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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Una diplomacia en el suelo


Tengo un pariente que ahora mismo funge como cónsul en un país geográficamente muy próximo al nuestro. Como muchos otros de su generación y, sobre todo, de su círculo académico, está esperando día a día su destino profesional, pues con un Gobierno que ve solamente la ideología y el color político (o, para mejor decir, el servilismo), uno no puede esperar el imperio de la razón, la experiencia o el mérito… Me dijo que, más allá de haberse sentido satisfecho por haber encontrado un trabajo más o menos estable en el consulado allí cuando el Ministerio de RREE trató de institucionalizarse, se sintió además verdaderamente feliz sirviendo al país y desempeñando el oficio para el cual estudió varios años de su vida.

No es el único profesional de la rama que quizá tenga que dejar el puesto en los próximos días. Pues hay una legión entera de politiqueros que esperan con ansias de buitre algún puesto en el servicio exterior boliviano, sin saber, obviamente, nada de lo que éste significa.

Normalmente se tiene al servicio exterior como un honor, como un premio. Y probablemente sea así. Porque los funcionarios de un cuerpo diplomático deben reunirse con jefes de estado, intelectuales influyentes y activistas de primer nivel. Y es precisamente por esto que deben tener conocimientos vastos sobre cultura universal, literatura, ciencia política y, principalmente, historia. La tarea principal de un diplomático es la exposición de las políticas de su gobierno frente a otro y la negociación sagaz e inteligente para obtener del país en el que está destinado algún beneficio para su tierra propia o su nación. Nada de esto hay en el servicio exterior boliviano desde hace muchos años, porque está secuestrado por la demagogia y la banalidad del populismo.

Un verdadero Ministerio de RREE debería funcionar sin tener en cuenta las sacudidas de la política interna de un país. Debiera ser como una máquina casi independiente de todo lo que ocurre en el Estado. Naturalmente, la Academia Diplomática debiera ser un apéndice del cual se gradúen los futuros diplomáticos del país. Ni lo uno ni lo otro sucede en Bolivia, pues el Ministerio de RREE es ahora un rifador de pegas que las distribuye sin otro criterio que el nivel de sumisión al partido de turno que demuestren sus militantes. “Hay que dar empleo a los amigos…”. Lo triste es que este pensamiento no es propio solamente del partido azul, sino de la más profunda mentalidad criolla y latinoamericana. A esto, se suma la retórica de la “diplomacia de los pueblos”, que tiene mucho de paja literaria (muy vistosa y atractiva por cierto) y poco de efectividad práctica. Lo cierto es que en la arena de las relaciones internacionales cambian las circunstancias históricas y geopolíticas, mas no la esencia de lo que se necesita en un diplomático de verdad.

Ahora bien; hubo momentos estelares en los que la diplomacia boliviana pudo más o menos institucionalizarse y funcionar como debería. Uno de ellos fue, en el Siglo XIX, el de Rafael Bustillo, por ejemplo, o el de Eduardo Diez de Medina, a comienzos del XX, que fue ministro varias veces y diplomático de larga trayectoria. Pero lo triste es que solo fueron eso: momentos. La continuidad de una política de Estado bien definida depende de una continuidad y una solidez institucionales. El servicio diplomático debiera ser por excelencia un cuerpo de intelectuales, que no solo esté abocado a la praxis política, sino a la generación de conocimiento. La producción académica en tópicos de historia, geopolítica y economía (llevada por la Academia) debiera ir a la par de la formulación de la política exterior boliviana y la negociación diplomática en los países donde estamos representados.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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