Ser indígena en la política

Nicómedes Sejas T.

Es innegable que la novedad más notable del último medio siglo es la emergencia del movimiento indígena, del indígena como protagonista de la acción política, fundado en la reivindicación de sus derechos enunciados en la Constitución, nunca garantizados, y una orientación cultural de vertiente indígena (andino-amazónica). Este nuevo actor de la política ya no es reductible a conflictos de clase o de carácter regionalista. Desde el punto de vista sociológico, los actores de la política han dejado de ser las clases sociales, en realidad nunca lo fueron, tampoco como se hizo creer las poblaciones regionales. De modo que no es apropiado hablar de conflictos de clases ni de intereses de cambas y collas.

Los nuevos actores sociales de la política se han desarrollado en el seno del sistema social denominado colonialismo interno, un sistema de relaciones sociales establecidas entre los gamonales o señores de la tierra (los hacendados criollos, herederos de los encomenderos) y una población mayoritaria condenada al pongueaje.

En tal sistema primaba la explotación de los recursos naturales y la fuerza de trabajo gratuita o con simbólicas remuneraciones; la economía era de subsistencia, sin posibilidades de modernización; el sistema de autoridad estaba concentrado en manos del hacendado. Las crisis y las confrontaciones sobre la propiedad de la tierra, por los derechos y el reconocimiento de la dignidad y cultura indígena terminaron por configurar una realidad sociopolítica más incluyente.

Los líderes políticos no se han percatado de este cambio o percatándose se resisten a esta nueva realidad irreversible. Los líderes del oficialismo que lograron legitimarse en el poder como genuinos representantes de las luchas anticoloniales indígenas, una vez en el poder no tardaron mucho para desenmascarar sus motivaciones revolucionarias inhibidas, mientras tomaban el control del poder y de sus mecanismos. Los luchadores de sacrificadas jornadas en marchas y bloqueos de caminos por defender su derecho a la subsistencia, no tuvieron otra alternativa que involucrarse con la producción de la coca excedentaria, con la consecuencia de defender un producto considerado ilegal, al mismo tiempo, convirtiéndose en los héroes simbólicos de los marginados de esta sociedad. Los líderes cocaleros accedieron al poder en la ola de los movimientos sociales que representaron el descontento generalizado y una genuina aspiración por conquistar sus derechos conculcados.

La confrontación social decantó a los líderes tradicionales del colonialismo interno de los nuevos líderes que surgían en las filas de las luchas indígenas y populares hasta resolver la alternativa de poder mediante los mecanismos del régimen democrático, el voto popular. La nueva hegemonía se construyó como un proceso de descolonización, profundizando la democracia con nuevas oportunidades para los marginados y, sobre todo, fundado en una nueva base de legitimidad indígena y popular. En el momento de euforia del triunfo, muchos líderes cocaleros y líderes indígenas se incorporaron a la burocracia estatal, pero tan luego los aliados de la vieja izquierda se fortalecieron en el poder pudieron prescindir de estos cuadros sobre cuyos hombros llegaron al poder.

El partido que accedió al poder en nombre del movimiento indígena y popular emergente no tardó mucho en deslegitimarse, renunciando a los objetivos de la lucha indígena anticolonial, suplantando en su lugar el denominado “socialismo comunitario”.

En la nueva realidad no se puede disputar el poder ignorando la representatividad étnica indígena popular en la política. Se podría detallar la estructura orgánica de los opositores, de sus líderes y seguidores, pero parece suficiente con relievar sus rasgos más notables. Los líderes que se aprestan a disputar el poder exhiben abundantes pergaminos logrados en la función pública, donde han acumulado suficiente capital político y también económico; desde ya, la acción política parece haberse convertido en una función económica, en la medida que los poderosos económicamente reclaman para sí el derecho de ser los únicos líderes.

Los líderes de la oposición insisten en sus obsoletas formas de hacer política; intentan acercamientos con líderes indígenas descontentos con el desempeño del MAS en el poder; propician alianzas publicitadas con organizaciones aymaras y quechuas; se visten de poncho y participan de un apthapi, pero no reconocen la dignidad del hombre andino-amazónico ni se interesan por los valores de su cultura; pretenden disputar el poder, pero sin asumir la causa indígena ni un programa coherente de descolonización.

Estos líderes tradicionales requieren el concurso de los indígenas como electores no como actores y sujetos políticos del proceso de descolonización. A estos líderes tradicionales les basta con hallar electores descontentos para reclutarlos en función de su estrategia de poder, son importantes en cuanto contribuyen a sus propósitos. En el fondo estos líderes tradicionales superponen sus prejuicios de la democracia representativa sobre la democracia comunitaria; por esta razón se bastan con lograr su delegación y, como siempre sucede, ejercen su mandato popular soberanamente sustituyendo la voluntad de su mandante.

Un segundo rasgo de estos líderes tradicionales es que saben que las elecciones se ganan en las urnas y que el mayor caudal electoral se halla concentrado en las ciudades eje del país; por otra parte, que el universo de electores tiene mayoritariamente un rasgo de identidad étnica. De esta constatación estadística deriva el interés de seducir a aquellos electores con los viejos métodos clientelares y como ya es obsoleto ser revolucionario, es importante bañarse de una representatividad indígena.

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