[Rodolfo Becerra]

El paisaje, obra maestra de la naturaleza


Muchas veces miramos a nuestro derredor y no vemos las maravillas que nos circundan; peor, no se las valora en su infinita belleza. La naturaleza ha llamado la atención en todo el mundo y hay imágenes de accidentes geográficos y paisajes urbanos que circulan en postales, calendarios y, quizás, son los artistas los que los han plasmado en sus obras, trasmitiendo sus misterios; y los científicos, los viajeros y aventureros han apreciado su insondable hermosura. Una zona marina, montañas, ríos, bosques, toda la biodiversidad que puebla la naturaleza, forman un mundo mágico y encantador.

Para conservar aquellos lugares, los estados han creado las áreas protegidas con diversas categorías de manejo, que son más concepciones burocráticas para el pasar de biólogos y ecologistas. Siguiendo aquellas corrientes, en Bolivia también se ha dictado disposiciones legales protectoras, bajo el patrocinio del Estado y alguna vez por iniciativa personal de algún amante de la naturaleza, como sobre el Parque Nacional Torotoro. Pero es desde la fundación de la Liga de Defensa del Medio Ambiente (LIDEMA), bajo el patrocinio y financiamiento de USAID, y una cantidad de ONGs que la integran, que en Bolivia se ocupan de las áreas protegidas, con mayor énfasis bajo el concepto de la defensa del medio ambiente, invirtiendo en ello grandes cantidades de fondos provenientes mayormente de la cooperación internacional; estableciendo categorías de manejo de parque nacional, incorporando demagógicamente, cuándo no, las áreas protegidas de manejo integrado, monumentos y santuarios naturales y otras. Pero en estas categorías de protección no están involucrados, específicamente, los paisajes relevantes, que son la obra maestra de la naturaleza, dispersos a lo largo de nuestra geografía patria, con una diversidad y multiplicidad pasmosas.

Nos referimos a las simples caídas de agua o las brumosas cataratas, los torrentes cantarinos que se abren paso entre peñascos y vegetación, las montañas con sus colores y formas caprichosas, algunas cubiertas con nieve resplandeciente; los desiertos grandiosos, los lagos encantados con matices azulados o reflejando el inmenso cielo, unas veces nebuloso, otras de cristalina diafanidad; bosques con infinidad de árboles que cobijan otras especies vivientes, campos y llanuras floridos; el cielo infinito que se retrata en los espejos de agua… Toda esta maravilla que encierran los parajes, son los paisajes como expresión de la naturaleza que traza fantasías de formas, colores y aromas.

Pero esta categoría, la del paisaje, parece que sólo existiera en la sensibilidad de los artistas y estetas, encantando a espíritus superiores que tienen la aptitud de admirarlas y embelesarse con la naturaleza.

En los ámbitos urbanos su apreciación estética puede ser diferente, pero siempre en consonancia con el paisaje natural que le da marco, como la ciudad de La Paz, donde las montañas nevadas que la circundan tienen que ser apreciadas desde todos los lugares y no ser ocultadas por edificios que no deben obstruir la vista, por ejemplo del Illimani, que es “la corona, el arco triunfal, el Olimpo andino, el achachila vigilante severo y sereno de esta ciudad encantada, belleza colosal que los paceños de tanto mirarlo no lo ven y por eso no lo aprecian. Falta, en las autoridades sobre todo, criterios de preservación y de magnificar el paisaje natural. No se puede disimular el sobrecogimiento que se siente al contemplar la ciudad, recostada en las laderas, trepando los cerros y a los fondos las montañas azuladas con penachos de nieve y, surgiendo en medio, como un portento, el Illimani con sus crestas níveas que aparece sobresaliendo por encima de la urbe, cual blasón de gestas heroicas, siempre cambiante, nunca el mismo, diferente en cada instante en luz y colores, pero imperturbable en su majestad y belleza, tan cercano al cielo que parece su confín”.

El defecto está en que se elige a políticos para autoridades y hay ciudades que merecen artistas, personas cultas o estetas que modelen sus líneas urbanas y construyan grandiosos monumentos que compitan con la magnificencia del escenario circundante.

Hay tantos espacios urbanos en otras ciudades y en las provincias que están perdiendo su hermosura por causa de la demagogia y pobreza política. En Bolivia hay paisajes naturales de singularidad impresionante que deben ser conservados. Por ejemplo, no se puede destruir la belleza paisajística del Parque Nacional Torotoro, el cerro Huayllas con sus dibujados y coloreados arcos, las enigmáticas montañas del oeste con sus formas acorazonadas, sus bellísimos cañones con torrentes de agua y las cavernas profundas que le sitúan como el más importante sitio espeleológico de Bolivia, belleza escénica que no debe alterarse en lo más mínimo. Sólo así puede aspirar a que sea declarado Monumento natural e intangible de la Humanidad.

Se puede citar muchos monumentos naturales que gritan para ser conservados y admirados por las generaciones presentes y futuras.

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