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El misterio, la niebla, lo intangible de la Economía

Antonio Pulido

¿Cañones o mantequilla?, era el dilema que planteaba Samuelson en su célebre Curso de Economía Moderna a mediados del pasado siglo. ¿Máquinas o alimentos? ¿Consumo o inversión? Alternativamente, la nueva economía del Siglo XXI se pregunta por la dicotomía entre los bienes físicos y los intangibles. Cada día que pasa, mayor es el componente de economía del conocimiento y la innovación, de lo intangible y lo simbólico, de las ideas y lo digital.

Como señalaba recientemente The Economist, el recurso más valioso ya no es el petróleo, sino los datos, la información, el conocimiento.

Durante los últimos años se ha prestado una atención especial a los componentes del capital intangible. Más allá de la I+D, los economistas hemos detectado otros nichos etéreos, nebulosos, difíciles de valorar, que pueden acumular activos cuyo efecto sobre el crecimiento supera el momento en que se realiza el gasto.

La imagen de marca, la reputación, la estructura organizativa, la mejora del capital humano, la propiedad intelectual, la capacidad relacional, las bases de datos, el software..., forman parte de una inversión en activos intangibles que puede tener tanto impacto, en el desarrollo de una empresa o de la administración pública, como la maquinaria, instalaciones y edificios…

Ahora quiero ampliar la reflexión al conjunto de los intangibles que son relevantes y condicionan la capacidad de crecimiento de una economía, más allá del hoy día reconocido capital intangible. Me refiero a los aún poco explorados intangibles de entorno social que recogen riesgos, incertidumbres, tensiones y cambios en los condicionantes socio-políticos o geo-estratégicos tanto a escala interior como global.

La falta de memoria histórica siempre es obstáculo para tener una perspectiva adecuada del cambio social y es especialmente grave en una ciencia que se ha transformado radicalmente en los últimos cien años. Conviene recordar que para un economista de principios del Siglo XX el crecimiento económico de un país se explicaba por el esfuerzo en el capital productivo (material) y los incrementos en la fuerza laboral. Cuando los primeros ejercicios de cuantificación muestran que estos dos elementos no son suficientes para explicar los cambios en el crecimiento, se acude a un factor residual medida de nuestra ignorancia y al impacto de unas evoluciones cíclicas que se repiten, casi mágicamente, con cierta regularidad.

Para muchos el PIB, como medida de la producción económica de un país durante un periodo determinado de tiempo, es una magnitud indiscutible. Sin embargo, es conveniente recordar que es una convención de medida, de la que se dispone sólo desde mediados del siglo pasado, como consecuencia de la visión revolucionaria de Keynes en su Teoría General (1936) y de las propuestas de una nueva Contabilidad Nacional (en particular Richard Stone a partir de 1944).

De hecho, el PIB es tan intangible como cualquier medida o indicador que podamos inventar. Por eso mismo, depende de múltiples criterios que han ido cambiando en el tiempo. Tiene el valor de una medida de aceptación mundial y que responde a instrucciones de cómputo detalladas y profundamente estudiadas por grupos de expertos internacionales. Pero tiene limitaciones en los puntos más delicados de cómputo, como la valoración de los servicios de no mercado, la no inclusión de los trabajos de los hogares o la diversidad de intangibles aún no admitidos.

Cuando se pasa de medir a explicar el PIB, los economistas de los últimos 50 años van desentrañando ese factor residual ignorado. Denison y Madison en los años 60 buscan las fuentes del crecimiento en aspectos tales como los avances de conocimiento, el capital educativo, las economías de escala o la mejora en la distribución de recursos. Sin calificarlos como inversión en intangibles, empiezan a aparecer las mejoras tecnológicas y de capital humano. Como se reconocía en una reunión internacional de 1992 (Explaining Economic Growth Conference, Groningen 1992): “la última fuente del crecimiento es, de hecho, el conocimiento; y la capacidad de una sociedad para invertir en ello”.

Sin embargo, los economistas de finales del Siglo XX empiezan a entender que el crecimiento económico de un país, en una economía cada día más compleja y global, exige tener en cuenta el mosaico de factores condicionantes.

Personalmente, terminaba mi lección inaugural del curso académico 1999-2000 en la UAM (¿Por qué crecen las economías de unos países y regiones más que otras? Una revisión de experiencias) con el reconocimiento del cambio de enfoque de los economistas: “Pasamos de explicar la mejora en el nivel de vida de los pueblos por el número de trabajadores, la inversión en equipos y una genérica apelación a la productividad, a hacerlo a partir de una visión más amplia e integradora que incorpora a las instituciones socio-políticas, la estabilidad mundial, los esfuerzos educativos e investigadores”.

En las últimas décadas se ha realizado múltiples esfuerzos para comprender, delimitar y medir esos diversos intangibles de entorno, condicionantes claves del crecimiento económico. Sólo algunos ejemplos:

Capital social, Capital cultural, Inteligencia colectiva, Competitividad en talento, Reputación empresarial, Imagen país, Sociedad digital, Creatividad, Espíritu empresarial, Desarrollo inclusivo, Tensión financiera, Incertidumbre política, Riesgo de conflictos geo-estratégicos, Apertura exterior, Corrupción.

Incluso más allá, la Economía empieza a tratar de analizar y valorar los impactos extra-económicos, cualitativos y de derrame social de estos intangibles de entorno. Surge, por ejemplo, la Economía de las Artes, la Cultura y las Industrias creativas.

Pero además de reconocer la importancia del capital intangible y de los intangibles de entorno, los economistas estamos ahora más abiertos a valorar lo cualitativo, lo psicológico, lo irracional de muchas decisiones económicas. Se desentierra los animal spirits que ya comentaba Keynes en 1936: la emoción y la subjetividad que tantas veces domina el comportamiento humano.

El supuesto Homo oeconomicus racional que dominaba las decisiones en el pensamiento de la escuela neoclásica, deja paso al que algunos han bautizado de Homo oeconomicus humanus, un redescubrimiento del ser humano, con todas sus imperfecciones, en la toma de decisiones económicas. Es la hora de la psicología de la economía, de la economía conductual o del comportamiento que ha llevado a Richard Thaler al Premio Nobel de Economía 2017.

Los intangibles dominan cada vez más la Economía, la hace más social, más humana y aumenta el misterio, la niebla, que envuelve nuestras decisiones, estrategias y, en último término, nuestro futuro.

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