[H. C. F. Mansilla]

La auto-organización de la envidia y los regímenes populistas


La propaganda oficial del socialismo y populismo ha difundido concepciones muy atractivas de igualitarismo, pero la realidad nos muestra otra cosa: el carácter perdurable de clases altas, jerarquías piramidales y privilegios fácticos en medio de ideologías radicalmente anti-elitarias. El igualitarismo demuestra ser una ideología justificatoria para encubrir las verdaderas intenciones de las cúpulas dirigentes socialistas y populistas. Es, sin duda, una doctrina muy bien aceptada y hondamente sentida en los estratos inferiores de casi todas las sociedades. La auto-organización de la envidia ocurre en los estratos medios, en los cuales se originan casi todos los grupos que luego conducen los procesos revolucionarios. Y estos grupos se distinguen por una relación ambivalente con respecto a las clases altas tradicionales: sienten envidia por su dinero, su poder y sus privilegios, y anhelan simultáneamente su eliminación. O, de modo más realista, su suplantación.

Al tomar el lugar de las antiguas élites, las nuevas dirigencias populistas y socialistas renuncian a los oropeles de aquellas, a los aspectos aristocráticos, a la estética tradicional y a los valores de orientación de las clases altas desplazadas, pero se apropian de los elementos centrales ya mencionados: el poder, el dinero y los privilegios fácticos. El igualitarismo se transforma en folklore, pero en uno muy efectivo desde la perspectiva instrumental de la consolidación y la preservación del poder.

Pese a la propaganda oficial, las nuevas élites políticas persiguen intereses particulares, como ser espacios de dominación, puestos y prebendas, prestigio social y, por supuesto, dinero e ingresos. Los intelectuales adscritos a estos modelos no han criticado el particularismo egoísta de las nuevas élites y más bien, siguiendo fielmente los vaivenes de los gobiernos respectivos, han defendido el accionar de las nuevas clases altas (“gobiernan obedeciendo”) y así han realizado un considerable aporte al infantilismo político de las masas y a la pervivencia del autoritarismo convencional. Siguiendo pautas clásicas de comportamiento colectivo, el éxito y la picardía de las nuevas clases dirigentes son posibles sólo mediante la ingenuidad y la maleabilidad de las masas. Los regímenes populistas intentan debilitar o hacer superfluas las estructuras de intermediación político-institucionales.

Es posible que en el Siglo XXI las jefaturas populistas en América Latina estén interesadas en preservar su dominio privilegiado del poder político, atribuyendo una significación sólo secundaria a la configuración de las esferas sociales y económicas, siguiendo en esto el paradigma representado por China (y probablemente en el futuro por Cuba). Las políticas públicas seguidas por el Partido Comunista Chino desde la conclusión de la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976) son muy instructivas, porque nos permiten conocer lo que está detrás de una teoría altisonante, en realidad detrás de casi toda programática política que se reviste de elementos favorables a las masas subalternas.

La consolidación del poder político debe ser considerada como la primera prioridad; todos los cambios de la agenda económica y financiera y del comercio exterior pueden ser percibidos como instrumentos del mantenimiento exitoso del poder bajo circunstancias cambiantes. La liberalización del comercio exterior y la instauración de la propiedad privada en los medios de producción -en una intensidad y escala que ha sido simplemente única en toda la historia de la China- se combinan con la exitosa preservación del poder político del partido comunista.

El partido no es un instrumento de participación popular amplia e intensa, aunque aparezca bajo la forma de un gran partido popular, sino una instancia elitaria de conciliación de intereses, robustecimiento del aparato estatal y dirección de las relaciones exteriores. Pese a su nombre, el Partido Comunista Chino no es el órgano del clásico proletariado de fábrica ni tampoco de las masas campesinas desposeídas. Engloba a diversos estratos sociales (con la sintomática excepción de los disidentes políticos de toda laya), pero conserva su carácter elitario en su severa jerarquía piramidal y en su inclinación a favorecer a los empresarios privados.

Este es probablemente el futuro que le espera a una buena parte del Tercer Mundo. La relativa fortaleza del populismo se deriva del hecho de que siguen vigentes las corrientes político-culturales que revitalizan constantemente el pasado (aunque hablen del futuro promisorio), corrientes que refuerzan la tradiciones colectivistas, autoritarias y centralistas y que son muy favorables al populismo contemporáneo. En su accionar cotidiano éste último se apoya fuertemente en las rutinas del pasado, como en la astucia convencional (la viveza criolla, el cálculo rápido de oportunidades y las maniobras circunstanciales), las que no deberían triunfar sobre la inteligencia creadora y los intentos racionales para mejorar el curso de los asuntos públicos a largo plazo y en forma sostenida. Pero ello es una mera ilusión.

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