PERSONAJES

Mata Hari, la diva del misterio

Margaretha Geertrudia Zelle fue la mujer más famosa de su tiempo, una espía que puso en jaque a los servicios de inteligencia europeos durante la Primera Guerra Mundial. Entre danzas llegadas de Java y secretos militares la bella holandesa forjó su leyenda.


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Es lo bonito de estas historias, que a falta de pruebas concluyentes y de datos contrastados crecen las leyendas y alcanzan el rango de mito. No es raro encontrar una versión y a renglón seguido la contraria. Pero es que casi 100 años después de su fusilamiento, la vida de Mata Hari sigue fascinando tanto como fascinó en vida. El tiempo no hace si no sumarle esplendor a una biografía al filo del peligro, entre danzas sensuales y secretos de Estado. Fue la espía más famosa de todos los tiempos, tan adorada sobre los escenarios como codiciada mensajera de los dos bandos en guerra. Ésta es la historia de una jovencita holandesa de familia burguesa que se inventó a sí misma en la isla de Java y se convirtió en una pieza clave en la Europa de la Primera Guerra Mundial. Su final, trágico como pocos, culminó una biografía propia de un best-seller. Belleza, sensualidad y un magnetismo único capaz de hechizar a todo aquel que se le pusiera por delante.

Margaretha Geertrudia Zelle nació en 1876 en Leuwbardem, hija de un aburguesado fabricante de sombreros. Con el beneplácito de su padre contrajo matrimonio con el oficial holandés Rudolf MacLeod, determinado a hacer carrera militar. Aquella unión era la oportunidad perfecta para su hija de ver mundo, y el primer destino donde se embarcó la pareja fue la isla de Java (por entonces colonia holandesa). Pero nada resultó como había sido planeado. El matrimonio no funcionó, pues el oficial se ausentaba largas temporadas y cuando regresaba Margaretha era víctima de su cólera. Tratando de evadirse de una realidad tediosa a ratos y a ratos cruel, se involucró con ahínco en la cultura local; y aprendió las tradiciones indonesias con especial dedicación por la danza. La fría Holanda de otros tiempos quedaba muy lejos y ante sus ojos florecía un paisaje exuberante y rico, cargado de sensualidad y misterio. Un bálsamo adictivo al que se abrazó con fuerza; una tabla de salvación para uno de los capítulos más amargos: de los dos hijos que tuvo con el oficial uno murió y la otra enfermó de sífilis, envenenados por una niñera celosa de la esposa. Empieza entonces la historia negra de Margaretha, con rumores jugosos que la acompañarían de por vida. Pero Margaretha ya no era Margaretha, sino Mata Hari (el Ojo del Amanecer), y la isla no podía contener a una mujer como un torbellino. París fue el destino elegido por Mata Hari para mostrarle al mundo algo de lo aprendido en los Mares del Sur.

Mata Hari llegó a la capital del Sena como bailarina, y no tardó en cosechar excelentes críticas entre las clases pudientes. La gente adinerada acudía en tropel a verla bailar sin descanso, danzando hasta el éxtasis. Bidones de gasolina a una hoguera en llamas: Mata Hari popularizó una danza en la que se desprendía de la ropa lentamente hasta quedarse completamente desnuda. Escandalizada y fascinada, Europa cayó rendida a sus pies. La bailarina se paseó por todas las grandes capitales del Viejo Continente, y en todas trabó influyentes amistades: del marqués al militar, del sicario al barbero. Todos la querían y todos querían estar con ella. Indolente y estudiadamente ajena al poder que ejercía en los hombres se dejó querer por unos y otros. Y entre la fascinación y el morbo, las puertas de las altas esfera europeas se abrieron de par en par para esta belleza de melena frondosa, rostro delicado y cuerpo voluptuoso. 

La Gran Guerra estaba a punto de estallar, y la bailarina y sus devaneos no pasaron inadvertidos para los servicios secretos de inteligencia. Mata Hari se perfilaba como la perfecta espía, requerida en todos los círculos de poder y en constante viaje de una ciudad a otra. Aliados y alemanes le echaron el ojo, pero ella no se decantó por nadie y aceptó ambas colaboraciones. El dinero y las muestras de gratitud llegaban sin descanso mientras Mata Hari llevaba mensajes de un lado y de otro. La situación era mucho más peligrosa de lo que ella imaginaba y por un diminuto hueco se escapó la liebre y saltó la sospecha. El bando aliado interceptó un mensaje con un nombre en clave: H21. La duda planeaba sobre la cabeza de Mata Hari, y ella mordió el anzuelo. De camino a España conoció a un militar alemán, aceptó la misión que éste le proponía, y el mensaje cayó en las manos equivocadas. Mata Hari fue detenida y juzgada en París en 1917; se le acusaba de traición y espionaje al servicio de Alemania. Francia y el bando aliado tenían frente a sus ojos a una traidora culpable de la muerte de millares de soldados –como reseñó la prensa de la época–. En un último intento y a la desesperada, la bailarina empezó a mandar cartas a todas sus amistades, negó hasta la saciedad la traición pero terminó por aceptar que había cobrado dinero del bando alemán. Frente al paredón, Mata Hari murió fusilada por un escuadrón de militares franceses el 18 de octubre de 1917. La fundación que lleva su nombre sigue en el empeño de reabrir el caso y absolver la figura de Mata Hari, una mujer fascinante que dominó Europa entre secretos y danzas. Puede que al final sepamos toda la verdad, y la verdad no sea más que un monto de humo y habladurías, pero la historia de la bailarina que llegó de Java siempre será una vida repleta de leyenda. 

 
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