Todos Santos se recuerda con alegría en el campo y tristeza en la ciudad

Según el sociólogo Jaime Tellería, en el área rural la festividad se extendía incluso por 20 días en los que la plaza principal se llena de baile y comida.


Según las creencias aymaras, hoy al mediodía las almas regresan a sus hogares, por lo que muchos ciudadanos visitan los cementerios a la espera de sus seres queridos llevando consigo los manjares que más les agradaban en su vida terrenal.

La festividad de Todos Santos es recordada en la ciudad de El Alto con solemnidad y luto a diferencia del área rural donde la celebración está llena de alegría y fiesta, esta aseveración es compartida por la población y por algunos expertos.

Esta festividad tiene características propias en cada región, sin embargo, las diferencias son abismales en la comparación de las costumbres se realizan en el área rural y el área urbana.

Al respecto, el sociólogo Jaime Tellería sostuvo que la costumbre urbana está superpuesta por el catolicismo cristiano relacionado con la cultura occidental, donde todo está más relacionado con la nostalgia.

“En la cultura occidental la muerte representa mucha tristeza porque existe una partida de un ser querido que ya no volverá a estar con su familia, por ello en la ciudad es más una etapa de rezo y de oración”, aseveró el sociólogo.

Asimismo, arguyó que a nivel rural, desde tiempos ancestrales, Todos Santos simboliza un encuentro entre dos mundos. “Para los aymaras existen tres mundos: el Manqhapacha, que sería el inframundo, el Akapacha que es el mundo donde estamos y el Alaxpacha, que es el mundo de los muertos; en este sentido, la fiesta de los difuntos constituiría el día en que los muertos realizan un tránsito entre el inframundo y el mundo de arriba donde pasan por el nuestro”, sostiene.

“Es básicamente un encuentro, por esto se realiza un homenaje al muerto con lo que más le gustó en vida, es un acercamiento con los que partieron y no representa tristeza, más al contrario para ellos es una alegría que nos visite”, agregó Tellería.

El armado de las mesas de ofrendas, también, tiene características y costumbres similares y diferentes.

“A nivel urbano se arma las mesa de ofrendas en la casa y se hace una representación de la tumba, con la foto, velas, etc., es una actividad más familiar, y los elementos son elegidos de acuerdo con los gustos del difunto”, acotó el experto.

Entretanto, en las áreas rurales existe una representación arraigada al universo, donde cada elemento es cuidadosamente elegido porque simboliza algo, además la celebración se realiza en los cementerios.

“En la cultura andina, a las 12 se recibe a los muertos en las tumbas, se arma la mesa a su alrededor y es más fuerte la regla de redistribución de los recursos donde compartir está instituido; los niños, principalmente, acostumbran rezar y en retribución los familiares le entregan frutas y panes, además es una fiesta que dura 24 horas”, indicó Tellería.

Por su parte, los amautas creen que en las costumbres ancestrales durante esta festividad se sacaba a los difuntos de los ataúdes para festejarlos en las plazas.

“En ocasiones los cadáveres se los trasladaba hasta las casas y si era un líder a la plaza, esta fiesta duraba desde el 20 hasta el 18 de noviembre, entonces el último día, con una cacharpaya, se los devolvía a los cementerios, realmente era una fiesta grande y todos festejaban en comunidad con los principios de reciprocidad. El negro para nosotros no representa el dolor, sino la sabiduría profunda por ello es un festejo y no un lamento”, manifestó Américo Llanque, presidente del Consejo de Amautas.

Al respecto la población afirma que en las provincias hay un derroche durante esta temporada.

“En la tumba del difunto se arma la mesa de ofrendas, pero son gigantes, además los vecinos que visitan las tumbas llevan varios fardos de cerveza y refrescos. La familia prepara suculentos platos, entre ellos lechón, cordero y pollo, luego invitan a todos, se pasa de tumba en tumba es por eso que al finalizar la jornada, ya de noche, se logra reunir todo un quintal o dos de las ofrendas que a cambio de los rezos”, contó Simona Quispe, oriunda de la provincia Loayza.

En la urbe alteña se acostumbra pasar un día en familia.

“Esta fecha, aprovechamos para que nuestros familiares nos visiten pero sólo en familia o con amigos muy cercanos, creo que por las actividades laborales en muchos casos ya no se logra ni hacer los panes o las masas porque se las puede comprar, ahora venden todo listo para poner a la mesa”, comentó Aidé Silva, vecina de la urbe.

Agregado a ello, en la ciudad muchas tradiciones se están perdiendo, una de ellas es la visita de los niños para rezar.

“Antes los niños tocaban las puertas de las casas ofreciendo sus oraciones a cambio de las ofrendas, ahora ya no se ve, pero creo que en los pueblos todavía los pequeños rezan en los cementerios”, remarcó Tellería.

“Sin embargo, pese a las diferencias entre las costumbres rurales y urbanas el sentido sigue siendo el mismo, lo mas importante es que esto es parte de nuestra historia y nuestra forma de ser, si nosotros vamos olvidando lo que somos dejamos de ser nosotros mismos”, complementó el sociólogo.

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