[Manfredo Kempff]

Sobre el separatismo cruceño


La fuga del ex fiscal Marcelo Soza al Brasil puede ser el final de una maldición que cayó sobre el pueblo boliviano, pero muy especialmente sobre Santa Cruz. Toda una tramoya montada con inusual cinismo ha tenido en vilo a cientos de familias que padecieron por sus hijos, hermanos o padres, que fueron a dar con sus huesos a las cárceles o que, los de mejor suerte, pudieron alcanzar alguna frontera que les garantizara refugio.

Marcelo Soza ha sido sólo una pieza de todo este engranaje terrible. Un instrumento importante, sin duda, porque fue utilizado para investigar y acusar sobre lo que él sabía de antemano que era falso. Porque era mentira que en Santa Cruz se hubiera pretendido asesinar a S.E., tan falso como que los cruceños hubieran hecho explotar una bomba en la residencia del cardenal Julio Terrazas, y mucho más calumnioso que la dirigencia política y empresarial de Santa Cruz hubiera pretendido una acción separatista contratando para llevar a cabo el empeño a unos mercenarios europeos.

Este fue un montaje urdido desde el Gobierno. Todo el mundo sabe que fue una intriga destinada a eliminar cualquier resistencia cruceña ante el omnímodo poder etnocentrista que se pavoneaba allá por el 2008, a dos años de gobierno de S.E. Ante un pueblo que no admitía dioses nuevos, ritos extraños, vocablos crípticos, simbología extravagante, porque no la entendía, porque no la entendían ni los propios compatriotas de las regiones altas, se urdió la conspiración, una conjura que se montó desde el Gobierno contra Santa Cruz. Pero también contra Beni y Pando, es decir contra el oriente en general.

No vamos a dedicarle muchas líneas a las acusaciones de terrorismo porque ya están aclaradas. A S.E. no lo iba a derribar de un tiro un joven cazador que estaba con una escopeta a más de un kilómetro de distancia de él. Hasta el más ignorante en cuestión de armas sabe que a esa distancia una escopeta no es efectiva. En cuanto a Eduardo Rózsa y sus dos acompañantes, es sabido que fueron baleados en sus camas (o fuera de ellas), en el hotel Las Américas, por fuerzas de seguridad. Se ha comprobado una y mil veces que no hubo combate y que fue una ejecución pura y simple para callarlos. Por otra parte, si se trataba de cometer actos terroristas en el país, sabemos que, fuera de los cachivaches viejos que el Gobierno hizo aparecer en la FEXPO, jamás se encontraron armas y explosivos suficientes como para cometer los atentados.

¿Dónde estaba la esencia de la intriga? ¿Dónde el núcleo de la conspiración contra Santa Cruz? Ni más ni menos que en separatismo. Ahí estaba el meollo de la cuestión. Era necesario avivar antiguas sospechas, viejos recelos que unieran a una parte de la nación, la más poblada, contra la otra. Si se hubiera tratado solamente de terrorismo poco pasaría en el occidente boliviano y tal vez habría provocado hasta alguna simpatía de parte de descontentos que no deseaban de ningún modo que el MAS impusiera su poder. Así que la acusación de terrorismo no era suficiente. El terrorismo es manipulable. Para liquidar a los cruceños, para perseguirlos, encarcelarlos, exiliarlos, sin que ninguna boca se abriera en su defensa; era necesario un argumento letal, algo que resultara inaceptable para el resto del país. Ahí surgió la idea maquiavélica de volver con el sambenito del separatismo camba. Y como si Bolivia fuera una taza de leche los bellacos volvieron a reponer el anacrónico separatismo con ánimo venal. Los enemigos de las autonomías dieron vuelta la tortilla y la autonomía apareció como un afán de independentismo camba. Ningún boliviano iba a estar de acuerdo con eso.

Fue tan grande el escándalo con los asesinatos del hotel Las Américas, tan finamente montada la propaganda gubernamental sobre los muertos separatistas, que en pocos días cundió el asombro más allá de nuestras fronteras. Los tres milicianos ejecutados fríamente dejaron de importar. S.E. se dio el lujo de informar a Castro y Chávez de que, ante el peligro reinante en Bolivia de una secesión, él en persona había ordenado liquidar el asunto. Lo ocurrido antes en Porvenir, Beni, otro montaje, tampoco tenía relevancia naturalmente. Se trataba de evitar la reedición de las guerras secesionistas balcánicas en Bolivia. Santa Cruz era poco menos que una potencial Kosovo, que por aquellos años se independizó para colmo.

Ahora, Soza, con su precipitada huida, ha dejado en la estacada al Gobierno. Será seguramente el Ministerio Público, por su ineficiencia, el llamado a pagar el pato o a poner su cabeza en la guillotina. El hecho es que el caso terrorismo-separatismo se cayó estrepitosamente. Todas las mentiras han quedado a la vista. Le corresponde ahora a Santa Cruz y a los cruceños poner las cosas en claro y levantar la infamia.

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