Épocas de “vacas gordas” y “vacas flacas”


 

La década de bonanza que vivió el país gracias exclusivamente al alza de los precios de las materias primas de exportación, permitió que el Gobierno que fue beneficiado por ese aspecto financiero, impulse algunos emprendimientos, goce de gran cantidad de moneda y ofrezca realizar obras de magnitud. En todo caso, se debe destacar que esos grandes ingresos no fueron producto del desarrollo de la economía sino se originaron casi única y exclusivamente por las exportaciones de gas, estaño y algunos productos vegetales.

Mientras, por un lado, el Gobierno recibía tan importantes beneficios, la opinión pública consideró que se debía aprovechar la situación y, con actitud progresista, hacer inversiones para el futuro, de tal forma de que no exista el peligro de sufrir problemas ante la caída de los precios de los recursos naturales de exportación.

En efecto, la época de las “vacas gordas” no fue indefinida y empezó a debilitarse y hasta en peligro de terminar, dando paso a la época de las “vacas flacas”, fenómeno que inevitablemente ocurrió, y puso de nuevo la realidad en su verdadero nivel, o sea el retorno a la escasez y descenso de los ingresos.

Problemas de esa clase no son raros en Bolivia. En otras oportunidades ocurrió lo mismo, vale decir llegó la época de prosperidad, pero no se aprovechó para hacer inversiones que sirvan para reducir los efectos negativos de la época de crisis. Un ejemplo en ese sentido ya se produjo durante el gobierno de siete años de Hugo Banzer (1971-1978), cuando llegaron al país notables masas de capital, pero no se hizo las importaciones necesarias, todo ello, naturalmente, como producto de la “borrachera” de poder que afecta a los gobernantes en estas circunstancias.

Una de las características más notables de estas épocas de bonanza es perder la perspectiva histórica y aun el sentido de la realidad, para dedicar los ingresos económicos llegados del extranjero (alza de precios de las materias primas) a realizar obras faraónicas que no producen renta, inversiones que no producen e inclusive causan grandes pérdidas. Algunas de esas obras de costos multimillonarios terminan sin ningún uso, causando pérdidas enormes que podrían haber servido para beneficio no solo de la sociedad sino del Estado.

Esa forma de gobernar no resultó extraña en la última década. Llegaron grandes cantidades de recursos que se vaciaron en gastos superfluos, grandes proyectos improductivos, obras gigantescas que, casi en su totalidad, significan gastos multimillonarios, pero que no producen ganancias. Al contrario, producen pérdidas. Una lista de obras en ese sentido sería interminable de anotar y, al mismo tiempo, poco menos que imposible señalar su costo. Pero, de todas maneras, no faltará oportunidad para hacer referencia en detalle acerca de esta clase de épocas, en particular la que hemos vivido en el último decenio.

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