De lo sublime a lo ridículo…


 

El denominado “caso Belaunde” no pudo pasar desapercibido para el acucioso mundo de periodistas y analistas políticos nacionales y extranjeros. En particular, ha sido objeto de sendos editoriales en la prensa, confirmando, en esa forma, la magnitud del problema originado por ese personaje peruano que, a título de “perseguido político”, buscó refugio en Bolivia hace meses.

El trámite de extradición solicitado por el gobierno de Lima tuvo características particulares que, en todo caso, mostraban que se estaba cumpliendo disposiciones legales y que el asunto tendría un final sin mayores proyecciones y sería enterrado por lo menos en nuestro país.

Pero la situación de Belaunde se agravó a raíz de su fuga de la prisión domiciliaria donde estaba detenido, hecho que dejó paralogizadas a las autoridades del Gobierno, al extremo que el Presidente del Estado ordenó personalmente a la Policía que se diese con el paradero del prófugo, instrucción que -se dijo- fue la que permitió la movilización de los uniformados, pues, según el ex ministro Hugo Moldiz, la propuesta de una “reforma policial” originó “resistencia” y “puede ser un factor de desestabilización” del régimen.

La huida del peruano provocó remezón en medios oficiales y produjo una purga administrativa que derribó de su sitial al Ministro de Gobierno, al Comandante de la Policía y al Jefe policial de La Paz. Fue designado, a la par, un nuevo Ministro de Gobierno que, tomando las líneas de la investigación inicial, dio con el peruano casi en la frontera con Brasil, donde recibiría asilo junto con otros numerosos bolivianos que se acogieron a ese beneficio desde el comienzo del gobierno del MAS.

Finalmente, el evadido fue fácilmente capturado gracias a haber sido detectado por técnicas modernas, traído a La Paz y de inmediato puesto en la frontera peruana en acción personal del presidente Evo Morales, varios de sus ministros y altas autoridades. Tal actitud presidencial causó asombro en la opinión pública interna y externa, al constatar que tan alta autoridad cumplía labores de mínima cuantía.

Esa actitud poco constructiva causó el rechazo del presidente Ollanta Humala que sostuvo: “Acá en el Perú, los presidentes no vamos a recoger presos”. Agregó: “Es inusual y no es nuestra costumbre que los presidentes vayan a entregar o recibir presos”. La prensa también recordó que cuando Evo Morales llegó al Desaguadero con el fugitivo, habría dicho: “¿Dónde está Ollanta?”.

En todo caso, un asunto que se desenvolvió con tintes de un drama de toda seriedad terminó haciendo reír y haciendo recordar la frase lapidaria: “De lo sublime a lo ridículo no dista más que un paso”.

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