[Jaime Martínez]

Muerte y violencia ¿sólo en México?


La desaparición de 43 personas en Iguala, México, ha conmovido al mundo porque no sólo han sido secuestradas, sino, probablemente torturadas y asesinadas por bandas delincuenciales. Además, lo que ha indignado a la gente de ese país y del mundo, es que la policía del Estado de Guerrero está involucrada en esos hechos; para colmo, las autoridades políticas también están acusadas de esas desapariciones. Por eso, nuestras autoridades deben vigilar con mucho cuidado a quienes tienen mando, poder para hacer algo que los beneficie personalmente o como grupo.

México está en la cúspide de su violencia, Bolivia, desgraciadamente, no está muy lejos. Ya se ha producido la desaparición de algún dirigente cocalero de los Yungas, sin que hasta hoy, años después, se tenga noticia de la suerte de esa persona; se ha quemado en plena plaza del pueblo a algún alcalde, por pugnas internas de poder o como señal de lo que le espera al que tenga el atrevimiento de resistirse a consignas; se mata en las calles, a plena luz del día, o en internets, al que le debe algo al mandón del grupo, y los ajustes de cuentas suman y siguen en varias ciudades.

El narcotráfico, fuente de dinero en abundancia, es enemigo de la sociedad porque disuelve las fuerzas morales del ser humano; la organización delincuencial se vale de las personas para convertirlas en cosas que la ayuden a dominar al otro mediante la violencia, el terror, etc. ¿Qué está pasando en el mundo para que se desate tal ola de violencia? ¿Por qué las autoridades se valen de su cargo para sus fines personales, y no dudan en cometer delitos con tal de satisfacer su apetito de poder y de dinero?

La violencia se ha ido apoderando de los corazones de círculos cada vez más amplios de la gente en diferentes países. Basta ver, por ejemplo, el continuo maltrato al que son sometidos niños y mujeres en el seno del hogar, y que suelen acabar con la muerte de las víctimas; o la cantidad de guerras que el mundo está confrontando en la actualidad; o las actitudes de adolescentes reunidos en grupos, los cuales se adueñan de partes de las ciudades, etc.

¿Por qué está acrecentándose la violencia? Varias son las causas. Una de ellas es el relativismo intelectual y moral en el que hemos caído. La moral se ha relativizado a tal punto que ha perdido su norte, ya no se acepta una norma de comportamiento encerrada dentro de límites precisos que nos permitan decir: esto está bien; esto es permisible, pero tengamos cuidado; o, esto está claramente mal, y, por tanto debe ser sancionado.

Por otra parte está el tipo de sociedad en la cual estamos viviendo. Nuestro ambiente muestra la serie de presiones psicológicas, sociales, etc., a la que está sometida la persona. El individuo se ha ido encerrando en sí mismo, ha perdido el sentido de solidaridad, y por eso, no tiene más horizonte que el de su propio yo; ese yo que quiere satisfacerse aun a costa de los demás, porque los otros son vistos como medios para que yo logre mi fin: tenerlo todo, ser poderoso, etc., y, claro, la sociedad es cada día un universo de lobos peleando con lobos.

La sociedad tiene fuerzas humanas que la forman, y fuerzas humanas que la destruyen. La sociedad es el resultado de la suma de actitudes de las personas concretas, en un lugar y tiempo específicos: aquí y ahora. Se construye grupo con la ayuda mutua, con el apoyo de energías espirituales y materiales reunidas mediante el amor, la solidaridad. Esas potencias buscan un norte, lograr que el yo se una con el tú para volverse esencialmente un nosotros, en el cual se enlazan las necesidades y anhelos de todos.

Por eso, ese nosotros en el que se integran el yo con el tú, substituye al puro yo, lo vuelve positivo, fuerza de ayuda para el otro, con capacidad de hacer grupo social. Las fuerzas negativas, aniquiladoras de la sociedad, son aquellas que no han logrado vencer la fuerza disolvente del egoísmo. Por eso se desata la violencia, que es una manifestación de la frustración de la persona, de su resentimiento; y mira al otro como a enemigo, o causa de sus errores, sobre quien hay que descargar la ira acumulada.

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