Estado de conmoción civil



No se puede decir si por causa de no haber sido solucionados los problemas estructurales, la acción de algunos agitadores sindicales o la lenidad de las autoridades del actual Gobierno, el país se encuentra en ostensible estado de conmoción civil, que se ha venido gestando desde hace tiempo y que puede llegar a extremos inesperados que traten de llegar a la fórmula de “borrón y cuenta nueva” o la “solución por el desastre”.

En últimas semanas y días, la situación política a lo largo y ancho del país (en especial en la sede del Gobierno), alcanzó niveles que elevaron la temperatura a un estado capaz de romper todos los records antes conocidos, y así hacer estallar el termómetro del proceso político actualmente en desarrollo. Decenas de huelgas, paros, bloqueos, marchas y otras manifestaciones laborales clásicas agitaron de manera tempestuosa el ambiente y paralizaron las principales ciudades.

A esas formas de lucha se sumaron otras nuevas, como “tapiarse”, “enladrillarse”, “coserse los labios”, recurrir a las “huelgas de hambre secas”, levantar barricadas en algunos lugares estratégicos de la ciudad de La Paz, así como otras maneras de expresar protestas o reclamar reivindicaciones de todo tipo.

Se puede concluir que esas expresiones de diversos niveles de la sociedad boliviana -en especial de los sectores de obreros y clase media alta-, estuvieron a punto de estallar en una conmoción civil de grandes proporciones, similares a las que, en otros tiempos, derribaron del poder a gobiernos que no tuvieron la capacidad de solucionar las grandes cuestiones nacionales o que inclusive trataron de obligar al país a marchar contra el proceso de la evolución natural del desarrollo social, vale decir como querer hacer marchar hacia atrás las manecillas del reloj de la historia.

Obreros de la COB, maestros, médicos, parte de los empleados públicos, campesinos, chóferes, universitarios y otras clases sociales estuvieron movilizados en las calles y los caminos levantando su voz contra situaciones que se han venido acumulando en el país desde hace tiempo, sin que se les dé las soluciones respectivas. A ese panorama se sumaron fuerzas policiales. Un cielo de tempestad huracanado se presenta en el horizonte.

Sin embargo, debido a que las autoridades no enfrentaron esa situación en su oportunidad y correctamente, los movimientos sociales (otrora partidarios del régimen) sobrepasaron a los mecanismos de represión oficiales. Inclusive se rumoreó que el Gobierno del sexenio estaba dispuesto a dictar Estado de sitio para evitar ser expulsado del Palacio Quemado.

Al respecto, existen aspectos notables que confirman los hechos. En efecto, se dice que el partido gobernante “habría declarado un estado de beligerancia hacia el pueblo” y que, por otro lado, el pueblo también adoptaría esa misma actitud, lo cual sería ilógico. Pero lo que se observa es que, en efecto, el Gobierno declara la “guerra” sin motivo a algunos sectores (como los médicos) y después no sabe conducirla, porque no conoce las leyes de la guerra, al extremo de sufrir derrota tras derrota y, finalmente, tener que retroceder hasta su punto de partida, dejando temblando al país por causa de desprestigio y debilidad interior.

Pequeñas manifestaciones cuantitativas de grupos reducidos se han ido convirtiendo en grandes expresiones de enormes masas del pueblo. Es más, el crecimiento y acumulación de esos fenómenos sociales está por producir un cambio cualitativo que además, por mano propia, podría cerrar un ciclo histórico que empezó con tantas esperanzas, a no ser que se dé un drástico golpe de timón.

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