Vasili Arjipov, el hombre que impidió una guerra nuclear

Edward Wilson


Vasili Alexandrovich Arjipov, el hombre que impidió una guerra nuclear.

Si nació usted antes del 27 de octubre de 1962, Vasili Alexandrovich Arjipov le salvó la vida. Fue el día más peligroso de toda la historia. Un avión espía norteamericano había sido abatido sobre Cuba, en tanto que otro U2 se había perdido, desviándose al espacio aéreo soviético. Y mientras estos dramas hacían rechinar las tensiones más allá de un punto de quiebra, un destructor norteamericano, el USS Beale, comenzaba a lanzar cargas de profundidad sobre el B-59, un submarino soviético dotado de armas nucleares.

El capitán del B-59, Valentin Savitsky, no tenía manera de saber que las cargas de profundidad eran una serie de descargas no letales “de práctica” destinadas a obligar al B-59 a subir a la superficie. Al Beale se le sumaron otros destructores norteamericanos que se apiñaron para aporrear al B-59 sumergido con más explosivos. Un agotado Savitsky dio por hecho que su submarino estaba condenado y había estallado la Tercera Guerra Mundial.

Dio la orden de que se preparase el torpe-do nuclear de diez kilotones del B-59 para su lanzamiento. Su objetivo era el USS Randolf, el gigantesco portaviones que dirigía la fuer-za especial. Si el torpedo del B-59 hubiera hecho volatilizarse al Randolf, las nubes nucleares se habrían extendido rápidamente del mar a la tierra. Los primeros blancos habrían sido Moscú, Londres, las bases aéreas de Anglia Oriental (Inglaterra) y las concentraciones de tropas en Alemania.

La siguiente oleada de bombas hubiera barrido “objetivos económicos”, un eufemismo que designaba a la población civil: habría muerto más de la mitad de la población del Reino Unido. Mientras tanto, el SIOP (Single Integrated Operational Plan, Plan Único Operativo Integrado) –un escenario apocalíptico que reflejaba la orgía a lo Götterdämmerung del Dr. Strangelove– habría lanzado 5.500 armas nucleares contra un millar de blancos, entre los que se contaban estados no beligerantes como Albania y China.

Qué le habría sucedido a los EEUU no es seguro. La razón misma de que Jruschov enviara misiles a Cuba estribaba en que la Unión Soviética carecía de ICBMs (misiles balísticos intercontinentales) de largo alcance como forma de disuasión creíble contra un posible ataque norteamericano. Lo que parece probable es que Norteamérica habría sufrido menos bajas que sus aliados europeos. El hecho de que Gran Bretaña y Europa Occidental fueran consideradas por algunos en el Pentágono como alfiles prescindibles era el gran tabú inconfesable de la Guerra Fría.

Cincuenta años después, ¿qué lecciones se pueden sacar de la crisis de los misiles cubanos? Una es que, durante una crisis, los gobiernos pierden el control. La peor pesadilla del secretario de Defensa norteamericano, Robert McNamara, consistía en el lanzamiento sin autorización de armas nucleares. McNamara ordenó que se adosara cerrojos PAL (Permissive Action Links, conexiones que permiten ponerlos en marcha) a todos los ICBMs. Pero cuando se instalaron los PAL, el SAC (Strategic Air Command, Mando Aéreo Estratégico) puso todos los códigos en 00000000 para que los candados no impidieran un rápido lanzamiento en el curso de una crisis.

La seguridad de las armas nucleares siempre será un asunto humano, a todos los niveles. En cierta ocasión, Jimmy Carter, el más sensato de los presidentes norteamericanos, se dejó los códigos de lanzamiento nuclear en el traje cuando lo mandaron a la tintorería.

La Guerra Fría ha concluido, pero las infraestructuras termonucleares de los EEUU y Rusia continúan en su lugar. Y el riesgo de un intercambio nuclear entre las superpotencias sigue siendo bien real. En 1995, un radar ruso de alerta temprana confundió un cohete meteorológico noruego con un misil balístico lanzado desde un submarino norteamericano. Se envió una señal de emergencia al “Cheget” del presidente Yeltsin, la maleta nuclear con los códigos de lanzamiento. Yeltsin, presumiblemente con el vodka a mano, tuvo menos de cinco minutos para adoptar una decisión sobre un ataque de represalia. “Mientras sigan existiendo las armas nucleares, las posibilidades de supervivencia de la especie humana son escasas”.

Todos los estudios de análisis del riesgo a largo plazo apoyan la afirmación de Noam Chomsky. Ploughshares (literalmente “Arados”, organización pacifista norteamericana por la reconversión de las armas nucleares) calcula que existen hoy en el mundo 19.000 cabezas nucleares, 18.000 de las cuales se encuentran en manos de los EEUU y Rusia. Sea cual sea la cifra exacta, los arsenales nucleares norteamericanos/rusos son los únicos capaces de destruir por completo toda vida humana…

Por encima de todo, la crisis de los misiles de Cuba demostró que el problema son las armas mismas. Gran Bretaña se encuentra ahora en una posición de salida destacada para encabezar una "carrera de desarme nuclear". En una carta al Times en 2009, El mariscal de campo Lord Bramall y los generales Lord Ramsbotham y Sir Hugh Beach denunciaron los Trident (submarinos del programa de armamento nuclear británico) como algo “completamente inútil”. Deshacerse del sistema puede ser algo para lo que no hacen falta muchas luces, de acuerdo con los generales, pero no lo es para los políticos temerosos de una opinión pública que hace equivalentes las armas nucleares a vagas nociones de “ser fuertes”.

Y con todo, librarse de los Trident otorgaría al Tesoro británico una ganancia inesperada de más de 25.000 millones de libras, suficiente para financiar un millón de viviendas asequibles. La decisión de no iniciar la Tercera Guerra Mundial no se tomó en el Kremlin o en la Casa Blanca sino en la sofocante sala de control de un submarino. El lanzamiento del torpedo nuclear del B59 requería del consentimiento de los tres oficiales superiores a bordo. Arjipov fue el único en negar su permiso.

Es cierto que la reputación de Arjipov fue un factor clave en la discusión en la sala de control. El año anterior el joven oficial se había expuesto a graves radiaciones en un intento de salvar un submarino con un reactor sobrecalentado. Esa dosis radioactiva contribuyó a su muerte en 1998. Así que al alzar nuestras copas este fin de año, no podemos más que brindar en tu memoria. Gracias, Vasya.

ARGENPRESS.info

 
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