[Ernesto Murillo]

El día en que dejamos de existir



VISITA A LOS SERES QUE SE FUERON, CONSUELO ANTE UNA TUMBA CUAL SI SE TRATASE DE LA NUEVA MORADA DEL DIFUNTO QUE EN VIDA FUE UNA PERSONA MUY CERCANA.

Sabemos que algún día vamos a morir, pero no sabemos de qué moriremos ni cuando sucederá aquello; aunque no nos gustaría tener la respuesta exacta, porque se viviría en estado de angustia permanente.

“Si supiera la fecha de mi muerte me divertiría a lo grande hasta ese día”, reflexionó una muchacha, aunque es seguro que la procesión iba por dentro y, seguramente, si ella sabría el día de su muerte, es posible que la parca se la llevaría de infarto, días antes de la fecha asignada.

En una clase de Escatología escuché al maestro decir: “de una u otra forma nos gusta hablar de la muerte, nos da una rara sensación, pero nadie quiere hablar de su propia muerte, de aquel día aciago, en el que el ser humano pasa a otra vida, o simplemente deja de ser y existir.

Con base en el pensamiento de Santo Tomás, quien sostiene que el cuerpo es sólo vestigio, una especie de ropa del alma, que es eterna, cuando morimos algo de nosotros queda en este mundo y sólo se va la ropa, lo que envuelve al ser. Por eso en los epitafios y recordatorios se coloca: “dejó de existir NN” y no se coloca “dejó de ser”.

Hemos visto morir a muchos de los seres a los que amamos. Los recordamos cada vez que llevamos flores a su tumba o viene su imagen a nuestra memoria, pero como nadie retornó de la muerte a la vida, hablar de la muerte es hablar de lo arcano, de lo desconocido, de lo inimaginable.

La muerte forma parte de todos los sistemas vivos, pero ¿por qué el ser humano es el único que reflexiona y se preocupa por ella? miedo, sufrimiento, negación… Todos estos comportamientos que tenemos ante la muerte tienen una explicación científica, una explicación que se halla en nuestro cerebro. Es que la muerte produce el sentimiento de tristeza, abandono, soledad.

Hay culturas parecidas, con costumbres parecidas, por eso en Todos Santos se hacen mesas en Bolivia, México y Ecuador, razón de más para recordar al célebre literato Octavio Paz, en el Laberinto de la Soledad, atinó a describir al mexicano tan justamente que hoy, a más de cincuenta años de su publicación, continúa siendo un retrato auténtico. “El mexicano frecuenta a la muerte, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor permanente”. Paz nos habla de cómo el mexicano desprecia a la muerte, a la vez que la venera, y piensa que cada quien recibe la muerte que se busca.

Algo de este sentimiento tiene el boliviano que prepara una mesa, espera a sus difuntos, recuerda sus virtudes y luego le despide porque quiere seguir en el reino de los vivos y un día fue suficiente.

La escatología no habla precisamente del momento de la muerte, sino de lo que podría pasar después de la muerte, el destino del hombre y el mundo.

El miedo a la muerte radica en pensar que, al carecer de cuerpo, tampoco tendremos conciencia de existir. Tenemos miedo de que con la muerte corporal dejemos de tener un yo consciente. Entonces, si el hombre siente que vive en cuanto a lo que aspira y proyecta, ¿qué sentido tiene esforzarse en una vida que habrá de terminar?

La realidad es que el hombre no puede evitar la muerte. Si el hombre sufre la muerte como experiencia límite de su existencia es porque anhela seguir viviendo y porque la muerte lo desvincula de ese contacto sensible con el mundo y con los otros seres humanos.

La muerte nivela a los hombres porque como decía Horacio, la pálida muerte llama con el mismo pie a las chozas de los pobres que a los palacios de los reyes. Y, aunque digamos a los cuatro vientos que la muerte no nos preocupa, terminamos repitiendo lo que decía Woody Allen: No es que tenga miedo de morir. Lo que no quiero es estar allí cuando ocurra.

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