Cuento

Los años no pasan en vano

Por: David Foronda H


Era un alumno que estaba repitiendo el mismo curso por segunda vez. Se trataba de un caso como el de muchos. Lo cierto era que tal situación aconteció en un establecimiento fiscal o estatal, como usted prefiera, porque en los particulares, dicen muchos, sólo se trata de pagar las pensiones teniendo asegurado de ese modo la promoción al siguiente grado. Aunque tal aseveración no era tan evidente pues existían muchos centros privados en los cuales pasar de curso era poco menos que difícil, ya que quien no estudiaba se aplazaba.

Y como siempre, a Dios gracias, había un buen maestro, generalmente entrado en años, que se preocupaba por el futuro de sus alumnos. En ese sentido, cierto día lo encontramos reprochando al jovenzuelo que iba a repetir por segunda vez el segundo año de secundaria.

- ¿Cómo es posible que te hayas descuidado tanto, es que tus padres no te reclaman y menos te ayudan, o vives solo, o no entiendes, no asimilas las lecciones, bueno, en fin, qué es lo que te sucede? preguntaba el profesor.

El educando sólo permanecía con la cabeza gacha, sin poder articular una palabra. Era principio de año, y él se encontraba en la soledad de ese enorme establecimiento fiscal esperando su turno para volver a inscribirse al mismo curso. De hecho, el solo afán de estar ahí para cumplir ese menester indicaba que no todo estaba perdido para Pascual: En realidad él todavía tenía ganas de ser bachiller, a la buena, como se le escuchó decir alguna vez. Y cuando al final se animó a responder, apenas balbuceó:

- Profe, lo que pasa es que en la casa no me entienden, ya no sé qué hacer, quiero decirle que no se ocupan de mí como debieran, no basta con que mis papás me den plata, quiero, necesito cariño, palabras de consuelo, conversaciones amigables, y sobre todo estar en familia quizá no todos los días, pero al menos dos o tres veces por semana. Mientras hablaba, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.

Por fin el educador había logrado arrancarle algo a ese alumno que en el fondo no era malo, sino que extrañamente, pese a tener todo, se mostraba solo, muy solitario.

- Ah, eso era, y qué pasa pues con tus padres, me parece que no te escuchan, no te toman en cuenta, de acuerdo a lo que tú señalas.

- Si profesor, todo es bailar en la fraternidad, viajar continuamente por el negocio que tienen, y cuando están aquí hacer trámites para recuperar tal o cuál mercadería. He llegado a creer que no tengo familia, porque además soy hijo único.

Era el drama de siempre, padres que se encontraban tan enfrascados en sus menesteres cotidianos, que vivían para hacer dinero, y luego derrocharlo en ostentaciones, aunque también era cierto que no se despreocupaban de los requerimientos y necesidades monetarias del hogar, donde virtualmente no faltaba casi nada. ¿O sí? Claro que faltaba lo más importante: la necesidad de compartir, intercambiar criterios, dialogar, interiorizarse sobre las actividades del vástago, prestarle la adecuada atención, cosa que en los últimos años no era posible en ese hogar, al igual como sucedia en otros.

- Ahora te entiendo, exclamó el viejo maestro mostrando una mueca de desagrado ante un nuevo caso de falta de comunicación entre padres e hijos que se le presentaba, entre los muchísimos que le había tocado ver. Pero, tú estas dispuesto a vencer este año y pasar de curso ¿no es cierto? le preguntó.

- Si profe, y eso que los años no pasan en vano, respondió el alumno.

- Cierto, los años no pasan en vano, repitió el educador a tiempo de mirarse con cierto detenimiento en el reflejo de los vidrios de una de las aulas. Pudo entonces, como si se tratara de un brusco despertar a la realidad, advertir que él ya se encontraba bastante cansado, quién sabe muy viejo para continuar ocupándose de tamaños problemas “educativos” de los alumnos. Sólo atinó a exclamar en voz alta: Hay que decirles urgentemente a los padres de este muchacho que “los años no pasan en vano”, es imperioso que se preocupen y se comuniquen con su hijo antes de que lo pierdan para siempre.

(Cualquier parecido con la vida real será cosa de la pura imaginación)

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