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Pobreza y prácticas consumistas


 

Para muchos estratos del pueblo, cualquier festividad religiosa o cívica es motivo para “festejar” con bailes, comidas y expendio de cerveza y otras bebidas alcohólicas, lo que significa “gastar lo que hay y mucho más de lo que no hay”, porque para cubrir los déficits se recurre al préstamo con altos intereses. Pero “lo importante es celebrar el día, festejar al santo para que vaya mejor al año siguiente”; esta frase es tradicional en quienes “tienen que recibir el preste y pasarlo en el año”. Son costumbres muy arraigadas en el pueblo y que significan también “estrenar ropa, compartir con parientes y amigos y gastar cualquier cantidad de dinero propio y ajeno”.

Lo grave de estas situaciones es que hacen más pobre al pobre y más rico al rico. El que no tiene “saca de donde sea”, el más rico “da todo lo que se le pide y es para pagar después”, sin saber “cómo y de dónde”. Frases que muestran realidades que después cuestan mucho y hay que pagarlas, a costa de sacrificar a la familia. Si los pueblos tradicionalistas sumaran lo que gastan en fiestas -sumando intereses y hasta comisiones del “amigo tramitador del préstamo”-, en reunir montos importantes que bien podían alcanzar para sacarlos de la pobreza; pero lo que cuenta es el festejo, las amistades y el qué dirán si no se organiza las fiestas y hasta se “viste al Santo” (porque se le cambia ropaje al patrón del día).

Costumbres festivas que alientan los bordadores de ropa, los músicos de la banda, los proveedores de bebidas y comidas, “el cura” y hasta el “corregidor” que no son extraños a los actos festivos; por supuesto, estará el maestro de la escuela y las “autoridades”. Pero a ninguno se le ocurre pensar sobre otros gastos en salud, borracheras que duran muchas horas, peleas e intercambio de golpes entre discutidores que saben todo y nada comprenden porque los tragos no dejan; en fin, son rotos muebles, botellas y enseres que “son pagados después”. Los “prestes” o “festejantes” esperan que siga la fiesta porque “vence la alegría” y no se mide las consecuencias que enriquecen a unos cuantos.

Educación y formación en virtudes y costumbres es lo que se necesita, educar a los hijos y mostrarles caminos rectos de conducta y vida, olvidarse del festejo y del “qué dirán” que no significa ganancia alguna y solo obliga a gastar “sin medida ni clemencia”. Ante situaciones como las descritas, lo que corresponde es que el gobierno conjuntamente las iglesias y dirigentes de barrio o sindicato dialoguen y pidan la aprobación de medidas que prohíban “festejos y farras sin parar”; de otro modo, la pobreza seguirá formando ejércitos de pobres y enfermos, de gente dispuesta a contraer cualquier enfermedad. Nuestro país, conformado en su mayoría por necesitados, no está para despilfarros y malgastar dinero que generalmente destruye hogares y familias. Cuidar la moral, la salud y hasta el poco peculio de las personas debe ser también obligación de las autoridades municipales y de instituciones que dicen estar al servicio del pueblo. Educación, alta práctica de virtudes y calidad moral de las personas sacarán a los pobres del atraso y la dependencia; los hará ciertamente ricos en valores y principios, les enseñará el valor de la austeridad o ahorro, y serán dignos ejemplos para hijos que deben tener vidas constructivas.

 
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