Padilla es salvado por su esposa Juana

Luis S. Crespo


Juana Azurduy de Padilla, luchó al lado de su esposo Manuel y se batió a bala y espada contra las huestes españolas en tierras del Alto Perú, siendo admirada por su valentía en los campos de batalla.

En la aldea de Pomabamba, hoy Villa Azurduy, los realistas tomaron preso y sentenciaron a sufrir la pena de muerte, al guerrillero patriota Manuel Ascencio Padilla, y en momentos en que iba a ser ejecutado, apareció su esposa, doña Juana Azurduy, y con valor extra-ordinario, arremetió contra los realista y lo libró de la muerte.

¿QUIEN FUE MANUEL ASCENCIO PADILLA?

Uno de los guerrilleros mas notables de la guerra de la independencia, que salieron de lo vulgar y que figuraron resplandecientes en el cielo de la gloria, fue sin duda alguna, el esforzado patrio-ta don Manuel Ascencio Padilla.

Nació este egregio varón en la hacienda Chiripina, de la provincia Chayanta, el 28 de septiembre de l774. Su infancia la pasó al lado de sus padres, que fueron Melchor Padilla y Eugenia Gallardo.

En los viajes frecuentes que hizo a Chuquisaca el joven Padilla entabló amistad con Moreno, Monteagudo, Lemoine, Arenales y otros patriotas, quienes lo iniciaron en las nuevas ideas libertarias despertando en su alma el fue-go del patriotismo.

Con Castelli estuvo en Guaqui, con Belgrano en Tucumán, Salta, Vilcapujio y Ayohuma. Su vida no fue sino un continuo combate por la noble causa de la libertad.

En Chuquisaca casó con una encantadora jovencita, Juana Azurduy, la que tomó gran afición a la vida guerrera, siendo la inseparable compañera del esposo en los campos de batalla.

Padilla en nuestra historia es una figura muy semejante a la de aquel Viriato, que hacia temblar las legiones romanas luchando por la patria. En España hubiera competido con Mina y en México con Morelos.

PADILLA CAE PRISIONERO DE LOS ESPAÑOLES

En febrero de 1816, acompañado de don José Ignacio Zárate, otro de los guerrilleros notables de la independencia, se propuso librar al vecindario de Tapala de los abusos que cometía el corregidor Carvallo en nombre del Subdele-gado Manuel Sánchez de Velasco.

Al efecto, se dirigió al aposento donde dormía Sánchez de Velasco, tomó preso a este y se apoderó de todas las armas que tenia en su poder. Armó con ellas a sus partidarios, y de Tapala pasó a Pomabamba, donde también se apoderó del alcalde Loai-za y de todos los elementos de guerra que este guardaba para combatir a los patriotas. Como la jornada de Tapala hasta Poma-bamba había sido larga y fatigosa, Padilla, Zárate y los que los acompañaban se entre-garon al descanso sin tomar las precauciones necesarias para su seguridad, ni pensar en sus enemigos a los que creían anonadados. Más el corregidor Carvallo, que sin ser sentido por los patriotas los había seguido desde Tapala, con 25 hombres, cayó sobre ellos y los sorprendió dormidos, sin darles tiem-po para defenderse. No obstante Padilla y Zárate, repuestos de la sorpresa, intentaron la lucha, que re-sultó infructuosa, por ha-ber sido abandonados por sus soldados.

“Padilla fue echado en tierra con mucha dificultad, porque para ello fue pre-ciso manearlo; luego que lo aseguraron perfecta-mente, lo vejaron y ultraja-ron de modo cruel, des-pués de apalearlo bofe- bofetearlo a su sabor”. Otro tanto hicieron con Zárate.

UN MUERTO QUE RESUCITA

Un consejo de guerra, formado por Sánchez de Velasco, Carvallo, Loaiza y Carré sentenció a Padilla a sufrir la pena de muerte. Colocado el reo en el patí-bulo, Sánchez de Velasco pidió que se aplazase la ejecución hasta que viniese un sacerdote a prestarle los auxilios de la religión. Carvallo y los otros, contrariados por la indicación, y sin oír los razonamientos del subdelegado, hicieron fuego sobre Padi-lla, pero con tan mala puntería, por el estado de beodéz en que se encontraban, que no tocó al reo ni una bala.

