Jorge Bustillo y Enrique Sandrini, inolvidables maestros del teatro.

La experimentada actriz consideró que acumular conocimientos y mejorar las capacidades debería ser una de las prioridades del gremio. La carrera académica está planteada de tal forma que involucra a todos los trabajadores del arte escénico. Este logro es parte de su trabajo al frente de la directiva de la Asociación Boliviana de Actores (abril del 2008 a febrero de 2011). En ese tiempo logró reducir el costo de las patentes que cada artista paga al municipio paceño por el uso de los teatros y dejó pendiente la inclusión de su gremio al seguro de salud universal y la adquisición de un mausoleo para los actores.

Como el propósito fue dignificar a un relegado sector social, luchó, incluso al interior de su familia, por reivindicarla, aspecto que le valió la condecoración “Pedro Domingo Murillo” otorgada por el municipio paceño en 2004, y la reconoció como la mejor actriz en la obra “Chuquiago nunca pierde”. La Fundación Simón I. Patiño valoró su aporte al teatro boliviano con una distinción.

Por la misma razón, varios directores de cine la invitaron a ser parte de los filmes “Amargo Mar”, “Paulina y el cóndor” (género de animación premiada por Unicef), “Para recibir el canto de los pájaros”, “Escríbeme postales a Copacabana”, “Amigo mío” por citar algunos. Es, también, la única actriz boliviana en representar el papel de doña Saturnina, en la obra “La niña de sus ojos”, en ocho oportunidades con elencos y directores diferentes.

Doña Agar es hermana de la locutora Elsa Antequera. Tiene seis hijos: Vania, Musmé, Maiza, Gonzalo, Claudia y Oriana, cada uno hizo teatro guiados por su experiencia, aunque después siguieron otros rumbos en la profesión que eligieron. Su primogénita casi nace en el escenario del Municipal cuando se encontraba en plena temporada con “El partido de la contrapartida” de Raúl Salmón. Mientras va recordando pasajes de su vida actoral y familiar, recibe la noticia del nacimiento de la séptima nieta, Manuela.

UNA VIDA DEDICADA A LAS TABLAS

La vitalidad de esta señora del escenario es tan grande que no deja de pensar en libretos, luces, escenarios y el correr del telón para que se produzca el sortilegio de la actuación. “No me concibo fuera del teatro. Pienso que fui una privilegiada en la vida por hacer lo que a uno le apasiona y hacerlo para vivir con dignidad. Yo vivo del teatro. Siento como una bendición la actitud de la gente que me saluda en la calle y me pide volver al escenario; no menos emocionante –agregó– es la asistencia a una temporada teatral con gente que formé en numerosos talleres de casi todo el país”.

“Creo que la lucha valió la pena. La gente aprendió a valorar sus raíces, a pensar que la pollera es cuestión de dignidad antes que vergüenza”.

 
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