[Juan León]

Menudencias

Mirándonos el ombligo


Es cierto que la causa marítima ha tocado el interés del pueblo chileno. Hasta hace unos años era difícil suponer una reunión más o menos representativa de la colectividad chilena -incluyendo dirigentes políticos progresistas- con un gobernante boliviano, como la que hubo en Santiago el lunes 10, y que se pronuncie a favor de la solución del centenario problema de mediterraneidad.

Fue tal vez fruto de lo que el presidente denomina “democracia de los pueblos”. Pero hay que reconocer, también, que están aún lejanos (si llegan algún día) los tiempos en que por esa vía se resuelvan los problemas entre los estados. Del mismo modo en que es muy difícil suponer que las afinidades ideológicas o las amistades sean base firme para negociar cuando del interés nacional de los Estados se trata. El altruismo en el mundo de las relaciones internacionales no existe. En estos tiempos de globalización, nadie entrega nada a cambio de nada. Son de historia nefasta los tiempos en que algún gobernante que se creía dueño de vidas y haciendas entregó parte del territorio para retribuir el obsequio de un caballo.

La prueba es la respuesta del actual gobierno de Chile a la expresión de voluntad de volver al diálogo del gobierno de Bolivia, tras la explosión de entusiasmo de unos cuantos centenares de chilenos. Fue demasiado optimismo, o ingenuidad, creer que la presidente Bachelet estaría ahora dispuesta a dialogar sobre el tema. De haberse pronunciado a favor, la señal de la gobernante chilena habría sido totalmente negativa para los intereses de su país. Para decirlo fácil. Si aceptaba incluir en la agenda de un nuevo diálogo el tema marítimo, habría aceptado por anticipado un fallo negativo del Tribunal Internacional de Justicia, antes de comenzar siquiera el proceso. Al final de cuentas, cuando falle el Tribunal de la Haya, no se sabe cuándo, lo peor que le puede ocurrir a Chile es que acepte la manda de abrir negociaciones de “buena fe” con Bolivia. ¿Para qué anticiparse, entonces?

El problema es que por mucho que se suponga optimismo o ingenuidad, la señal muestra un manejo totalmente desprolijo e improvisado de las relaciones externas en el afán de mirarnos al ombligo de manera permanente. El resultado es un creciente aislamiento del país. El desborde en el Beni de las aguas del rio Madera retenidas por las represas construidas en Brasil será en el futuro un desastre de magnitud que reconocerlo oficialmente no resolverá. Habría que negociar un acuerdo antes de que el agua le llegue al cuello al país, sin el supuesto de que cierta afinidad ideológica con su gobierno ayude a una solución satisfactoria. Aunque en estos días parezca más importante preocuparse por la suerte del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, que muy pronto llegará al récord boliviano del 2003.

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