[Manfredo Kempff]

¿Cómo no aburrir a los lectores?


No sé si en Finlandia, Noruega o Dinamarca, los comentaristas de prensa tendrán tal caudal de novedades políticas diarias, que les sobre material para escribir. Seguramente que países así se preocupan más de lo que acontece en el universo, en el gran mundo, de cómo protegerse de maniáticos que gobiernan potencias atómicas, de la marcha de su educación y salud, de cuál es el futuro de sus nietos, bisnietos y tataranietos a un siglo de plazo, y también cómo ayudar a las naciones más pobres, a los millones de hambrientos de África y hasta a los derrochadores y pillastres de Latinoamérica.

Seguro que los columnistas en periódicos de Helsinki, Oslo o Copenhague -estamos hablando de las naciones más desarrolladas de Europa-, dedican varios días a la semana a comentar sobre literatura, filosofía, temas históricos, ciencia, deportes, y por supuesto que también de política interna e internacional. Aquí, en Bolivia, con que sólo el titular tenga que ver con literatura, historia, filosofía o ciencia, es hoja pasada. Lo deportivo, la farándula y la delincuencia tienen muchos adeptos, pero es la política interna, son las acusaciones, las provocaciones, los escándalos, lo que produce inmenso placer y satisfacen la morbosidad congénita de nuestra gente.

En mi caso -imagino que también en muchos de mis colegas-, lo de la política me tiene hasta las narices, como diría un español. Pero no es la primera vez que desde estas páginas me hago la misma pregunta: ¿sobre qué escribir, entonces? ¿Qué puede gustar al público que no sea señalar los desmanes del Gobierno y pincharlo hasta hacerlo sangrar? Porque eso es lo que le gusta a la gente: leer disfrutando de palizas. Y no es que las tundas no se las merezca el Gobierno, porque entre taladros, nepotismo, venta de gas a la Argentina, YPFB, el hotel Las Américas, los nueve presos en Chile, elecciones judiciales amañadas, ya está. Ahí están los episodios servidos. No hay que elucubrar demasiado para tener un tema. No se trata por tanto de fastidiar al Gobierno porque sí, por manía; eso sería algo enfermizo. Lo que sucede es que nuestros gobernantes merecen palos y pinchazos; tal vez no tan seguido, ni con tanta devoción, diría yo.

Seguramente que los bolivianos hemos sido así toda la vida porque siempre el centro de la atención han sido los políticos, por ser fuente de sueldos y también de negocios turbios para muchísima gente. Eso, más en La Paz que en resto del país, en vista de que donde está instalado el poder reina el grueso de las “pegas” de la administración pública. En Santa Cruz hasta hace poco la política interesaba menos, pero su interés va creciendo año a año y día a día, porque ya no soportamos el discurso etnocentrista que nos agobia. Y crece porque ya tenemos muchos más cargos codiciados que dependen del presupuesto del Estado o del Departamento, pero también porque el MAS se ha incrustado a fondo en la sociedad cruceña y ha hecho que los cruceños -los empresarios esencialmente- dependan del dedo pulgar de S.E., que puesto hacia abajo, como en el circo romano, significa no exportar los excedentes de las cosechas y quedar desamparados ante el avasallamiento de tierras o las pesquisas caprichosas del INRA, que es una amenaza latente.

¿Cómo no aburrir a los lectores, entonces? ¿Sobre qué escribir? ¿Qué puede reemplazar el placer de deleitarse que tiene el público en el intercambio de garrotazos entre oficialismo y oposición? Vemos que, sobre el particular, muy poco se puede hacer con la prensa escrita. No sucede lo mismo con la televisión, que además de sentar a los políticos en banquillos inquisitoriales el rato que les da la gana, tienen un amplio campo de visiones directas y a colores que no existe en los periódicos; la farándula, las chicas hermosas, y los deportes, por ejemplo. Y provoca la experiencia de vivir casi en medio del tiroteo en cuanto atraco o ajuste de cuentas se producen en la ciudad, que son innumerables. Eso de que una imagen vale por mil palabras es cierto. Ni el más diestro columnista podría con su pluma, describir, por decir algo, la belleza y gracia de tantas mujeres que abundan en la televisión.

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