Una región de ensueño

A pocos minutos del centro de la ciudad de La Paz, existe un barrio llamado Amor de Dios. . . Empieza en un puente del mismo nombre, frente a la antigua piscina del Colegio La Salle de Calacoto. Este puente es de una sólida estructura metálica y es el nexo que une a Següencoma con Aranjuez , la ubérrima tierra del sur de la ciudad de La Paz, que muchos habitantes de la urbe visitan los fines de semana para gozar de las delicias de su benigno y saludable clima. . . Tal vez tengamos otra oportunidad para hacer un comentario sobre esta otra región paceña, pero el motivo ahora de este trozo literario es el barrio de Amor de Dios, que como un rincón exclusivo se bifurca en el ala derecha del camino que conduce a Aranjuez y se anida en una hoyada paradisíaca protegida por cerros de color rojizo que, como gigantescos colosos, vigilan en silencio la paz y tranquilidad de esa bella región suburbana.

Los Álamos y los sauces de un verde claro oliva junto a los largos eucaliptos, conforman una idílica visión que parece un hermoso paisaje de postal navideño.

Las bugambillas y los rododendros peinan los salientes riscos de los montes agrestes, como si grandes arados hubiesen surcado sus crestas enormes, dando al paisaje cerril una gama pintoresca de bellos colores. El caserío que bordea el río que cruza la cañada, semeja un marco de perlas engarzadas que, como collar gigante, uniera las faldas de los cerros para guardar el encanto de este valle dormido. . .

Verdaderamente, los habitantes de la urbe paceña tenemos a la mano un paraíso terrenal en esta región de ensueño que desde lejos pa-rece un espejismo que surge como oasis arábigo en el desierto. Los pocos pobladores que viven en este vallecito, conocen de su aire puro y vivificante, que llena sus pulmones e impregna su sangre con el oxígeno resurgente y tonificador. . .

El sol, que el este de sus cimas asoma su dorada cabellera, después de brindar sus cálidos y fulgurantes rayos, pintado de amarillo intenso sus verdes prados, se pierde en las puntas del oeste como si un genio flamígero escondiera su ardiente cabeza en las profundi-dades de un volcán.

Luego queda el paisaje que, como la paz, parece un bello pesebre belenita. . . La luna en su plenitud juguetea con las ramas de los ár-boles, mientras las estrellas de divierten cual luciérnagas en los picos de los cerros. . .

Si esta región es llamada Amor de Dios, es porque en medio de sus bondades, como dijera el poeta, en la noche silente. . . el espíritu de Dios está presente. . .