[Alberto Zuazo]

Punto aparte

Nueva justicia en Bolivia


El sistema judicial en el país ha llegado a un grado de desprestigio, tanto por su funcionalidad como por la corrupción, que requiere buscar otro tipo de justicia, al margen de todo lo conocido, pues su actual deterioro es parte de un proceso de antigua data.

Una mirada en retrospectiva a la justicia del país, permite establecer que tampoco tuvo en el pasado la calidad que necesariamente debe tener toda sociedad, porque son sus intereses que se ponen en juego en los procesos y litigios que se ventilan en sus ámbitos.

Ante esta conclusión, por supuesto nada grata, la cuestión no tendría que reducirse a las denigraciones y menos quedarse en los lamentos y peor cruzarse de brazos.

En este orden, es posible que haya varias maneras de resolver el problema. Entonces, cuantas más iniciativas y propuestas se pongan a la consideración pública, sobre la materia, seguramente que tendrán el aprecio y la acogida que se merecen.

Se tiene prevista realizar próximamente una reunión “cumbre” para tratar específicamente la crisis de la justicia. Empero, los preparativos para llevarla a efecto no son mayormente alentadores. Ojalá haya un equívoco al respecto, pero en estas eventualidades siempre ronda el escepticismo. Ello no implica precisamente asumir una actitud negativa, pero tampoco ser optimista, más todavía cuando los antecedentes del tema son deplorablemente muy poco estimulantes.

Al considerarse en estas líneas que la justicia está en quiebra, implícitamente se tiene la predisposición de sugerir alguna de aquellas iniciativas.

A la luz de lo que ocurría en el pasado y de lo que sucede en el presente, al hablarse de quiebra del sistema judicial, obviamente sin pretensiones magistrales, la propuesta que se tiene puede ser excesiva, pero el único propósito que la inspira es el mejor servicio público.

Introducir variantes paliativas a la quiebra de la justicia sería, en el fondo, más de lo mismo. Entonces, cuando un cuerpo llega a la inanición, lo que corresponde es sepultarlo, aunque con el pesar necesario. Más claro, acabar con algo que no tiene ya remedio a la vista.

Ante un fracaso de tanta magnitud, lo pertinente es cambiar la forma de organizar el sistema judicial, puesto que sociedad alguna podría estar en condiciones de prescindir de él.

La fórmula más viable y democrática podría ser entregar la justicia a la administración de los vecindarios, siempre que todos se sientan comprometidos en participar, porque tener una buena justicia concierne a cada ciudadana/o, no sólo a legisladores y gobernantes, sino a la población misma.

Los vecindarios tendrían que constituir sus propios tribunales y una vez que se haya completado la gestión vecinal, convocar a asambleas macrodistritales, comunales y departamentales, para tener un órgano local que cuente con el respaldo colectivo y que éste, a su vez, sea un fiscalizador permanente de lo que se haga en los distintos planos que tenga en su funcionamiento.

Una vez concluidos los procesos departamentales, con el mismo espíritu comunitario, constituir los tribunales nacionales, en sus distintas áreas y potestades. La idea es sencilla y si se quiere bastante simple, pero estos suelen ser los recursos más pertinentes que tienen los seres humanos, sin buscar complicaciones mayores.

De manera que las juntas vecinales tengan el necesario asesoramiento jurídico, lo que convendría es que los catedráticos de las carreras de Derecho de todas las universidades del país podrían constituir el Ministerio Público, para que cada macrodistrito vecinal tenga un fiscal con la suficiente competencia en derecho para orientar y, eventualmente, cumplir con el deber de emitir sus requerimientos en cada caso que se halle en trámite.

En cuanto al personal de apoyo para los tribunales vecinales, éstos tendrán que incorporar en esas funciones a sus propios vecinos que no estén de vocales.

Con la previsión de que no haya vecinos que se eternicen en esas funciones, tendrá que procederse a la necesaria rotación anual, sin lugar a ratificaciones, a fin de que nadie se crea insustituible y menos a que se creen clientelismos insustituibles.

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