[Raúl Pino-Ichazo]

Celos y uxoricidio



La historia y la literatura son ricas en ejemplos sobre los celos que son ex-presión inequívoca de la inseguridad de la posesión: Otelo con la obsesión del Moro que tiende a inducir a aborrecer el amor; su falta de sentido crítico le inclina a prestar atención a las sutiles y premedita-das insinuaciones de Yago y su imagina-ción le crea una jaula en que va quedar prisionero como un implacable felino en su fiereza. Gabrielle D Annuncio en el “Ino-cente” describe magistralmente la pasión de Tulio Hermill que estremece al lector por el crimen que comete por su mucho amor.

El celoso de imaginación duda sin prue-bas temiendo el engaño que zahiere su amor propio y dignidad; el celoso de los sentidos que supone o sabe, duda de la exclusiva posesión en el futuro y sufre de no poder olvidar lo que ha perdido, y más intensos son los celos del corazón que perdonan y siguen amando, decantando la conclusión que a cada temperamento le corresponde un tipo distinto de celos.

Los celos difieren en cada individuo pues nunca se equiparan el temperamento y la experiencia. El que ama como Wer-ther, la excepcional creación de Goethe no puede tener celos análogos a los que aman como Don Juan; el inteligente, el tonto, el soberbio y vanidoso, el digno, el joven, el viejo celan de distinta manera así cada celoso tiene los celos según su forma de amar.

Son diferentes en profundidad los celos del amante y del cónyuge, pues son muy distintos los egoísmos exaltados en celos por la seguridad de posesión y en el aman-te obra el amor propio, mientras que prima en el cónyuge el sentimiento de propiedad. La infidelidad revela al amante la desilu-sión de otro amor y le humilla admitir la desilusión amorosa del ser que aun sigue siendo el objeto de su propia ilusión; por el contrario, para el cónyugue la infidelidad representa un hurto en perjuicio de la po-sesión exclusiva y perenne pactada con-tractualmente en el matrimonio.

Ilustrativo para el lector es distinguir los celos de otras pasiones que le son pareci-das; suele denominarse amor a varios sentimientos que tienen raíces instintivas diversas y no presentan un homogéneo contenido afectivo y con la misma impreci-sión se denominan celos a varias formas de egoísmo o de envidia; los niños, se dice, celan a sus hermanos cuando los suponen preferidos, los padres se celan entre si cuando se concede a otros la con-fianza que cada uno ansiaría le estuviesen reservadas en exclusividad. Es en el amor propiamente dicho en que la afección en-tre personas de distinto sexo donde los celos expresan pa-sión desequilibrada y casi siempre dramática y conmo-vedora.

La imaginación estructura los celos más trágicos; el celoso imaginativo construye absurdas quimeras que lo obsesionan, no teme lo que sabe sino lo que ignora; los celos de imaginación cuando nacen sobre temperamentos perversos se convierten en un insaciable afán de hacer sufrir, en un verdadero sadismo sentimen-tal. Los celos del que ama con los sentidos sufre la pasión de los celos bajo otra forma ya que objetiva las imágenes físicas de la infidelidad y esta clase de celos tiene parte mayoritaria el sentimiento de propiedad que el amor propio; el daño causado irrita mas que el temor de la perdida de reputa-ción y, si no puede perdonar, debe dejar de amar pues seguirá atormentando a la per-sona que pretende seguir amando.

Cuando solo se ama a sí mismo no pue-de seguir llamando amor a su vanidad, a su odio; el mal ajeno nunca fue remedio al dolor propio pues se extraña la dignidad en los celos que no perdonan ni olvidan. Por ello la moral cristiana no es obsecuente cuando pregona que debe preferirse al ce-loso que sufre y perdona y no así al celoso que odia y mata. Hoy convivimos con ho-rror el incremento espeluznante de casos de feminicidio en Bolivia como efecto, te-niendo como causa o fundamento a los celosos imaginativos cuyos celos son odio que ciega, vanidad que los convierte en verdugos y en victimas. Lo razonable a este inextricable tema que en este articulo se analiza con aproximación seria que todo hombre sea digno y renuncie al amor de la persona cuya ilusión sentimental no ha podido preservar, por su acendrado machismo no superado y su afán de pose-sión, de lo contrario, está latente su poten-cialidad a la comisión de feminicidio, por ello, es un imperativo que la felicidad de los amantes se emancipe de los prejuicios egoístas que envenenan toda experiencia sentimental, obteniendo como corolario importantísimo que se debe respetar pro-fundamente a la mujer y con convicción, al ser más importante de la creación, y ese respeto implica no agredirla ni con un pé-talo de rosa…. expresado coloquialmente.

Raúl Pino-Ichazo T., es Abogado Corporativo, Postgrado en Conciliación y Arbitraje.

 
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