Loaiza, como queriendo dar al ajusticiado el tiro de gracia, le asestó en el ojo un tre-mendo puñetazo, dejándolo por muerto. “El bravo Zárate, contemplaba esta escena ten-dido en tierra, sus enemigos le remachaban los grillos. Ya en su corazón había elevado un plegaria por el eterno descanso de su compañero de armas…”

Padilla que había extendido sus brazos, haciéndose el muerto, notó que en la pretina del pantalón llevaba la daga arrebatada a Loaiza. Al tocar su empuñadura, su corazón se dilató, brillaron sus ojos, desenvainó la daga, cortó las ligaduras que lo sujetaban al patíbulo y brincando como un tigre enfure-cido, hirió con cinco puñaladas a Loaiza. Aterrado este, y creyendo que el muerto ha-bía resucitado, salió de la casa, dando alaridos de espanto y no pa-ró hasta refugiarse en el templo.

PADILLA ARREMETE A SUS ENEMIGOS; PERO OTRA VEZ CAE PRISIONERO

Padilla se armó del mayor coraje, no obstante las heri-das que le mortificaban, empezó a repartir puñala-das a derecha e izquierda, logrando dominar y vencer a sus enemigos, quienes como se sabe, estaban em-briagados. Aprovechando la confusión, Zárate consi-guió deshacerse de sus ligaduras y emprendió la fuga.

Los realistas, avergonza-dos de haber sido vencidos por un solo hombre volvie-ron a atacarlo, aullando como aúllan los lobos enfu-recidos. Eran 28 contra el sólo y hubo de su-cumbir al número. Para dominarlo, lo enlaza-

ron como se enlaza un toro furioso; le ama-rraron los pies y las manos, con ligaduras de cuero fresco, poniéndole un cepo en el cuello.

Asegurado de este modo, volvió a funcio-nar el consejo de guerra, que lo volvió a sentenciar a muerte por unanimidad de vo-tos. Más había divergencia de opiniones sobre el modo de ejecutar la sentencia: unos opinaban por la horca y otros opinaban por-que fuese fusilado. Al fin acordaron aplazar la ejecución para el día siguiente, por estar ya avanzada la noche, y además, añadían que el escarmiento debía ser ejemplar y a vista de todo el pueblo.

Doña Juana Azurduy salva la vida de su Esposo

Dña. Juana Azurduy, que había seguido los pasos del esposo, sin que nadie se diera cuenta, vio que esta vez, la vida del gue-rrillero patriota, estaba verdaderamente en peligro. Entonces puso en juego un recurso supremo, que creyó que le iba a resultar, como en efecto le resultó eficaz para salvar aquella vida tan cara.

Acompañada de Huallparimachi, y de dos sirvientes, todos armados de fusiles, se ocultó en los espesos tolares que cubren los alrededores de Pomabamba, y desde allí empezaron a hacer fuego, gritando: “¡Ade-lante Zárate, adelante Zárate!”, como ha-ciendo creer que este caudillo atacaba el pueblo.

Los españoles que sólo en este momento notaron la fuga de Zarate, salieron al extre-mo del pueblo donde recibie-ron una lluvia de balas, que venían del medio del bosque. Creyendo que este caudillo los atacaba con fuerzas numero-sas, retrocedieron todos, y co-rriendo al lugar donde tenían amarrado a Padilla, cortaron sus ligaduras y lo pusieron en libertad, rogando de rodillas, les perdone los muchos ultra-jes que le habían inferido y evite el degüello por la pobla-ción.

Padilla, noble y generoso como siempre, les ofreció per-donarlos y salió del pueblo, a reunirse con los suyos. Se en-contró con su mujer, quien le explicó la estratagema de que se había valido para salvarlo.

Al día siguiente se incorporo a ellos Zárate con una gruesa partida de patriotas con quie-nes se proponía castigar severamente a los realistas. Estos se habían encerrado en la casa cural izando bandera blanca en la puerta.

Intimados a rendirse, los relalistas lo hicie-ron en el acto, entregando por las ventanas todos sus pertrechos de guerra. Luego salie-ron de la casa con la imagen de la Virgen del Rosario, clamando misericordia y pidiendo se les perdonase la vida.

Los patriotas no abusaron de su situación y sólo se limitaron a apresar a Carballo y Carré, que eran los más peligrosos.

Aumentada la partida de patriotas y provista de armas y municiones, Padilla reunió doscientos montoneros y los organizó en dos cuerpos, uno de infantes y otro de caballos, a los que dió la nominación de Húsares y de cuyo mando se encargo doña Juana para continuar la lucha por la libertad de las tierras altoperuanas.

 
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